Desde que estoy encarcelado, mi hermana María de los Ángeles, que siempre me ha apoyado, asumió ese rol, no sin dolor de mi parte, pues no me envía lo que le sobra, ni siquiera lo que disminuye de gustos y antojos, sino de su propio sudor, del mismo sacrificio, pues como le gusta decir a ella, “soy la más pobre de Estados Unidos, pero más rica que cualquier cubano que se encuentra dentro de Cuba”. Además de mi hermana, he recibido ayuda de amigos y colegas con los que mantengo una amistad muy estrecha desde mi adolescencia y juventud; también de masones residentes en la Florida.
No soy un mercenario. Al contrario. Desprecié las oportunidades que el gobierno cubano le concede a los intelectuales y artistas si apoyan al gobierno, y en caso contrario, que al menos hagan silencio y finjan ser aliados. Preferí, como dice también mi hermana, “dejar de ser príncipe para ser mendigo”, y aunque nunca viajé con el dinero del gobierno cubano, sino invitado por universidades, ferias del libro o eventos literarios, conocí Europa y gran parte de América, incluyendo, en más de una ocasión, a los Estados Unidos, mas preferí abandonar esa vida para dedicarme a la libertad de mi país, al sacrificio que sea necesario. Y por ello, he recibido golpizas, calabozos, marginalidad intelectual, humillaciones de las autoridades culturales, y aún no me parecen la cuota mínima de lo que vale el poder decir libremente lo que pienso de mi tiempo y de mi espacio en derredor. Tanto es así que lo escribo con vergüenza, pues siempre lo comparo con el de tan buenos cubanos que dieron su vida y su juventud en aras de liberar la nación y, en definitiva, ofrecerle una mejor oportunidad a sus compatriotas.
Ángel Santiesteban-Prats
Prisión unidad de guardafronteras. La Habana, octubre de 2014.