Tentetieso

Por Juancarlos53

Beatriz sentía un cariño inmenso por sus padres. Cuando cumplió los doce años comenzó a notar algo que la desasosegaba muchísimo: Remedios, Reme para familiares y amigos, vamos, su madre, ya no le prestaba la atención de antes. «¿Me habré hecho mayor y por eso mamá ya no se siente obligada a demostrarme afecto? ¿Mayor? ¿Demostrar afecto? ¿Es que los padres, mamá en este caso, fingen ante sus hijos?»

Norberto, Tito para amigos y familiares, vamos, o sea, papá, a diferencia de Reme paraba poco en casa, ocupado como estaba siempre en los negocios. Decía, me dijo siempre, nos decía habitualmente que la educación que nos daba a mi hermana y a mí costaba un riñón, que él quería lo mejor para nosotras, que lo mejor que podía dejarnos era una buena formación, y bla-bla-bla

—Sí, papá, pero mamá no está muy contenta con ese plan —le decía Laura, mi hermana, cada vez que el temita salía a colación

—Sí, lo sé, lo sé, ella querría que cada poco saliésemos a cenar, fuésemos al cine, invitáramos a casa a los padres de vuestras amigas… —pensaba en voz alta Norberto— Pero tampoco hace ascos a la tarjeta de crédito que yo apenas le controlo. Bueno, en fin, hijas, no quiero enfadarme, así que a otra cosa: ¿Qué tal la segunda evaluación? —concluyó.

Mis padres cuando no sabían de qué hablar con nosotras tiraban de protocolo. Y el manual lo que rezaba era que había que interesarse por lo que hacían o pensaban los hijos, así que  el colegio, la marcha de sus estudios en el insti e incluso sus amistades siempre era una buena manera de salir de una situación embrollada.

—Bien, papá, bien —soltó Laura algo enfadada —. Ya lo sabes, te lo dijimos ayer cuando te mostramos las calificaciones de final de trimestre. Y tú, por si no lo recuerdas, alabaste nuestras notas y dijiste que estabas satisfechísimo de nosotras. ¿Por qué entonces vienes ahora con estas preguntas tontas?

Laura era mayor que yo y solía ir al choque con papá y mamá. No sé por qué lo hacía. A mí me daba un poco de vergüenza oírle decir, sobre todo a papá, cosas a veces muy duras. Con mamá, no sé si sería por solidaridad de género, no se portaba de modo tan agresivo. La verdad es que mamá es un amor, más que una madre yo la veo como una amiga. Pero ¿pueden los padres ser amigos de sus hijos? A eso yo aún no sabría qué contestar, pero Laura lo tiene clarísimo; cada vez que en voz alta hago estas reflexiones y le lanzo la pregunta me responde con un taxativo NO.

—¿Te he contado lo mío con Luis? —así, de sopetón, casi sin venir a cuento me lo soltó Laura cuando papá salió de la casa sin responder a su invectiva.

—No, pero tampoco me interesa, ¿sabes? —le contesté algo enfadada dejándola en su nube de tontería. Parece mentira que ella sea la mayor, la teóricamente responsable cuando desde lo suyo con Luis está inaguantable. «Lo mío con Luis», dice la tía, ¡habrase visto!

Laura salía con Luis y, debía de ser por eso, vivía en otra galaxia. O protestaba y se incomodaba por todo y con todos, o tenía cara de pánfila y no se enteraba de la misa la media. Iba y venía mentalmente de una cosa a otra, pasaba de esto a aquello sin ilación alguna. Su anterior conato de enfado con papá era buena muestra de ello. Yo la veía como ese payaso que tanto nos divertía de niñas cuando una u otra lo golpeábamos y nunca, nunca, conseguíamos que cayera definitivamente. Estaba Laura siempre en situación inestable pero afortunadamente jamás, al menos hasta el momento, había caído en el desequilibrio más absoluto.

—¿Mamá, qué le pasa a Laura? Está tonta últimamente.

—No, Beatriz, no —me respondió mamá—, a Laura no le pasa nada grave; lo que ocurre es que está en la edad del pavo, es una adolescente de libro. No le hagas mucho caso —y me dio un beso de esos que antes me prodigaba con mayor frecuencia y que yo de unas semanas a esta parte estaba echando de menos. La felicidad que sentí al haberla recuperado de nuevo no sé cómo describirla; simplemente diré que me emocionó tanto su beso que casi, casi, se me escapó una lágrima.

—¡Ahí va, mamá, Laura está llorando! —chilló fuera de sí Laura, al verme los ojos enrojecidos tras la demostración de cariño de mamá—. Si es que es una cría, ya te lo decía yo, mami. Venga, nena, llora un poquito más. ¡Uy, qué sensible es ella!

—Deja en paz a Beatriz, Laura. A ver si os lleváis bien, hijas, parece mentira que seáis hermanas. Y tú, Laura, no olvides que eres la mayor. A ver si das ejemplo y te comportas como una chica ya casi mayor de edad y no como una eterna adolescente.

Remedios cesó en su faceta de madre educadora cuando cayó en la cuenta de que Tito no daba señales de vida. ¿A dónde habría salido de manera tan precipitada? Desde luego su comportamiento últimamente era de lo más extraño. Entraba poco y tarde en casa; y cuando lo hacía, salía a gran velocidad nada más comer o al poco de levantarse. Remedios se había acostumbrado a su papel de esposa dedicada a la educación de sus hijas; por su parte Norberto cumplía aportando dinero y medios de subsistencia más que suficientes gracias a su trabajo como Ceo de esa consultora tan prestigiosa. En los casi 20 años que llevaban casados no podía Remedios achacar nada a su marido. Pero últimamente, no sabía, algo había en el ambiente hogareño que la perturbaba. Y tenía que ver con Tito, seguro, esa manera de olvidar las notas de sus hijas o de abandonar la mesa a gran velocidad para contestar el teléfono. Desde luego Reme estaba mosca.

Todo lo que puede empeorar, lo hará sin duda alguna, formuló un tal Peter no sé cuándo. El empeoramiento eclosionó cuando Remedios fue a recoger de la tintorería esa chaqueta que tanto gustaba a Norberto y que había traído sucia del cóctel que la empresa dio por los beneficios obtenidos durante el ejercicio pasado. Allí, en la tienda, Cuca, la tintorera, al tiempo que le entregaba la chaqueta puso en sus manos unos papeles que había encontrado en el bolsillo interior de la misma. Al abrirlos y leer uno de ellos Remedios empalideció. El mundo que creía tan sólido y en el que había vivido confortablemente durante veinte años comenzó a tambalearse. Parece mentira que un simple papel pueda ocasionar tal tremolina.

—Mamá, ¿por qué lloras? —preguntó Laura a Remedios al volver del Instituto y encontrar a su madre sentada en el sofá con lágrimas en los ojos,

—Mami, ¿qué te pasa? —le dije yo nada más llegar a casa de regreso del colegio al verla llorando como una Magdalena.

—No es nada, hijas —nos respondió—, no es nada. Cosas de mayores.

—¿Cosas de mayores? —intervino Laura—. Yo ya soy mayor y no me siento a llorar por eso. Algo habrá pasado para que estés así. ¿Le ha ocurrido algo a la abuela?

—No, no, no ha pasado nada, no os preocupéis. Sólo que…

Y Remedios estalló en una llorera imparable que ninguna de sus dos hijas era capaz de contener. Ambas, Laura y Beatriz, olvidaron sus fraternales diatribas y arroparon a su madre entre sus brazos. Era evidente que algo gordo pasaba, había ocurrido o estaba a punto de suceder. La paz familiar se tambaleaba, el consistente mundo en que estas mujeres vivían se venía abajo. Las niñas aún no sabían el motivo, pero intuían que Tito tendría algo que ver en ese terremoto. De esto estaban convencidas las dos.

—Tito, vamos, papá, vuestro padre —dijo entrecortadamente Remedios— me eeesssttááá engañando —un sentido ¡ay! emergido del fondo del alma escapó de los labios de Reme, al tiempo que volvía a sumirse en sollozos y pucheros mezclados con ininteligibles vocablos—: «cabro….zo; hide…tupadre; mar…azo …»

—Mamá —intervine yo con determinación, al darme cuenta de que de las tres era la única que tenía aún la cabeza en su sitio —, nos dices de una vez qué es lo que ha pasado, has descubierto o sabes para afirmar que papá te engaña.

Remedios me miró con gesto cansado y agotada, sin fuerzas, sacó del interior de la bata que solía ponerse para estar por casa un papel doblado que me entregó. Laura vino corriendo a mi lado para no perderse nada de lo que allí pudiera estar escrito. Lo abrí con cuidado y lo único que vi fue un corazón dibujado sobre el que aparecía, constriñéndolo, una especie de junco trenzado. Bajo el corazón en letras góticas podía leerse «I love you!» 

—¿Y? —le lanzó Laura a mamá.

—¿Cómo que «Y», Lauri? Pues está bien claro. Tu padre tiene una historia con otra por ahí y ella le hace dibujitos y cosas así. Lo que no alcanzo a entender es por qué Tito pudo olvidarlo en la chaqueta que yo iba a llevarle al tinte.

—No sé, no sé, mamá , quizás no sea ese el significado del dibujo. Si te digo la verdad a mí me recuerda las tonterías que yo y mis amigas hacemos en clase cuando estamos aburridas escuchando al profe o profa de la asignatura que sea que habla y habla.

—Tú eres muy pequeña, Beatriz —dijo Laura al tiempo que me hacía a un lado y se abrazaba con mamá como queriendo indicarme que yo no sabía interpretar los mensajes que los enamorados se lanzan entre ellos—, y no sabes de qué va la vaina. Papá, así te lo digo, le está poniendo los cuernos a mamá. Mira, a mí Luis me hace eso y es que…, vamos no sé qué haría ni qué le haría.

En ese momento sonó la puerta de la calle al ser abierta desde fuera; unas llaves tintinearon mientras que quien acababa de entrar en casa las colocaba en la cerradura tras cerrar con un portazo familiar para nuestros oídos. Sí, efectivamente, era papá que volvía a casa de su trabajo. Bueno, de su trabajo o de lo que fuera que él denominaba trabajo. Las tres mujeres nos miramos consternadas: ¿qué hacer ahora, qué decirle a Norberto, a papá, quién hablaría con él…? Sin haberlo convenido optamos por hacer como si nada hubiera ocurrido. El papel delator quedó como olvidado sobre la mesa baja del salón, la que estaba frente al sofá. Que fuera lo que Dios quisiera.

—Hola, chicas —contento papá dio un beso en los labios a mamá, vamos a Reme, a la que por el momento seguía siendo su mujer. Mamá estaba pálida y no supo que decirle—. No sabéis lo contento que estoy hoy, por fin cerramos el proyecto de la textil que me ha tenido absorbido el seso estos últimos meses. —Luego su mirada se posó en el papel que contenía el corazón dibujado; lo tomó con indiferencia en sus manos, lo desarrugó mientras seguía hablando de manera exultante y cuando el rojo corazón constreñido apareció ante sus ojos exclamó—: ¡Ah, coño, mira donde estaba el esbozo del lema publicitario de la campaña!

Me levanté y tras pasar junto a la mesa pegué un manotazo al tentetieso que llevaba tiempo a punto de quedar tumbado definitivamente. Recobró la posición de siempre. Me fijé en las facciones de payaso, de Jóker, que tenía el muñeco y me dio la impresión de que su boca y sus ojos se abrieron en una sonriente, enorme y enigmática mueca.