Revista Viajes

Tengo el Corazón con agujeritos: Una historia de medialunas y de Chiquititas

Por Pilag6 @pilag6

Cuando iba a la escuela primaria existía un programa en televisión que era el más popular de todos. Este show se llamaba Chiquititas y trataba de la historia de un grupo de niñas huérfanas que vivían todas juntas en un orfanato. Rincón de Luz era ese lugar mágico en donde la alegría se hacía volátil y los sueños realidad.

La novela contaba la desgarradora historia de cada una de las huérfanas que tenían un " especial" don para la música. Mis compañeras de escuela y todas las chicas de mi edad en Argentina estaban enloquecidas con este programa. Ninguna de ellas se perdía un episodio y lo mejor era que pasaban el programa después de que terminara el horario escolar, así que se podía disfrutar de estas historias tomando una taza de leche chocolatada enfrente al televisor. Todo era perfecto. Excepto que yo tenía terminantemente prohibido ver Chiquititas.Tengo el Corazón con agujeritos: Una historia de medialunas y de Chiquititas

Mi mamá creía que el show era una porquería y que nada tenía que ver con la realidad. Ella, que era fanática de las películas europeas de Nazis, en donde mostraban cuerpos desnutridos y alemanes rubios y rígidos, concebía como blasfemia a este show un tanto empalagoso y musical. En palabras de Caty:

Nena, la vida es dura. No pierdas tiempo cantando canciones e imaginando lluvia de papelitos de colores. Hay que poner todas nuestras fuerzas para destruir el sistema aplastante que es esta sociedad

Para ella este show estaba basado en fantasías que alejaban a los niños del mundo y los sumían en una realidad alterna donde todo era pomposo, dulce e idílico. Algo malo que te retraía el cerebro, con consecuencias más nefastas que hacerse un fondo blanco de un bidón de lavandina, y que hoy son fácilmente comprobables.

Lo cierto es que yo, con mis siete años de edad, lo que más deseaba en el mundo era teñir mi vida de tulin tulines, de almohadas de plumas, de algodones de azúcar color rosa y de Chiquititas.

En la escuela todo era acerca de este show. Absolutamente todo. Los juegos en el recreo dependían de que hubiera sucedido en el capítulo anterior. Todos los viernes, la maestra nos hacía ilustrar en clase la escena de Chiquititas que más nos había impactado durante la semana y a fin de año hacíamos una tesis basada en lo que había pasado en la última temporada en Rincón de Luz. Y yo estaba bastante mal informada y bastante mal ubicada escolarmente.

Como en todas las escuelas de la época, había una jerarquía estricta que respetar. Yo estaba debajo de todo, eso era imposible de modificar, porque además de no mirar Chiquititas, usaba un guardapolvo de varón heredado de mi hermano mayor. Nuestro grupo se constituía por nenas con piojos, gorditas y un subgrupo destinado especialmente para mi, denominado: la del Rincón sin luz. Después estaban las del medio, un grupo más abultado, que lo constituían todas las niñas de la escuela que les gustaba chuparles las medias (jerga de la época) a la líder.

La líder era una niña un tanto bobalicona, que le gustaba dar órdenes, pero sobre todo le encantaba Chiquititas y se sabía todos los capítulos de memoria. Cualquier cosa que pasara en el show ella la sabía y había que preguntarle por cualquier detalle si se quería seguir las reglas del juego a la perfección.

...♥...

Era un viernes soleado de otoño, estaba por empezar el tercer y último recreo de la semana y yo tenía el presentimiento de que todo iba a cambiar. Llevaba mucho tiempo siendo la paria de la escuela y quería que esta situación se acabara de una vez por todas. Sonó la campana y me quedé sentada en el pupitre. Esperé a que todos mis compañeros salieran y me dirigí al baño. Llevaba mi vaso desplegable celeste en el bolsillo. Abrí la canilla, llené el vaso con agua hasta el borde y me moje la cara, necesitaba despabilarme, y frente al espejo me dije: hoy te convertís en héroe, frase que Mascherano no tuvo pudor en robarme y hacerla suya para siempre. Me tomé todo el vaso de agua, iba a ser un recreo difícil de digerir y necesitaba estar perfectamente hidratada. Salí con la frente en alto del baño y fui directo al lugar en donde mi destino se sellaría para siempre.

Me acerqué hasta la zona de juegos de mis compañeras. Dos de las más altas protegían la entrada. Les pedí permiso para jugar con ellas. Me miraron desde arriba y me dijeron que esperara. Una de ellas se acercó a la líder y le habló al oído. La líder me miró directo a los ojos. Noté que una lagaña amarilla cubría parte de su mirada, aunque eso no impedía que sus ojos claros me helaran la sangre. Su boca, sin embargo, no mostraba expresión alguna. Semiabierta en todo momento, dejaba caer la baba mezclada con polvo de jugo Tang que corría y manchaba su guardapolvo de un color naranja espeso. Por fin sacudió la cabeza en una afirmación un tanto dudosa y yo pasé a formar parte del grupo de juegos.

Lo que venía ahora no iba a ser fácil. Debía pretender que miraba el programa y hacerlo bien, si lo que quería era subir de escalafón jerárquico. Me asignaron un personaje y un lugar en la escena. Estábamos todas arriba de camas imaginarias y teníamos que empezar a bailar y cantar cuando se diera la orden. La líder comenzó a mover sus piernitas enérgicamente al cántico de pimpollo, tulin tulin... y todas saltaron de las camas para rodearla en un círculo de manos sueltas. Yo me acoplé al grupo e intenté imitar a mi superior. Quería hacerlo bien desde la primera vez. Sabía que una oportunidad como esta era única en la vida y debía aprovecharla. Comencé a moverme como la líder, la imitaba en todo. Si ella hacía un paso a la derecha yo también lo hacía, si movía la cabeza en círculos, yo la seguía como su propia sombra. La vida al aire libre a la que mi mamá me obligaba por no permitirme ver Chiquititas, me había dotado de una destreza especial para el baile y, este juego, no representaba ningún desafío para mí.

Una por una mis compañeras dejaron de moverse y comenzaron a formar parte de una platea imaginaria, que espectaba un show único e irrepetible. Yo seguí moviéndome cada vez con mayor energía, incluyendo también a mis brazos en la danza loca. La líder comenzó a mover más rápido sus piernas, pero las horas que había pasado sentada frente al televisor disfrutando de Chiquititas le impedían ir más ligero que a mi cuerpo entrenado en carreras de natación, escondidas y juego de bolitas.

Nada podía detenerme. Mi vida estaba cambiando para siempre y, de un momento para otro, yo pasaba de ser la paria de la sociedad a estar ocupando la cima de la jerarquía escolar. Los pies me cosquilleaban, la sonrisa me empezaba a doler en la cara y mi cabello se batía al ritmo del viento. Jamás me había sentido de esa manera. Estaba obligada a dar un final triunfal, a poner un broche de oro a este recreo inolvidable. Porque esta historia se iba a contar en todas las aulas, en todas las escuelas de Chacabuco y la zona. Todos iban a saber de mi hazaña y mi primer mandato como líder iba a ser dar por finalizada la absurda subdivisión que separaba por clases sociales a los integrantes de la escuela. Yo me iba a convertir en la salvadora y protectora de los débiles y todos juntos íbamos a poder jugar a Chiquititas en el patio de la escuela.

Entonces decidí demostrar mi mayor destreza, mi mejor audacia: La medialuna. Muchas habían intentado hacerla con resultados nefastos. Pero yo era diferente. Yo tenía el poder de triunfar donde muchos otros habían fracasado. Con la visión borrosa por las lágrimas, veía a mis compañeras rodearme en un círculo del triunfo, mientras la líder estaba fuera mirando a través de su lagaña. El momento era perfecto. Tome carrera y posicioné mis manos en forma de V. El cosquilleo en los pies no me permitía moverme con naturalidad y tuve que exigirle mayor esfuerzo a mis piernas, pero eso no iba a ser un problema para un cuerpo como el mío. Comencé a correr...

Nunca supe bien como sucedió todo. El recuerdo se volvió borroso con los años. Tal vez fue culpa de la sobrehidratación que disolvió las imágenes o del esfuerzo que aguantaron mis piernas para cumplir con mi hazaña, pero ese día resurgió una nueva jerarquía. Ya no era conocida solo por la chica que No miraba Chiquititas, sino también por la que NO podía mantener cerrado el esfínter mientras hacía la medialuna.

Ese fue el fin de mi vida social en la escuela primaria.

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