Temibles Guerreros de las Ciudades Mayas

Por Ciencia
Hasta mediados del siglo XX se pensaba que los mayas, antes de la conquista española, fueron un pueblo totalmente pacífico, cuyos gobernantes no tenían más ocupación que estudiar el firmamento y elaborar complejos calendarios.
Esta visión cambió radicalmente tras el descubrimiento, en 1946, de las pinturas murales de Bonampak, en Chiapas (México), en las que se representaba una violentísima batalla donde no faltaban torturas y cabezas cercenadas. Esta escena mostró al mundo que la sociedad maya estaba envuelta en implacables y sangrientas luchas, que se practicaban sacrificios humanos, que se torturaba a los prisioneros y que se exhibían orgullosamente sus cabezas como trofeos de guerra.
En esos mismos años, dos investigadores, Tatiana Proskouriakoff y Heinrich Berlin, descifraron la escritura maya, formada por símbolos o glifos. Así se pudo comprobar que los personajes representados en las estelas y otras obras artísticas no eran dioses envueltos en luchas cósmicas, sino férreos gobernantes que alcanzaron el poder con el uso de la fuerza. En muchos casos se añadían registros de conflictos bélicos que cada vez eran más intensos y continuos, sobre todo en las principales ciudades: Bonampak, Yaxchilán y Piedras Negras, cuyo arte se volvió eminentemente militar. En estos glifos se registraba la fecha de la guerra y el nombre del vencedor; también se hacía constar el rango y nombre del cautivo y algunas veces se añadía el número total de prisioneros. Todos estos hallazgos no dejaban lugar a la duda: la guerra formaba parte de la realidad cotidiana de los antiguos mayas.

Nobles y mercenarios

Hoy sabemos que cada ciudad tenía sus hombres listos para combatir. Eran sobre todo nobles, los mejor adiestrados y que podían disponer de un equipamiento más completo. El militar de más alto rango era el nacóm, que se elegía entre los mejores por un período de tres años. Además de dirigir las tropas, también actuaba como sacerdote castrense.
El batab, el segundo mando en importancia, recibía y transmitía las órdenes del nacóm en el campo de batalla. Los guerreros especialmente valientes eran los holcattes, que se distinguían del resto de la tropa porque se pintaban la cara y el cuerpo de negro y se peinaban de forma que su aspecto fuera aterrador. En los ejércitos mayas no faltaba la presencia de mercenarios, generalmente de origen mexicano, que alquilaban sus servicios al mejor postor. Cuando el nacóm moría en la batalla o se le capturaba, la guerra se daba por terminada y los vencedores volvían a la ciudad con sus prisioneros vivos y con las cabezas de los muertos colgadas de sus cinturones.
Las campañas militares se desarrollaban fuera del tiempo de cosecha y cuando lo permitía la estación del año. Además, debían adaptarse a la compleja orografía de la región, siguiendo los sacbeob o caminos trazados previamente. Los mayas podían atacar también por los ríos y el mar, aprovechando el complejo sistema de navegación comercial fluvial y costera, que comprendía la región del golfo de México y pasaba por la península del Yucatán hasta llegar al golfo de Honduras. Las batallas acuáticas están representadas en el templo de los Guerreros de Chichén Itzá. En una de las escenas, los guerreros desembarcan, atacan un poblado y hacen gran número de prisioneros, que se representan desnudos y maniatados en señal de humillación. En otra de las escenas, el conflicto se desarrolla íntegramente en el mar, puesto que aparecen dibujados tiburones y manta rayas. Estos guerreros «marinos» llevan el pelo teñido de amarillo y adornado con cuentas de jade.
Las escenas de Chichén Itzá muestran que el conflicto concluía con el sacrificio de uno de los prisioneros, recostado sobre la piedra de sacrificios para extraerle el corazón. Pero no siempre se ejecutaba a todos los enemigos capturados; hay testimonios epigráficos de que a algunos reyes se les perdonó la vida tras humillarlos públicamente, en una ceremonia llamada na’waj en la que se exhibía a todos los cautivos. Así se les representa en estelas o relieves localizados en lugares políticamente dependientes del reino vencedor.

Parafernalia de combate

Los guerreros mayas fabricaban las armas con madera, piedra, cuchillas de pedernal y obsidiana. Con estos materiales hacían lanzas de diferentes largos y hachas de piedra y obsidiana que recibían el nombre genérico de b’aj. Además estaban las jul o armas de tipo arrojadizo, como las cerbatanas, jabalinas y hondas. Por influencia del centro de México, se incorporaron el atlatl o lanzadardos, que en lengua maya se denominó jatz’om, además del arco y las flechas que, según algunos investigadores, también fueron introducidos por mercenarios mexicanos durante el período Posclásico (900-1521 d.C.) o por los mayas chontales durante el Clásico Terminal (800-900 d.C.). Sin embargo, el arma preferida de los mayas clásicos fue la lanza con punta bifacial de obsidiana. En el armamento tampoco faltaban avisperos, que utilizaban como bombas para dispersar al enemigo y atacarle con mayor facilidad.
Para protegerse, los guerreros empleaban escudos largos y flexibles y otros redondos, más rígidos y pequeños. También vestían armaduras de algodón endurecidas con sal, transpirables, ligeras y adecuadas para el armamento que utilizaban. Esta protección se completaba con espinilleras y cubrebrazos de cuero. Los guerreros de alto rango se engalanaban además con sofisticados y vistosos tocados de plumas y pectorales de concha, caparazones de tortugas y piedras preciosas.
Cada unidad de combate tenía un estandarte o tok’ pakal distintivo, que servía para indicar el inicio del ataque, la retirada y la reorganización y también para transmitir algunas instrucciones tácticas. Esta divisa adoptaba distintas formas y llevaba los colores y emblemas del ajaw o gobernante. Era normalmente muy llamativo y con un vivo colorido, y se le añadían plumas, tiras de papel y pieles de animales teñidas para hacerlo bien visible en el fragor de la batalla.

Ciudades enfrentadas

Cuando el gobernante declaraba la guerra reunía a todos los hombres en la plaza pública y cada unidad se colocaba tras su estandarte para iniciar la marcha hacia el objetivo. Presidiendo la comitiva iba la imagen del dios tutelar, ante el que previamente se habían realizado los ritos propiciatorios necesarios para conocer el día más favorable para ir a la guerra.
La batalla se iniciaba al amanecer. Con grandes alaridos, los guerreros se lanzaban a la lucha al son de flautas, tambores y caracolas. Tras la victoria regresaban a la ciudad con los prisioneros vivos, a los que se preparaba para las ceremonias públicas en las que se sacrificaba, generalmente, a los guerreros de alto rango. El gobernante vencido solía salvar la vida, aunque quedaba como vasallo del vencedor. El resto de los prisioneros del pueblo llano eran esclavizados y a los que morían en la batalla se les cercenaba la cabeza para conservarla como trofeo.
Iconografía, arqueología y epigrafía evidencian que ya durante el período Preclásico (1400 a.C.-50 d.C.), pero sobre todo desde el Clásico Tardío (600-800 d.C.), los conflictos entre las ciudades mayas se incrementaron como si se tratara de una enfermedad contagiosa. Una tras otra, las ciudades mayas fueron desapareciendo casi a la vez: en el año 792, Bonampak; en 795, Piedras Negras; en 799, Palenque, y en 808, Yaxchilán. Todas estas fechas señalan conflictos bélicos, de los que quedan numerosos indicios. Los arqueólogos han encontrado en Yaxchilán, Dos Pilas o Aguateca zonas con un elevadísimo número de puntas de proyectiles que dan fe de que fueron el escenario de cruentas batallas. No hay duda, pues, de que la guerra constituía una parte esencial de la sociedad maya y ésta tuvo mucho que ver con lo que se ha venido en denominar el colapso maya.
Fuente: nationalgeographic ZONA-CIENCIA