Revista Opinión

Teología de la gracia ¿un discurso abstracto ininteligible para la mayoría de los fieles?

Por Beatriz
Aviso: hay nuevas publicaciones en el blog "Charlemos sobre la Gracia".
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Todos los autores del Nuevo Testamento coinciden en afirmar que la gracia es la plena y perfecta revelación de Dios. Con el término gracia caracterizan igualmente la originalidad fundamental de la nueva existencia de los creyentes y la forma de vida propuesta a las comunidades que constituyen la Iglesia.
La reflexión paulina destaca este mensaje como lo esencial de su evangelio y como lo característico de la existencia cristiana: «No estáis bajo la ley, sino bajo la gracia» (Rom 6,14; cf Gál 5,13-18). Tal es la doctrina central de las grandes epístolas paulinas: «Todos los que creen son justificados gratuitamente por la gracia en virtud de la redención de Cristo Jesús» (Rom 3,24). En este texto se entrelazan los tres aspectos de la salvación evangélica: gracia, justificación y fe.
El cuarto evangelio sintetiza igualmente en términos de gracia la misión salvadora de Jesús: «El Verbo... Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad (=atributos de Yavé: 'misericordia y fidelidad')..., de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia; porque la ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo» (Jn 1,14.16-17). Pero lo que aquí nos interesa destacar son las diversas perspectivas y enfoques que adoptan los distintos autores, perspectivas que a veces parecen contradictorias, pero que no lo son cuando se sitúan en su adecuado contexto y se tienen en cuenta las preocupaciones del autor del texto o de sus destinatarios.
Así, por ejemplo, la carta a los Hebreos presenta la adhesión a Cristo, nuestro «sumo sacerdote extraordinario« (4,14) ­misterio central de la Nueva Alianza, su novedad más original­, en la perspectiva del Antiguo Testamento: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, a fin de recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno auxilio» (4,16; ver también: 2,9; 10,29; 12,15.28; 13,9). También san Lucas se sitúa en perspectiva veterotestamentaria: María «halla gracia delante de Dios» (Le 1,30). En efecto: el término charis usado en estos textos es una traducción del hebreo Hen, con el que se designa el rasgo y la cualidad de una persona que hace que otro le profese sentimientos de benevolencia. Consiste en ser agradable a juicio de otro. El término Hen conoce un empleo profano (Prov 1,9; 3,22; Sa! 45,3; Est 2,17; 5,2; Gén 32,6; 39,4) y un uso propiamente religioso, para describir la intervención salvadora de Yavé y la elección que hace de su pueblo y de sus amigos. Y se expresa en la fórmula «hallar gracia a los ojos de Yavé». Desde Noé, que «halla gracia a los ojos de Yavé» (Gén 6,8) pasando por Moisés que desea gozar del favor de Dios (Ex 3,21; 11,3; 33,12-17), esta fórmula designa la predilección divina, concretizada en la elección de alguien para establecer o restablecer la Alianza. La fórmula «hallar gracia» expresa la calidad y la evolución de las relaciones de Dios con los hombres que elige en el interior de la Alianza.
Otros autores, como Mateo y Marcos, no emplean el término charis. Esto no quiere decir que allí no aparezca la realidad que Pablo designa con ese término. Mateo y Marcos sitúan la vida, el ministerio y la muerte de Jesús en la perspectiva de la gracia bíblica. El «reino» destaca como un don de la bondad del padre, la epifanía de su bondad, de su iniciativa, ofrecido gratuitamente a los pequeños, a los pobres, a los pecadores, sin tener en cuenta los méritos o la justicia de los hombres (Mt 11,25-26). La revelación de la gracia por obra de Jesús culmina en su entrega a la muerte por «muchos», es decir, por todos. El Dios de la gracia es el Dios con nosotros y para nosotros, revelado en Cristo Jesús. Rechazarle significa no conocer al Padre y excluirse del reino, pues Jesús vino a salvar al pueblo de sus pecados (Mt 1,21).
En san Pablo la gracia está en estrecha relación con el proceso de la justificación: todos pecaron, pero Dios graciosamente los rehabilitó (cf Rom 3,21-24). Esta intención primordial condiciona todo su empleo del término gracia. La gracia es exaltada como una intervención gratuita cuya única explicación y único fundamento es la benevolencia divina. Pero la gracia, además, es el don por excelencia, capaz de saciar al creyente de todo bien verdadero, sin llenarle de vanidad.
En san Pablo, la gracia aparece como la antítesis del pecado, que ha sido derrotado. Uno de los textos más densos y completos es Rom 5,12-21. El versículo 5,21 viene a ser la síntesis de todo el desarrollo anterior: «Mientras el pecado reinaba dando muerte, la gracia reina concediendo un indulto que acaba en vida eterna, gracias a Jesús, Mesías, Señor nuestro». Por eso, abandonar este nuevo camino salvífico de la justificación gratuita del pecador por la fe en virtud de la cruz de Jesús, y volverse al camino antiguo, ya abolido, de la salvación «por las obras de la ley», es para el Apóstol «abandonar al que os llamó a la gracia de Cristo» (Gál 1,6).De ahí que en Rom 6,14-15; Gál 3,21; 5,4..., la gracia se encuentre en oposición directa con la «ley», una y otra personificando el doble régimen, la doble economía de la salvación: la nueva y la antigua. La gracia designa la perfección de la Nueva Alianza que viene de Dios como don perfecto y que suscita una nueva actitud en la humanidad creyente, transformada totalmente a partir del acontecimiento histórico de Cristo y renovada en lo más profundo en el corazón ­en virtud de la presencia y de la acción del Espíritu.
La catequesis, la predicación y la teología recurrirán a un lenguaje que comportará diversos matices y connotaciones. Así se distinguirá: gracia increada (= Dios, único don increado), gracia creada (= don de Dios encarnado en el hombre); gracia habitual y actual; gracia sanante (= cura las secuelas del pecado) y gracia santificante (= que santifica de nuevo al hombre); los carismas o gracia de estado (= en beneficio de los demás y no sólo de quien los recibe); gracia suficiente (= objetivamente suficiente para todos) y gracia eficaz (= sólo para algunos predestinados). Además, los teólogos se colocarán en perspectivas diversas: ontológica, espiritual, existencial...
Nosotros no vamos a entrar en todas estas distinciones, primero porque quien esté interesado puede encontrarlas en cualquier manual de los muchos editados en los años 60. Y segundo, y sobre todo, porque nos parece que nos lanzaríamos por unos caminos abstractos y prácticamente sin demasiado sentido ni interés para el creyente de hoy. No nos importa expresar nuestra opinión con toda claridad: la teología de la gracia se ha convertido, en la mayoría de los autores de manuales, en un discurso abstracto ininteligible para la mayoría de nuestros fieles.
Por eso, una vez hecha esta derivación que justifica la pluralidad de modelos para explicar la realidad de la gracia, volvemos a preguntarnos:
¿Cómo explicar la comunicación de Dios mismo?
¿Qué sentido tiene este mensaje para el hombre de hoy?
¿Cómo explicarle que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones o que donde está el Espíritu está la libertad?
¿Cómo se experimenta hoy el amor de Dios en la historia de los hombres, en mi propia historia?
¿Qué categorías emplear para no ser infieles al evangelio y a la tradición y al mismo tiempo no ser tampoco infieles a la cultura y a la reflexión actuales?
¿Cómo hacer con el hombre de hoy lo que supo hacer la segunda carta de Pedro con sus destinatarios?
Somos conscientes de nuestras limitaciones, pero con toda humildad decimos: ¡Al menos hay que intentarlo!
MARTÍN GELABERT BALLESTER
SALVACIÓN COMO HUMANIZACIÓN
Esbozo de una teología de la gracia
PAULINAS.Madrid-1985.Págs. 77-113

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