Tener hermanos no siempre es divertido. Esta frase negaré haberla dicho como madre. Una madre siempre debe afirmar que los hermanos son un “regalo de vida” y lo son. Eso no los exime que a veces sean una púa en el trasero y que tengas simplemente ganas de ahorcarlos (eso lo dice mi yo-hermana de cuatro hermanos quince años mayor que una).
Aún recuerdo cuando mis hermanos llegaban del colegio los viernes. Era el día “del novio”. Mis padres les permitían invitar a sus respectivos a comer a casa y luego se les permitía echar el novio (entiéndase por eso darse besitos inocentones) en la sala de visitas mientras que mis padres estaban a 50 metros de distancia en el comedor. Así que todos jugaban el juego de “nadie está pendiente de los adolescentes novietes” ¡menos yo claro está! Yo era la hermana pequeña. La hermana que tiene siete años mientras que los otros tienen veinte.
Y así fue como empezó una hermosa tradición:
Mi madre tenía una vitrina con cosas variopintas de lo más ART-DECO que nunca entiendes porque demonios las madres tienen ese gusto tan “antiguo” y ese complejo de Diógenes hasta que te conviertes en una y comienzas a valorar la cerámica, las vajillas y la plata.
Dentro de esa vitrina tenía campanas. ¡Y voilá! La querida niña desmadrosa pillaba una campana se escondía detrás del sofá y cuando mis hermanos o mi hermana iban a darse un besito en la boca ¡yo salía por detrás del sofá y hacía sonar la campana para que mis padres se enteraran que los novios se estaban besando! ¡PA MATARME!
Varias veces fui perseguida por mis hermanos alrededor de la mesa ovalada del comedor de mi madre con un zapato en mano con la amenaza que ¡me iba a enterar en cuanto me pillaran! Si, en realidad tuve dos madres y tres padres. La diferencia de edad fue tal que nunca sentí celos. Simplemente yo era la niñata que no los dejaba en paz y ellos el modelo a seguir. ¡Yo quería ser tal cual como mis hermanos!
Pero yo no tuve un hermano que me quitara los juguetes, que me molestara, me tirara de las trenzas, que se chivara con mis padres si me había escapado a una fiesta o que mis padres le mostraran mayor cariño que a mi. ¡Yo siempre fui la chiquita y la consentida!
Así que cuando nació Kraken como buena madre primeriza no sabía como iba a gestionar el tema de los celos. Para mi sorpresa, Critter lo tomó genial. Todo el tiempo durante estos ocho meses ha cuidado a Kraken, le da besitos, le deja sus juguetes, le canta nanas, le enseña sus nuevos pasos de ballet y lo regaña cuando muerde.
Hoy al llegar a casa Don “S” decidió coger en brazos a Kraken y empezó a darle besotes. Kraken se soltó en un ataque de carcajadas y como buena madre me uní al desmadre para hacerle más cosquillas y darle mas besotes.
Critter salió corriendo hacia el pasillo. Me llamó la atención y fui a ver qué ocurría. Me le encontré cabizbaja y llorando:
-Los he visto. He visto lo que le hacíais a Kraken y a mi no -dijo ella.
¡ZOP!
Primer ataque de celos. VERBALIZADO A LA PERFECCIÓN.
La cogí en brazos, le di besotes y la llevé a brazos de su padre.
-Cuidadito Kraken, cuidadito. Me quieren más a mi y no te los presto. -dijo en tono muy serio a su hermano.
-Por igual- le respondí rápidamente.
-Yo te comparto de mi nutella.
-¡RAZÓN SUFICIENTE! ¡ESTA NIÑA (y la nutella) SON MI PERDICIÓN!
A veces…sólo a veces…se pueden subastar los hermanos. ¡Siempre hay que esperar a la puja perfecta!