Este puente es el que transitamos todos los días de nuestra vida, a cada instante, toda vez que queremos vincularnos con otra persona; él representa el medio por el cual fluye quiénes somos en realidad: en palabras, gestos, cariños, miradas, sentimientos, afectos, silencios, pensamientos, etcétera.
El puente en sí no es bueno ni malo, sino que depende del uso que hagamos de él, podremos mostrar el costado más humano o no, de nuestro ser.
Costado más humano que mostramos cuando lo cruza lo mejor de nuestro ser interno, asociado con la imagen de nuestra esencia como personas, y por ello lo hará de manera franca, sincera, cristalina, pura, transparente, simple, equilibrada, delicada, sutil, verdadera, armoniosa, serena, maravillosa y hasta casi divina.
Por el contrario, mostraremos lo peor de nuestro ser cuando, quien lo cruce sea nuestra personalidad, vinculada con una imagen de nuestra fachada que asumimos o queremos que otros observen, personaje que por tal es ostentoso, ampuloso, ficticio, egoísta y vanidoso o peor aún cuando lo hacemos cargados de rencor, conflictos, despecho, indiferencia, resentimiento o reproches.
De lo expuesto surge que si alguna vez sienten que abandonaron el puente, les cuesta llegar a su mitad o la manera en que lo han hecho no ha sido la mejor, entonces reflexionen que tienen mucho por ganar en el aprender a relacionarse y vuelvan las veces necesarias, pero háganlo enteros, decididos y con valor, así como con entusiasmo, alegría y simpatía para compartir su sentimiento hacia la otra persona.
No pierdan la posibilidad de generar esa oportunidad; que su egoísmo, vanidad o amor propio no sean más fuertes que el sentimiento hacia los demás.