En los sesenta,
la televisión venezolana se perfilaba en Caracas como un negocio rentable, con 500.000 aparatos receptores en manos de los habitantes de una ciudad que llegó al millón de habitantes en 1958. La televisión también estaba tocando de modo importante las ciudades de
Valencia y Maracaibo, a finales de los cincuenta.
Leer más: Televisión venezolana: Años 50, ingenuidad ante la malicia
Cae la dictadura, y de Estados Unidos (Nueva York) llega importado el Pacto de Punto Fijo.
Venezolanos negocian el reconocimiento internacional a su naciente clase gobernante a cambio de la exclusión política, social y económica de otros venezolanos. La izquierda se va a la lucha estudiantil, y luego armada, para intentar su espacio en una democracia que, se suponía, combatiría la exclusión, principal legado del régimen de Marcos Pérez Jiménez.
A partir de los sesenta, la televisión venezolana no buscaba informar, entretener, ni educar.
La TV se convierte en reproductor de la falsa democracia, excluyente, bipartidista, y de una sola ideología, finamente camuflada en noticias pagadas por transnacionales que, a diferencia de la imposición dictatorial,
escondían la explotación detrás de una información somnífera, estimulante del conformismo.
El entretenimiento era su principal adoctrinamiento. El teleteatro, que presentaba obras de nuestra literatura, fue sustituido por la conversión de la dramaturgia en fábrica de sentimientos:
La Telenovela, promotora del egoísmo, valor contrario a la generosidad venezolana, historias ‘de la vida misma’, donde ricos tenían fortunas no justificadas ‘por su esfuerzo’, pobres debían conformarse con ‘la injusticia del mundo’, y si algún pobre surgía, no era por su trabajo, sino por parentesco, por amiguismo, o por venganza contra alguien que le hizo daño.
Lea también: TV, problemas con el humor
El ‘ascenso de una clase social a una superior’, con toda la exclusión que esto significa, anulaba la solidaridad,
convertía los derechos en privilegios por los que había que ‘joderse trabajando’. Así fue la telenovela venida de la CMQ cubana, protectora de la dictadura de Fulgencio Batista, que llegó a Venezuela con el triunfo de la Revolución cubana, y así comenzaron a cambiar, por este y otros factores, los bondadosos y generosos venezolanos y venezolanas.
La producción cinematográfica venezolana no alcanzaba para una programación regular, y Estados Unidos invertía todo recurso para inundar a los países que ‘necesitaran’ de producción con su cine, claro, cine con ‘casual’ chauvinismo y anticomunismo.
Legisladores de la época, más por un asunto de moral y estética, y no por el verdadero problema de fondo, intentarían un primer esfuerzo por regular la televisión,
lo que significó el primer choque del Estado venezolano con el sector privado de la TV, que ascendía en poder y preferencia en la audiencia venezolana.
DesdeLaPlaza.com/
Ennio Di Marcantonio
En los sesenta,
la televisión venezolana se perfilaba en Caracas como un negocio rentable, con 500.000 aparatos receptores en manos de los habitantes de una ciudad que llegó al millón de habitantes en 1958. La televisión también estaba tocando de modo importante las ciudades de Valencia y Maracaibo, a finales de los cincuenta.
Leer más: Televisión venezolana: Años 50, ingenuidad ante la malicia
Cae la dictadura, y de Estados Unidos (Nueva York) llega importado el Pacto de Punto Fijo.
Venezolanos negocian el reconocimiento internacional a su naciente clase gobernante a cambio de la exclusión política, social y económica de otros venezolanos. La izquierda se va a la lucha estudiantil, y luego armada, para intentar su espacio en una democracia que, se suponía, combatiría la exclusión, principal legado del régimen de Marcos Pérez Jiménez.
A partir de los sesenta, la televisión venezolana no buscaba informar, entretener, ni educar.
La TV se convierte en reproductor de la falsa democracia, excluyente, bipartidista, y de una sola ideología, finamente camuflada en noticias pagadas por transnacionales que, a diferencia de la imposición dictatorial,
escondían la explotación detrás de una información somnífera, estimulante del conformismo.
El entretenimiento era su principal adoctrinamiento. El teleteatro, que presentaba obras de nuestra literatura, fue sustituido por la conversión de la dramaturgia en fábrica de sentimientos:
La Telenovela, promotora del egoísmo, valor contrario a la generosidad venezolana, historias ‘de la vida misma’, donde ricos tenían fortunas no justificadas ‘por su esfuerzo’, pobres debían conformarse con ‘la injusticia del mundo’, y si algún pobre surgía, no era por su trabajo, sino por parentesco, por amiguismo, o por venganza contra alguien que le hizo daño.
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El ‘ascenso de una clase social a una superior’, con toda la exclusión que esto significa, anulaba la solidaridad,
convertía los derechos en privilegios por los que había que ‘joderse trabajando’. Así fue la telenovela venida de la CMQ cubana, protectora de la dictadura de Fulgencio Batista, que llegó a Venezuela con el triunfo de la Revolución cubana, y así comenzaron a cambiar, por este y otros factores, los bondadosos y generosos venezolanos y venezolanas.
La producción cinematográfica venezolana no alcanzaba para una programación regular, y Estados Unidos invertía todo recurso para inundar a los países que ‘necesitaran’ de producción con su cine, claro, cine con ‘casual’ chauvinismo y anticomunismo.
Legisladores de la época, más por un asunto de moral y estética, y no por el verdadero problema de fondo, intentarían un primer esfuerzo por regular la televisión,
lo que significó el primer choque del Estado venezolano con el sector privado de la TV, que ascendía en poder y preferencia en la audiencia venezolana.
DesdeLaPlaza.com/
Ennio Di Marcantonio