Tener canas es signo de ancianidad, también de sabiduría. Todos los hombres y mujeres sabios se representan con pelos blancos y miradas profundas.
Pero en realidad no hay una razón rotunda de por qué salen canas. Lo he comprovado por mí misma, pues no soy una ancianita ni una sabia científica.
Tengo canas desde que nació mi bebé gigante y mi vida dio un giro de 180 grados. Nervios, estrés, preocupación, quería ser la madre perfecta, quiero ser la madre perfecta. De repente un día, cuando tuve tiempo de mirarme al espejo, después de largas jornadas que se yuxtaponían unas con otras, empecé ver pelos sueltos en mi cuero cabelludo de color blanco. A partir de ahí, han ido apareciendo cada vez más y más. Y como no los tengo en un mechón a lo Bruja Avería, me da una fatiga tremenda ir a la peluquería o empezar a buscar los pelillos uno por uno y empezar a pintarlos. Así que, pelillos a la mar.
Me encantan mis canas, forman parte de mi faceta de madre-ansiosa-loca-feliz-nerviosa-perfeccionista y un largo ecétera de adjetivos buenos y malos pero que para mí son todos perfectos. ¿Por qué? Porque la maternidad es perfecta para mí. No cambio nada. Ni mis canas.