Temores de pacientes

Publicado el 28 junio 2017 por Elarien
Empathy is a narrative we tell ourselves to make other people real to us, to feel for and with them, and thereby to extend and enlarge and open ourselves. To be without empathy is to have shut down or killed off some part of yourself and your humanity, to have protected yourself from some kind of vulnerability. Silencing, or refusing to hear, breaks this social contract of recognizing another’s humanity and our connectedness. Rebecca Solnit.

La empatía es la narración que nos contamos a nosotros mismos para convertir a otros en seres reales, para sentir por y con ellos y, por tanto, crecer y abrirnos. Carecer de empatía es cerrar o matar una parte de uno mismo, de su humanidad, protegerse de algún tipo de vulnerabilidad. Silenciar, o negarse a oír, rompe el contrato social de reconocer la humanidad de otros y nuestra conexión. Rebecca Solnit. 
Un médico nunca puede olvidar que su material de trabajo son los pacientes, personas que no solo refieren quejas de su enfermedad sino cuya vida es un todo en el que se imbrican multitud de factores. A veces un enfermo lo único que necesita es desahogarse, contar su historia, explicarse para que su doctor no crea que es un loco angustiado y ansioso, sino que detrás de toda su angustia, hay un buen motivo, y la mayoría de las veces, así es. Por desgracia, una cosa es la salud y otra cosa la suerte en la vida, y ahí la medicina tiene poco que hacer, salvo escuchar. Recuerdo una pobre mujer que llegó en un estado de nervios tal que resultaba hasta crispante, manejar esos casos no se me da bien, y lo sé, así que procuro controlarme (me ha costado años de práctica y aún así no es algo que siempre consiga). Sé que la enfermedad genera un rechazo instintivo, por eso cuando noto algo muy semejante al impulso de huir, intento superarlo, porque son pacientes que están mal. En este caso concreto, la paciente tenía tal necesidad de desahogo que, antes de irse, me contó un poco de su vida: el marido se había muerto hacía poco, y en apenas 6 meses, de una ELA galopante (la enfermedad de Stephen Hawkings) y dos de sus tres hijas padecían esclerosis múltiple, una de ellas, con niños pequeños, que ella le ayudaba a cuidar, estaba en silla de ruedas; la tercera hija se negaba a hacerse una resonancia porque prefería no saber. No solo me sentí apenada por la mujer sino que me sentí culpable, la había catalogado al poco de entrar como una ansiosa, sin saber nada de ella, y me tuve que esforzar en tratarla con calma. Aprendí mucho, hay lecciones que nunca conviene olvidar.
El tiempo de la consulta no te permite escuchar todas las historias con tranquilidad, hay muchos pacientes citados y todos son importantes y hay que respetar su tiempo, sus horarios, intentar que no esperen más de lo imprescindible. Soy quisquillosa con la puntualidad, mía y de los pacientes, el que alguno llegue tarde repercute en el resto de la lista de citados, llegar yo tarde me parece una falta de respeto hacia el enfermo que me espera a su hora, aunque para llegar puntual me vea obligada a abandonar la sesión del servicio, que no hay día que no se prolongue más allá de lo previsto, muchas veces sin un buen motivo. No obstante, a veces no se necesita tanto tiempo para tranquilizar a los pacientes, a muchos les basta con asegurarse de que lo que tienen no es importante. Procuro sonreír cuando entran, el pavor a los médicos está casi tan extendido como el de los dentistas. Hay niños a los que desde su más tierna infancia le hablan de los hospitales como del coco ("si no eres bueno, la enfermera te pondrá una inyección" y frases similares, muestra de la gran inteligencia de los progenitores, uno de los mejores ejemplos es, antes de entrar en quirófano, "no te preocupes, que si alguno de estos te hace daño, le rompo las piernas", ¿de verdad espera que su hijo, aterrado, comprenda que es una broma?, luego mantuve una pequeña charla al respecto con el padre en cuestión).

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Esos miedos infantiles dejan con frecuencia sus secuelas y, aunque a nadie le gusta estar malo, no son pocos los casos a los que hay que arrastrarles a la consulta. Sin embargo un médico no está ahí para juzgar a nadie, los enfermos no son culpables de sus enfermedades (el médico tampoco, ni siquiera cuando da malas noticias) y no hay que recriminárselas. Con algunos enfermos es la familia la que te pide que los regañes: "Doctora, échele la bronca que no ha dejado de fumar", quizá el factor tabaco sea la excepción, hay que hacerle ver al paciente que lo que está haciendo es una estupidez, pero también que no es nada personal, que lo que está en juego es su vida, no la mía. Con algunos, un pequeño salto al futuro funciona, se les explica que, de seguir por ese camino, tienen muchos números de acabar con la laringe en un bote en anatomía patológica y con un agujero en el cuello en su lugar, para así poder respirar; sin embargo, con otros no hay nada que hacer, y si no sirve la primera vez, de poco vale insistir (y para la siguiente visita, ya me conocen y la mayoría me han perdido el miedo). A fin de cuentas, el médico está ahí para hacer todo lo posible por el enfermo: solucionar problemas de salud, luchar por la vida de sus pacientes o, simplemente, escucharle y ayudarle para que se encuentre mejor.