Tenía que ser él, porque yo iba por mi sitio. No tenía ni un metro a mi derecha y no podía ceñirme más al flanco. En ese punto el asfalto estaba lleno de tierra y el ABS no me vale para un derrape lateral de ese supuesto calibre. La opción que instintivamente mantuve fue la de no mover el manillar, la de no mover nada y continuar con la trazada iniciada. La ambulancia ya estaba casi aquí. Tenía que ser el conductor quien cambiara su trazada. Y la cambió. Justo entonces volví a nacer.
Una carretera poco transitada. La ambulancia de Cogolludo habrá hecho esta senda montones de veces hacia Tamajón. No sé. No creo que haya justificación para que el conductor recortase esa curva de esa manera, esa curva ciega. No veo justificación para que un conductor de ambulancia acabe con la alegría de un día compartido con mi familia, que venía detrás, en el coche. Un día de paseo por El Casar, por Tamajón, por Cogolludo. Un día de comer cosas ricas y café con hielo. Un día de sol y de sonrisas, de quererse y de reír.