Después, en Navidad de 1988, ¡nos enteramos de que esperábamos nuestro primer hijo! Y entonces, el miedo a fracasar me agobió.
En agosto del año siguiente, Kathryn se unió a la familia. Mientras atendían a mi esposa, mi hija lloraba en la incubadora. Le di la mano para consolarla, y sus finos deditos rodearon uno de los míos. En ese instante, el Espíritu Santo me quitó todas las dudas que me habían invadido y me confirmó cuánto amaría a esa pequeña.
La viuda de Sarepta también tenía dudas. Su hijo había contraído una enfermedad mortal. Desesperada, clamó: «¿Has venido a mí para traer a memoria mis iniquidades, y para hacer morir a mi hijo?» (1 Reyes 17:18). ¡Pero Dios tenía otros planes!
Nosotros servimos a Dios, el cual es más poderoso que las luchas que heredamos y cuyo deseo de perdonar, de amar y de solucionar la pérdida de comunión con Él no tiene límites. El Señor está presente allí donde se esconden nuestros temores.
El amor nada contra la corriente de los temores infundados de la vida.
(Nuestro Pan Diario)