El pop no puede ser la música popular. Tal vez esté así considerado, pero no debe serlo. Debe aspirar a ofrecer algo más que lo que la masa (ese grupo de personas que simpatiza con Belén Esteban y ve Los hombres de Paco) espera que la música represente; debe constituir un género que, sin estar encorsetado en cuatro parámetros predecibles, aúne calidad y capacidad emotiva en un soporte lo suficientemente accesible para que un público mínimamente inquieto sea capaz de apreciarlo y reconocerlo al instante.
Llegamos, entonces, a Teen Dream, el último disco de Beach House: lo que el pop debería ser (y no es). Un disco cálido pero no pasteloso; hipnótico pero sin abrumar; con estructuras clásicas pero con un sonido fresco, innovador, incluso minimalista, con envolventes melodías que se apoyan en guitarras y teclados profundos e inspirados (que no virtuosos) y dan pie a contenidos estribillos en los que Victoria Legrand consigue embelesar, con la elegancia como máxima. Zebra, Norway, Walk in the park, Real love, Take care… Es pop, amigos. Y del bueno.
Ya decía yo que de Baltimore no puede salir nada malo.