Lo adivino ya mayor, pasada esta enfermedad pasajera y necesaria que es la adolescencia y la fiebre de las hormonas, seguro y dueño de sí, caminando con paso decidido por un pasillo de cristaleras, el del undécimo piso del edificio de oficinas, la línea recta de su traje de chaqueta, impecable. Guepardo, al fin al cabo, y seguro que por entonces ya zorro viejo. Supongo que en ese tiempo tendrá la mirada aguda y condescendiente, cediendo el terreno calculado para simular ser quien no es, todo genio, como lo era en el pasillo del tercer piso: nada inocente.
Yo tengo suerte, porque no soy su presa; y como no lo sería, y él lo sabe y yo sé que lo sabe y él sabe que yo lo sé, sólo me mira penetrante y vivo, y se ríe porque los dos sabemos de su habilidad, pero callamos para poder yo observar cómo vigila...
-¿Preparado? -le pregunto, una mañana más, como siempre, mientras él controla su sitio desde el quicio de la puerta.
- Claro, Negre -me responde, con media sonrisa.