Telepolítica

Publicado el 09 diciembre 2015 por Pelearocorrer @pelearocorrer

“El espectáculo –dice Hamlet– es la trampa donde atraparé la conciencia del rey”. Como en la tragedia del príncipe danés, en el debate del pasado 7 de diciembre estaba en juego la conciencia de un rey esquivo y dudoso: el espectador. La televisión es un ente que se debe a un único monarca: el índice de audiencia. Hacer de la política un espectáculo se va convirtiendo poco a poco en el último nicho del capitalismo, en breve veremos desplegar un merchandising insólito con muñequitos y atriles para toda la familia. En esta glorificación de la frivolidad yo también juego, y hago mi propio resumen de lo que vi en pantalla.

Pedro Sánchez pareció nuevamente muy preocupado por dejar bien claro que el partido socialista es el artífice del estado del bienestar, tanto lo repite el candidato que levanta sospechas: no sabemos si al votarle estamos votando por lo que se hizo o por lo que se va a hacer. Tiene Pedro Sánchez una manera pedestre de contestar a los golpes, que da la medida de su orgullo, pero cuando trataba de medirse con Pablo Iglesias bastaba un tú no mandas en tu partido del de Vallecas para que volviera a las cuerdas a esperar su turno.

Pablo Iglesias oscilaba entre la sentimentalidad y la arrogancia. En un momento del debate aprovechó que Albert Rivera había citado a Camus para preguntarle por la nacionalidad del nobel; dijo, por cierto Albert, ¿Camus era francés o argelino? La pregunta quedó sin respuesta, pero el detalle de colmillo retorcido ensombreció el rostro del candidato de podemos que sonrió desde la oscuridad de la punta de su bolígrafo. En el último minuto Iglesias se llevó el puño derecho al corazón, en un gesto tribal que parecía una confianza excesiva que se tomaba con el telespectador, como si en lugar de un candidato más, él fuera el candidato.

Albert Rivera citó a Camus. En un debate televisivo que siguieron cerca de nueve millones de espectadores se agradece que alguien cite a Camus. Nunca se cita lo suficientemente mal y siempre está bien que aparezca ahí algún nombre que de lustre al discurso. Después de Sálvame cualquier cita que escuchen nueve millones de personas es un maná. Aquí una lectura muy acertada de la cita de Rivera. El de Barcelona no termina de cogerle el pulso a los debates de campaña, pero incluso desde su nerviosismo evoca una honradez que le va a granjear el mejor debut de la historia democrática de España.

Soraya vestía un luto que parecía anticipar el entierro político al que asistiremos el 20D. Auguro grandes sorpresas y una desmitificación de las estadísticas; el mundo quiere más espectáculo y menos seriedad, la política va camino de convertirse en el deporte definitivo y Rajoy, gran amante del deporte, no ha sabido leer la nueva situación, algo que le va a costar muchos escaños. Soraya trató de parecer solvente, trató de estar a la altura, pero se quedó en un manojo de apariencias. Alguno dijo no entender en calidad de qué iba la segunda de Rajoy.

El debate evidenció una batalla dos a dos por el clasicismo electoral izquierda-derecha. Por un lado hicieron la guerra Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, por otro Albert Rivera y Soraya Sáenz. El bipartidismo que tanto vilipendian los políticos bisoños dará paso a un nuevo bipartidismo con el cutis aún por estropear. Mientras, lo único que vemos renovarse en este país es la programación de las televisiones, que miran la política como se mira a un animal encerrado en el zoológico.

En la tele todo es más sencillo y más tramposo, basta con asombrar al espectador. Luego, cuando Iglesias y Rivera lleguen al Parlamento, veremos cuánta audiencia tienen los debates del estado de la nación.

Tratan de convencernos de la supremacía del candidato frente a la literatura de los programas, pero lo que se vota el 20D es un proyecto político, un programa, una doctrina. Que los candidatos nos resulten más o menos guapos, más o menos elocuentes o más o menos honestos no añade ningún valor a sus propuestas. Las propuestas no están hablando cuando hablan sus representantes, más bien al contrario. La puesta en escena de la telepolítica emite un mensaje facilón, que pasará de moda cuando la audiencia decida romper su juguete nuevo.

Quizá lo más llamativo fue aquello que no se vió: los candidatos de Izquierda Unida y Unión Progreso y Democracia, dos formaciones que tienen representación en el Parlamento y que se están viendo sospechosamente silenciadas. Que se muevan cifras estadísticas con la ilusión de que son reales es una muestra delirante del control que quiere tener el hombre sobre todas las cosas, incluso sobre el futuro.


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