El linchamiento de un joven eritreo al que una turba de israelíes tomó por terrorista palestino de los que los acuchillan inesperadamente es peor que una venganza brutal ante un supuesto peligro.
Era un refugiado que, con otros futbolistas de su país, acababa de desertar para pedir asilo allí.
Este crimen horrible advierte sobre lo que puede ocurrir en Europa tras la llegada de cientos de miles de refugiados que huyen de las guerras del cercano oriente, pero que se desconoce quiénes son y su pasado.
La alerta más importante sobre el temor a los refugiados y lo que traen con ellos, sobre todo una forma de vida y cultura difícilmente adaptables a las europeas, acaba de darse en Suiza.
En las elecciones del pasado fin de semana ganaron con claridad los partidos llamados xenófobos porque son antiinmigración, mientras que sus contrarios socialista, cristiano-demócrata y verde perdieron numerosos escaños.
Mientras Angela Merkel comienza a dudar de la bondad de su llamada a millones de refugiados, en su mayoría musulmanes, en su propio gobierno de partidos cristianos y socialdemócratas, dudan mucho más, y hasta se le oponen públicamente.
Pegida, (Patriotas Europeos contra la Islamización), organización de muchos orígenes – utraderecha, derecha común, socialdemócratas reformados, excomunistas y verdes ocultos —ha mostrado su poder renacido en manifestaciones este fin de semana.
En las cercanas Dinamarca y Suecia, democracias hasta ahora muy abiertas a los refugiados, crecen las protestas contra los supuestos desmanes que algunos cometen.
Muchos europeos comienzan a ver a los expatriados como un peligro para su bienestar.
Y no sólo por el choque de culturas, sino porque los medios que se les proporcionan, como sanidad, alimentación, vivienda y dinero, se los restan a ellos, que son quienes advierten que pagan los impuestos.
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SALAS