De todos es sabido que el olvido crece más deprisa que la hierba sobre las tumbas. Si no fuera así, estaríamos extinguidos sin remedio. Sin embargo, el cerebro en sí mismo no olvida nada. Y cada olvido esconde el rastro de un recuerdo de lo acontecido. Si las experiencias negativas se suceden en el tiempo, esa especie de caja de Pandora se va llenando. Y todo tiene un límite. Pasado éste, el recipiente empieza a quebrarse y deja al descubierto pequeños vestigio de lo que fue olvidado. No se rían por el símil. La cuestión es que esos vestigios van creciendo en forma de neuras o manías, y en los peores casos de fobias y traumas que pueden incluso bloquear o distorsionar para siempre nuestro campo emocional. Debemos tener cuidado de pensar que las cosas que nos pasan están superadas, porque es cuando más debilidad presentamos. En el fondo, nuestro cerebro no es mala gente -como se dice-, pero es puñetero. Tal como si de un barco corsario se tratara, acecha al vigía de la torre y espera a que esté durmiendo para atacar la costa sin que salte el antiguo grito de "¡all 'arme!" ("¡A las armas!" = "Alarma").