He estado en Mallorca, en concreto en ese bello paraje que es Culomundo, donde vive mi amiga Erre, rodeada de naturaleza, mosquitos voraces y cabras muertas al caer en los safreig, que es el nombre técnico y mallorquín de unos tanques de cemento con agua para regar. Los lectores fieles, y con buena memoria, recordaréis que Erre tiene un don para crear niños hermosos. En sus propias palabras "soy como el Nilo, me lanzas un escupitajo, y brota vida de mí". Ahora tiene otra bellísima criatura llena de lorzas...:
Número 2 en plan señorito.
...y yo he estado ejerciendo de tita guay, tanto, que el golpe contra el canto de madera de la cama me lo di mientras acunaba a Número 2. Según Erre me quedaba un día más y me subía la leche. Si queréis saber más de Erre os leéis esto. Y os leéis sus colaboraciones con el Diario Información bajo su psudónimo artístico: las ruvias no semos tontas.
Sigo a lo mío, a mi drama. Estas vacaciones me han abierto los ojos. La raza humana necesita un salto cualitativo para evolucionar de verdad: ¿nanotecnología?, ¿cura para el cáncer?, ¿coches que vuelan?, ¡no! Teletransporte.
Ahí estaba yo, rodeada de hordas de bávaros en el aeropuerto de Mallorca. Voy a la puerta de embarque anunciada para mi vuelo de Ryanair destino Madrid donde ya había una cola de gente esperando. Yo, con mi libro en mano, decido sentarme tranquilamente a leer, porque no le veía ningún sentido a estar ahí de pie esperando para que abrieran el embarque cuando ya tenía el asiento asignado... El vuelo se retrasa.
Nos cambian la puerta de embarque y todos los que estaban haciendo cola en esa puerta se van corriendo a la nueva, como si fueran jubilados a la caza de un cocido gratis. Yo, con mi libro, me saco un chocolate de la máquina y me vuelvo a sentar, toda digna. Ya llevamos una hora de retraso y entonces nos vuelven a cambiar la puerta de embarque... ¡a la misma de antes! La cola sale en estampida. Yo les sigo mirando con cara de "pero qué necesidad habrá...". Con el retraso calculo que llegaremos a eso de la 1 de la mañana y empiezo a plantearme coger un taxi.
Por fin empezamos a embarcar y los señores de Ryanair empiezan a repartir etiquetas en el equipaje de mano de la mitad del pasaje, moi incluida. Nos dicen que el avión va lleno y nuestro equipaje será facturado. Ahora entiendo a los que corrían despavoridos a hacer la cola. En la letra pequeña de los billetes de Ryanair especifican que sólo garantizan espacio para el equipaje de mano de los 30 primeros en embarcar. Por fin subimos al avión y volamos sin problemas, más allá de esa obsesión por venderte perfumes, prensa, lotería... que sólo falta que las azafatas de Ryanair se paseen por el avión con el cartel de "compro oro".
Llegamos a Madrid y nos quedamos dentro del avión, con las puertas cerradas, un rato lo suficientemente largo como para empezar a comprender a las personas que sufren claustrofobia. Voy a recoger el equipaje a la cinta... y el equipaje no sale. Una señora con madera de líder, que siempre las hay en estos grupos de gente, es estadísticamente impepinable, nos informa a todos de que hay una huelga del personal del aeropuerto, de ahí el retraso con los equipajes. Miro los carteles informativos donde se dice que puedes reclamar en caso de retraso del avión de... ¡5 horas! y siempre y cuando hayas decidido no tomar el vuelo. Así que la opción montar un buen pollo ni se plantea, ¿para qué? A las dos de la mañana por fin salgo de ahí. Está claro que voy a coger un taxi.
Como 12 minutos más tarde llegué a casa, ¿porque vivo en Barajas? No, porque el taxista aceleró hasta casi superar la barrera del sonido. Con taxis así lo mismo ya no hace falta el teletransporte...
Y vosotros, ¿qué tal las vacaciones?, ¿qué debe inventarse antes: el teletransporte o la cura definitiva contra la celulitis?