ya llegó el verano, ya llegó la fruta…
y si estás canturreando mientras sonríes, es que, no solo tienes unos cuantos veranos encima (¡te pillé!), sino que son de los buenos. veranos de los de fiestas de pueblo. de los de peña con amigos. de los de acordarte de cómo empezaban las noches, pero no siempre de cómo terminaban.
¡qué distintos eran aquellos veranos de estos! y ojo que no digo mejores, no necesariamente.
el caso es que en aquellos maravillosos años de juventud despreocupada, improvisación era mi segundo nombre (por no decir el primero) y cada día se construía según las ocurrencias nocturnas (y las fuerzas que quedasen) del día anterior.
hoy la cosa es distinta. pero no porque todos los días sean iguales, ni mucho menos, o porque no se improvise, al contrario, lo son porque en la ecuación de día a día ya no estás sola y el cambio de rumbo implica tirar de ti y de lo que lleves atado en la cola de tu cometa.
a mi eso me ha lastrado durante algún tiempo, hacía que todo me pareciese cuesta arriba en cuanto los planes se movían. pero logré entender el porqué. y es que antes llevaba las cosas cogidas con alfileres (qué expresión tan del colegio) y el castillo de naipes de desmoronaba ante cualquier soplido.
así que, no sé si porque no me quedó más remedio, o porque precisamente decidí que tenía que ponérselo, pero el caso que ahora vivo tan planificada como relajada. porque estos conceptos, lejos de ser antónimos, son en realidad la pareja perfecta.
es mucho más sencillo mover ficha un día organizado, que hacerlo con todo por pensar. y por organizado no me refiero a tener el horario alicatado de quehaceres rígidos e inamovibles.
un ejemplo está siendo esta primera semana de vacaciones escolares y conciliación a tope (solo estoy morena entre los ojos y los mofletes). hay niños que ya se ha ido, otros que aún están por el barrio. ¿el plan de cada día? pues suele ir sobre la marcha, que si invitas a algunos a jugar a casa, que si te invitan a ti a la piscina de otro… entonces, ¿dónde está la planificación? pues en mi caso, en tres cosas que hacen que el resto del día me vaya bien:
- tener claro el menú de la semana, de forma que cada día solo tenga que ejecutar lo ya pensado, y como mucho comprar algo que pudiera necesitar para hacerlo.
- dejar la casa recogida por la noche tras la cena (cocina, salón), para que por la mañana se pueda ir uno a donde sea sin mirar atrás
- poner al final del día una lavadora corta con la ropa sucia del día y algo que añadas (siempre puedes meter trapos, toallas, aprovechar para lavar las sábanas) de manera que tengas el contador a cero para que no haya problema con que justo no está limpia la toalla de la piscina, los bañadores, la camiseta favorita… Cualquier «tragedia» evitable, evitémosla.
son tres cosas muy básicas, pero que si no las hago, ya iré mal. y que al seguirlas, me dan margen para que cada día sea una aventura. ¿cómo haces tú?