
Tenía esa extraña forma de quererme. Como un amante clandestino resbalaba los ojos por mi figura sin apenas rozarme, sin detenerse en los míos. Se escurría entre mis pestañas y dejaba impregnadas de escarcha las cuencas, que sujetaban los interrogantes que no eran contestados. Sus dedos, de cable finísimo, dibujaban esferas de algodón en el saliente de las venas que se fugaban a un sueño de lluvias, contenido en el gris, simplificando las cosas y haciendo que todo fuera más lento.
Tenía esa extraña forma de poseerme. Con ese silencio blando y eterno que reposaba en sus labios. Su aliento, relleno de niebla, a compases muy cortos se adentraba en las cavidades del cuerpo y gritaba todo lo que nunca diría. Mi boca de lana buscaba entonces las respuestas, sin tener las preguntas. A veces los dientes tropezaban en el saliente de un cerro y dormía un rato, invisible, agarrado a la flor. Después murmuraba algo como ‘amor’ y seguía viaje hasta encontrar la cueva de la laguna, formada de sedas y juncos.
Nunca tuvimos horas, porque todo se deshacía cada día en un reloj sin números y sin manecillas.
MARÍA JESÚS SILVAFotografía: María Jesús Silva
