Sólo un gafe morrocotudo y con el alma emponzoñada puede arrojar un balance tan deficiente: Se ha enemistado con Estados Unidos, tiene problemas con Marruecos, en la Unión Europea le vigilan, sus socios de gobierno le presionan y chantajean, ha gestionado mal la pandemia, tiene problemas con los jueces, tiene que negociar cada ley o decisión importante con socios de gobierno desleales, la economía se recupera más lentamente de lo que él anunció en Europa, medio país sospecha que hay fraude electoral, las sospechas de que reparte de manera arbitraria los fondos europeos son masivas, es derrochador y despilfarrador, es el presidente más rechazado por su pueblo desde Fernando VII y un largo etcétera que incluye acusaciones de corrupción, de haber asesinado la democracia y de engañar y mentir a diario,
En una comida del presidente de la república italiana, Sandro Pertini, con periodistas españoles, que organicé a finales de 1982, cuando era director de la oficina de la Agencia EFE en Roma, aquel viejo y pulcro socialista italiano nos advirtió contra los gafes y los malvados y dijo que cuando uno de ellos alcanza el poder en un país, lo lleva hasta la desgracia más absoluta y hasta puede destruirlo. Dijo que en ocasiones, un psicópata o un gafe, en representación de lo peor de la sociedad, alcana el poder y que esa eventualidad debe evitarse a toda costa porque ese tipo puede destrozarlo todo. Pertini habló de blindaje del Estado y de leyes que impidieran que un miserable sin ética ni escrúpulos pueda alcanzar la más alta magistratura de una nación.
España debería hacer caso a ese consejo y, después de la experiencia sufrida con Pedro Sánchez, que nos ha hecho retroceder en dignidad, progreso, riqueza, futuro, valores, respeto y muchas cosas más, reformar sus leyes para que nunca más un mal gobernante, un malvado o un peligroso gafe puedan alcanzar el poder.
Hay sólo dos medidas capaces de impedir esa desgracia: la primea es establecer exigencias duras y firmes a los candidatos, entre ellas méritos, conocimiento, valores y dignidad como persona; la segunda es aprobar leyes que permitan a las altas instituciones del Estado desembarazarse de un miserable, si alguna vez llegara al poder y comenzara su labor de destrucción.
Francisco Rubiales