El mundo tiene un problema con los jóvenes, que se han convertido en un elemento desestabilizador. Pero el problema de España con sus nuevas generaciones es todavía mayor que el que tiene con sus políticos, masivamente enfermos de tiranía y corrupción.
Nuestros muchachos abrazan cualquier doctrina radical y se creen las promesas de los mentirosos corruptos que les pastorean como políticos avezados. Son los que queman contenedores y derriban estatuas sin ni siquiera analizar la vida del personaje abatido. Ellos son los que creen que las murallas de Ávila fueron una obra del Franquismo y los que cambian el nombre de una calle, dedicada a un personaje del Renacimiento, creyendo que era un fascista. Son pavorosamente incultos, pero a ellos no les importa porque creen que el mundo les pertenece y que lo importante no es saber sino tener poder. Muchos de ellos odian a los mayores y, sobre todo, a los viejos porque creen que ocupan espacios en la vida que les pertenecen a ellos. Carecen de solidaridad, de generosidad, de disciplina y de grandeza.
Son tan frívolos que desprecian la democracia porque la culpan de haber construido el mundo que ellos viven, injusto y desigual. Prefieren la tutela esclavizante del Estado al riesgo de ser libres. Nuestros jóvenes españoles, de los peores de Europa, son los que votan en masa a Podemos y al nacionalismo independentista, dos opciones destructivas que amenazan de muerte a España y las libertades y derechos de sus ciudadanos.
Esos jóvenes, en teoría los mejor preparados de la Historia, son en realidad carne de cañón y presa fácil para los políticos, que los reclutan y engañan con facilidad extrema, a cambio de promesas que nunca cumplen y de limosnas que sólo les garantizan la supervivencia. Su futuro se perfila sin carreras destacadas y sin ni siquiera pensiones que aseguren su vejez. Son tan fácilmente manipulables que dan miedos. Son masa en lugar de personas. Han salido de las escuelas e institutos sin idea de la competitividad y del esfuerzo porque los profesores, chantajeados por los comisarios políticos de los partidos buenistas, los han aprobado masivamente, sin exigirles nada. Les preguntas quien fue Cervantes, qué hizo Quevedo o que rey construyó el Madrid moderno y te dicen que esas son marcas de medicamentos y que ellos no tienen por qué saber de eso. Pero si les preguntas por Franco te dicen que fue un fascista asesino porque han sido previamente adoctrinados por los esclavizadores.
Algunos de los jóvenes se escapan de ese mundo basura, pero a costa de ser rechazados y de ser despreciados como empollones e inadaptados. Los mediocres siempre han igualado el mundo por abajo y odian la excelencia y el bien.
Nuestro jóvenes forman parte de una generación que avanza hacia la pobreza en lugar de prosperar. Vivirán peor que sus padres y es probable que hasta vivan menos años, pero a ellos no parece importarle eso y están mas atento al botellón y al disfrute.
Toda esta verdad contrasta con los datos oficiales y las estadísticas, según los cuales España cuenta con la generación mejor formada de su historia, al menos sobre el papel. Nos encontramos en tasas máximas de población que cursa estudios superiores. En concreto, casi uno de cada tres jóvenes de 18 a 24 años. Todos ellos suman más de 1,5 millones de estudiantes de grado y postgrado en 84 universidades de las que salen cada año alrededor de 200.000 egresados,
Nuestro único consuelo al contemplar el panorama desolador de los jóvenes es que Sócrates, medio milenio antes de Cristo, ya definía a los jóvenes de su época con un pesimismo tan desolador como el que hoy sentimos los adultos del presente: “Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. No se ponen en pie cuando entra una persona anciana. Responden a sus padres y son simplemente malos”, decía el gran filósofo griego.
Francisco Rubiales