No estoy seguro de que, durante mis años de universidad como estudiante de Empresariales, apareciera en algún momento el nombre de Thorstein Veblen (Wisconsin, 1857 - California, 1929). Lo ha hecho, sin embargo, cuando he empezado a ser profesor de Economía de Bachillerato Internacional en el colegio en el que trabajo. En los manuales que uso para prepararme las clases, en los temas sobre oferta y demanda, se habla de los «bienes de Veblen», que son aquéllos en los que empieza a subir la demanda cuando los precios superar un determinado mínimo, porque sus compradores ven en ellos lo que se califica como «valor snob». Así lo traduje yo del libro de Bachillerato Internacional en inglés, y que, entiendo ahora, Carlos Mellizo traduce como «consumo ostensible».
Yo hablaba de los bienes de Veblen en mis clases y en alguna librería vi, sobre 2014, la reedición de Teoría de la clase ociosa, con su encantadora portada retro, estilo en el que suele incidir el acertado nuevo diseño de Alianza. La compré en la Feria del Libro de Madrid de 2015, en la caseta de la Librería Ecobook, especializada en economía.
Si el año pasado al acabar el curso académico leí la edición extractada de El Capital de Karl Marx realizada por César Rendueles, éste me apeteció acercarme a la Teoría de la clase ociosa de Veblen.
Como viene siendo habitual, pasaré a realizar un resumen del libro:
Prólogo de Carlos Mellizo Según el comentarista económico Rick Tilman, Thorstein Veblen «fue probablemente el economista y crítico social más penetrante que los Estados Unidos ha producido.» (pág. 9) Veblen nació en Wisconsin y fue el hijo de unos padres noruegos emigrados a Estados Unidos. «Para entonces (1884) ya ha adquirido una reputación de persona non grata en los círculos académicos de su país y le resulta imposible encontrar un puesto universitario.» (pág. 10-11) Veblen se casó con Ellen Rolfe y sus múltiples infidelidades, que su mujer se encargaba de airear, hicieron que fuese expulsado de varias universidades. Se considera a Veblen el fundador de la llamada «economía institucional», que analiza la evolución de las instituciones económicas; así, según él, el sujeto económico no es el individuo, sino el grupo o institución. La institución puede establecer sus propias normas de comportamiento, que no han de ajustarse necesariamente a una elección racional. Me interesa esta idea: siempre me ha parecido que la supuesta racionalidad de los agentes en los modelos de economía no siempre estaba justificada. Pág. 24 y 25: «El tono satírico que penetra las páginas de esta Teoría de la clase ociosa implica, obviamente, una toma de postura que en muchos aspectos puede ser entendida como una extensión del pensamiento marxista». Esta idea me interesa: al buscar información sobre el libro, antes de empezar a leerlo, leí un comentario que consideraba que a pesar del tono de burla del ensayo, Veblen defendía a la clase ociosa, y la consideraba necesaria como modelo de comportamiento consumidor por el resto de personas de la sociedad. Tras leer el libro, esta idea comentada no me parece que aparezca en él.
Prefacio Veblen comenta que su investigación «discurre por terrenos de teoría económica y generalización etnológica.»
1. Introducción La institución de la clase ociosa puede encontrarse en su desarrollo más completo en los estadios más altos de la cultura bárbara, como por ejemplo en la Europa y en el Japón feudales. En estas sociedades hay una clara distinción de clases sociales. La más alta habitualmente está exenta de los trabajos industriales, y se dedica a los “empleos honorables”: el ejercicio de las armas, o el sacerdotal; también al gobierno y a los deportes. Estos son empleos que no pueden alcanzar las clases bajas.
Veblen dice que cualquier tribu de indios de Norteamérica puede tomarse como ejemplo de sus teorías. En estas tribus existe una marcada diferencia de tareas entre hombres y mujeres y esta distinción es de carácter odioso. Las mujeres serán empleadas en las tareas útiles, que en la etapa siguiente de la evolución social serán las “tareas industriales”. «La gama de empleos industriales es una derivación de lo que en la comunidad bárbara primitiva era el trabajo de las mujeres.» Veblen habla de un salvajismo primitivo en el que no hay una jerarquía de clases económicas, y dice que esta fase de la humanidad «constituye sólo una pequeña e insignificante fracción de la raza humana.» «La institución de una clase ociosa ha emergido gradualmente durante la transición de un estado salvaje a un estado bárbaro». Para que esto ocurra deben darse unas condiciones: 1) la comunidad debe poseer un hábito de vida predatorio (guerra, caza o ambas cosas) 2) la subsistencia debe ser alcanzada de manera relativamente fácil. Las tareas dignas para la clase ociosa son aquella que se pueden clasificarse como proezas; las indignas son aquellas necesarias para la vida cotidiana. «Las que se reconocen como características sobresalientes y decisivas de una clase de actividades o de una clase social en una etapa determinada de una cultura, no retendrán la misma importancia relativa, a efectos de clasificación, en ninguna etapa posterior.» (pág. 41). En la sociedad primitiva la división de tareas entre dignas e indignas, entre proezas y lo que no son proezas, coincide con la división de tareas de los sexos. La caza y la lucha (actividades depredadoras) son propias de los hombres. «En muchas tribus de cazadores el hombre no tiene la obligación de traer a casa la presa cazada, sino que debe mandar a su mujer a que ella realice esa tarea inferior» (pág. 47) «El concepto de dignidad, valía u honor, tal y como son aplicados a las personas o a la conducta, es de primordial importancia para el desarrollo de las clases y en las distinciones de clase.» Veblen también apunta que el hombre tiene un sentido del mérito de servir para algo o de ser eficaz y del demérito de la futilidad, el despilfarro o la incapacidad. A esta actitud la llama instinto de trabajo eficaz. Este instinto de hacer las cosas bien se manifiesta en una comparación competitiva, odiosa, entre personas. El instinto de hacer las cosas bien se manifiesta en una demostración emuladora de fuerza. Para el guerrero o el cazador el botín, los trofeos de caza o de guerra son apreciados como pruebas de fuerza preeminente. Se establecerán comparaciones odiosas entre un guerrero o cazador y otro. Mientras que las armas son honorables, el manejo de herramientas o instrumentos de trabajo se ve como algo inferior. «Una cultura depredadora es impracticable en épocas primitivas hasta que las armas evolucionan hasta un punto en el que hacen del hombre un animal formidable» (pág. 52)
2. Emulación pecuniaria «La emergencia de una clase ociosa coincide con el comienzo de la propiedad.» (pág. 54). La diferenciación original de la que surge la distinción entre una clase ociosa y una clase trabajadora proviene de la división que se establece en la baja edad bárbara entre el trabajo de los hombres y el de las mujeres. «Apropiarse de mujeres es cosa que empieza de una manera clara en las primeras épocas de la cultura bárbara.» La razón original de su apropiación era la de su utilidad como trofeos. La propiedad-matrimonio hace que surja un hogar con un jefe masculino. Se produce una extensión de la esclavitud que abarca a otros cautivos y subordinados además de las mujeres. De la apropiación de las mujeres, el concepto de propiedad se extiende a los productos de su trabajo; y así surge la apropiación de cosas tanto como de personas. De este modo se va instalándose un sistema consistente de propiedad de bienes.
Veblen apunta que algunos economistas consideran que la lucha por la riqueza es algo que viene a ser en sustancia una lucha por la subsistencia. Luego, en las fases del desarrollo industrial, en vez de hablar de subsistencia se habla de “competición por aumentar las comodidades de la vida”. Veblen no está de acuerdo, él apunta: «El móvil que subyace en la raíz de la propiedad es la emulación. (…) La propiedad comenzó y llegó a convertirse en una institución humana por razones que nada tienen que ver con el mínimo necesario para subsistir. Desde el principio, el incentivo dominante fue la distinción que establece diferencias odiosas entre los diversos niveles de riqueza.» (pág. 58) La propiedad empezó siendo un botín exhibido como trofeo capturado en el ataque victorioso. La comparación odiosa en la etapa bárbara era la principal utilidad de las cosas poseídas. La fase del saqueo deja paso a una etapa posterior en la que se produce una organización del trabajo sobre la base de la propiedad privada (es decir, la posesión de esclavos). La actividad industrial va desplazando a la depredadora de la vida ordinaria, pero la acumulación de propiedad va tomando cada vez más el lugar de los trofeos del triunfo depredador. La acumulación de riqueza, en la sociedad industrial, es la base de la reputación y la estima. La propiedad se convierte en la prueba más fácilmente reconocible, diferente del hecho heroico o sobresaliente, de haber alcanzado un estimable grado de éxito. La riqueza adquirida por herencia se convierte en algo incluso más honorable que la riqueza adquirida por propio esfuerzo. «Tan pronto como el hecho de tener propiedades se convierte en la razón principal de la estima popular, también se convierte en un requisito necesario para que tengamos eso que se llama respeto por uno mismo.» «Por la naturaleza misma de la cuestión, el deseo de riqueza difícilmente puede ser saciado en ningún caso particular.», ya que el deseo de acumular riqueza no es otro que el de destacar sobre el prójimo. «La lucha es sustancialmente una lucha por la reputación sobre la base de comparaciones odiosas, no es posible llegar a ningún logro que sea verdaderamente definitivo.» La legitimidad del esfuerzo es el de poder compararse favorablemente con otros hombres.
Así se define, entonces, el concepto de comparación odiosa: «describe una comparación entre personas con la idea de calificarlas en cuanto a su mérito o valía –en un sentido estético o moral– concediéndoles y definiendo de este modo los relativos grados de complacencia con que estas personas puede legítimamente contemplarse a sí mismas y ser contempladas por otros. Una comparación odiosa es un proceso de valoración de personas con respecto a los bienes que poseen.» (pág. 66)
3. El ocio ostensible Las clases bajas necesitan trabajar, y esto hace que el trabajo no sea humillante para ellas. Acaban desarrollando un orgullo emulativo en adquirir fama de trabajar bien. Para ellos la lucha por el prestigio pecuniario se manifiesta en un aumento de diligencia y sobriedad.
Para las clases bárbaras es un orgullo abstenerse de hacer trabajos productivos: durante la etapa depredadora el trabajo productivo se asociaba a la idea de sujeción a un amo. «A fin de lograr la estima de los hombres, no basta simplemente con poseer riqueza y poder. La riqueza y el poder deben ser exhibidos.» En la etapa depredadora una vida de ocio es la prueba más directa del poder pecuniario. Abstenerse de trabajar es un requisito de la decencia. Para Veblen, el término “ocioso” no implica indolencia o pasividad; sino que habla de una manera no productiva de consumir el tiempo. El ocio honorable es el ideal del caballero. La ociosidad como ocupación tiene un estrecho parentesco con la vida del realizador de hazañas. Los buenos modales, el decoro o el comportamiento educado indican que se ha disfrutado de un grado honorable de ociosidad. Los buenos modales son una expresión de relaciones basadas en el status. «El valor de los buenos modales radica en el hecho de que son comprobante y garantía de que se ha vivido una vida ociosa.» Si la base de la propiedad privada como institución es la posesión de personas (mujeres, esclavos o siervos), la base del sistema industrial es la esclavitud que trata a los seres humanos como bienes muebles. La idea de que la nobleza es transmisible hace que al adquirir una mujer (según la concepción bárbara del mundo de la que habla Veblen) ésta se sitúe por encima del esclavo común. A la mujer se la exime de las tareas serviles como muestra de poder. Igualmente será una muestra de poder rodearse de sirvientes que cada vez hagan menos tareas útiles. La cultura bárbara ha llegado a las figuras de “la dama” y “el lacayo”. Estos lacayos o damas disfrutan del llamado ocio vicario. Así surge una clase ociosa subsidiaria o derivada, cuya función es exhibir un ocio vicario dirigido a resaltar el prestigio de la clase ociosa primaria. El siervo o la esposa han de mostrar una disposición servil y deben conocer las tácticas de la subordinación. «Si el trabajo del sirviente es indicación de que al amo le faltan medios, ello anula el propósito fundamental de su misión.»
4. El consumo ostensible Una porción de la clase servil ha de asumir una nueva y subsidiaria gama de obligaciones: el consumo vicario de bienes. En las primeras fases de la cultura depredadora, la función de los varones es consumir lo que las mujeres producen. En la etapa industrial la clase baja trabajadora sólo debe consumir aquellas cosas que son necesarias para su subsistencia; los lujos y las comodidades pertenecen a la clase ociosa. La mujer debe consumir lo que es estrictamente necesario para su mantenimiento, excepto en la medida en que un consumo extraordinario puede contribuir a la comodidad o buena reputación de su amo. El caballero establece el canon de prestigio: el caballero ya no es sólo el varón triunfal y agresivo, debe cultivar también sus gustos. De aquí surgen los buenos modales. Los regalos y el dar fiestas tienen la función de ser gastos ostensibles. Existen caballeros sin fortuna que acaban siendo siervos de los caballeros que pueden permitirse el ocio ostensible; los primeros entran al servicio de estos últimos y sus tareas pueden pasar a ser honrosas: Dama de Honor, Mayordomo de las Caballerizas del Rey… En la clase media-baja no hay pretensión de ocio por parte del jefe de familia, pero procura que su esposa pueda disfrutar del ocio vicario para preservar el buen nombre de la casa, imitando la estructura social promovida por la clase ociosa. Del desarrollo del ocio y el consumo ostensibles se desprende que la utilidad de ambos reside en el elemento de derroche: derroche de tiempo y esfuerzo o derroche de bienes.
En la sociedad moderna el consumo empieza a superar al ocio como medio de mostrar decoro. Los medios de comunicación exponen al individuo a muchos ojos que sólo pueden juzgarle cuando ven su consumo de bienes. El consumo se convierte en un elemento de mayor importancia en el nivel de vida de la ciudad que en el campo. «El ocio como medio de adquirir prestigio encuentra su origen en la arcaica distinción entre ocupaciones nobles e innobles. (…) La ociosidad es una manera de probar que se es rico.» La ociosidad ha perdido terreno frente al consumo, pero este choca contra el instinto de trabajo eficaz. Este instinto predispone a los hombres a mirar favorablemente la eficacia productiva y a censurar el despilfarro. «En la medida en que entra en conflicto con la ley del gasto ostensible, el instinto de trabajo eficaz no tanto se expresa en la insistencia en la utilidad sustancial, como en un sentido permanente de cuán odioso y estéticamente imposible resulta lo que es obviamente futil.»
Al leer este capítulo sobre el consumo ostensible y el instinto de trabajo eficaz estaba pensando que las ideas de Veblen entraban en conflicto con lo expuesto por Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (un libro al que tengo ganas de acercarme), por esto me parece relevante resaltar el siguiente párrafo: «Mientras todo el trabajo continúa siendo realizado exclusiva o habitualmente por esclavos, la indignidad de todo esfuerzo productivo está demasiado presente en la mente de los hombres y tiene demasiado poder disuasivo como para permitir que el instinto de trabajo eficaz tenga un verdadero efecto en la dirección de la utilidad industrial. Pero cuando la etapa quasi-pacífica (de esclavitud y status) pasa a la etapa pacífica del trabajo industrial (de empleos asalariados y pagos en metálico), el instinto entra en juego de manera más eficaz» (pág. 125) La energía que antes había encontrado una salida en la actividad depredadora se dirige ahora a un fin ostensiblemente útil. El ocio ostensiblemente inútil se ha convertido en algo censurable. Pero ese canon de prestigio que desestima todo empleo de naturaleza productiva está todavía ahí. Se ha producido un cambio no tanto en la sustancia como en la forma en que la clase ociosa practica el ocio ostensible. Así se han desarrollado las observancias corteses y deberes sociales de una naturaleza ceremonial. Aunque en el habla coloquial el término “derroche” implica una censura, Veblen la usa para hablar de un gasto que no favorece la vida humana. Así: «Nada debería incluirse bajo el epígrafe de derroche ostentoso excepto aquellos gastos en los que se incurre cuando se quiere hacer una comparación pecuniaria de tipo odioso.»
5. El nivel pecuniario de la vida Gastar más de lo necesario no se debe tanto a la idea de consumo ostensible como al deseo de vivir de acuerdo al nivel convencional de decoro. El gasto honorable y ostensiblemente derrochador puede llegar a ser más indispensable que el gasto que sirve para cubrir las necesidades “inferiores”. «Mientras que un retroceso es difícil, un nuevo avance en el gasto ostentoso es relativamente fácil y llega a tener lugar casi como algo natural.» El motivo es la emulación: cada clase envidia y emula a la clase que está justo por encima de ella en la escala social.
Si se concede tiempo, el radio de influencia de la clase ociosa en el esquema de vida de la comunidad en cuestiones de forma y detalle es grande. El derroche ostensible de la clase ociosa va calando a las clases más bajas, templado en mayor o menor medida por el instinto de trabajo eficaz. «Dicho en el lenguaje de la teoría económica actual: aunque los hombres se muestran reacios a reducir sus gastos en cualquier dirección, se muestran más reacios a reducir sus gastos en unas direcciones más que en otras.» Los artículos o formas de consumo a los que el consumidor se aferra con la mayor tenacidad son las llamadas “necesidades de la vida”. En cualquier caso, la propensión a la emulación –a la comparación odiosa– es un hábito antiguo y predominante para el hombre. «Con la excepción del instinto de autoconservación, la tendencia a la emulación es probablemente el más fuerte, más despierto y más persistente de los motivos económicos propiamente dichos.» «Como la cada vez más eficiente productividad industrial hace posible procurar los medios de vida con menos trabajo, las energías de los miembros activos de la comunidad se dedican a obtener más altos resultados en lo que se refiera a gasto ostensible, en vez de procurar reducir la actividad a un ritmo más cómodo.» En contra de la opinión malthusiana, según Veblen el bajo índice de natalidad de las clases sobre las que recae con mayor fuerza la exigencia de gastar para mantener la reputación se debe a la necesidad de realizar gastos ostensibles.
6. Normas pecuniarias del gusto Se consume para actuar en conformidad con el uso establecido, y se tiende al derroche ostensible. Este párrafo me encanta: «El ladrón o estafador que ha hecho una gran fortuna como resultado de su delito, tiene más probabilidades de escapar de los rigores de la ley que el simple ladronzuelo; y se le concede un cierto grado de prestigio por haber aumentado su capital y por gastar de una manera decorosa sus pertenencias tan irregularmente adquiridas.» Ahora piensen en sus países, y elijan un ejemplo. El canon del derroche ostensible es responsable de una gran porción de lo que podríamos llamar consumo devoto; es decir, el consumo de edificios sagrados, vestimentas y otros bienes de la misma especie. Por muy pobre que sea una comunidad, el santuario local está más adornado y exhibe un mayor derroche de arquitectura que las casas en las que viven los miembros de la congregación. Veblen encuentra un paralelismo entre la figura del sacerdote y la del lacayo. La misión del ejército de siervos de un dios (que estaría formado por los sacerdotes) ha de dedicarse al ocio vicario.
El gasto ostensible puede crear nuestros cánones de belleza: la mayor satisfacción que se deriva del uso y contemplación de productos costosos y supuestamente bellos es en gran medida una satisfacción de nuestro sentido de lo caro, que se disfraza bajo la máscara de lo bello. Veblen habla del uso de animales domésticos como muestra de consumo ostensible y yo pienso en los perros de raza de mi barrio y también en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, que contiene esta idea. Según Veblen, el gato es una mascota menos prestigiosa que los perros o los caballos porque derrocha menos y su temperamento no servil (puesto que una de las funciones del perro es la de actuar como siervo de su dueño o señor) no sirve como muestra de ocio ostensible.
Según Veblen, el ideal de la belleza femenina cambia según sus teorías: en el pasado las exigencias de la emulación requerían esclavas robustas, pero después se requirió una muestra ostensible de ocio vicario. Así se volvió atractivo, por ejemplo, el talle ceñido en las mujeres occidentales y los pies deformados de las mujeres chinas. Estos atributos convierten a la mujer en una consumidora de ocio vicario incapacitada para el trabajo práctico.
Según Veblen: «Las señales de costo superfluo en los bienes son señales de valor.» Tengo la impresión de que los modelos comerciales de empresas actuales como Ikea y Zara contradicen esta idea, pero también me parece que la idea de Veblen se puede adaptar a una nueva realidad: se convence a los consumidores de que es lógico gastar poco en ropa y muebles desechables y de este modo tener más dinero para hacer un consumo ostensible en otros bienes, como los tecnológicos.
Según Veblen se prefiere lo artesanal, más imperfecto, frente lo fabricado a máquina, más perfecto, por lo artesanal muestra de forma más clara el gran costo superfluo de haberlo producido así.
7. El vestido como expresión de la cultura pecuniaria Para Veblen el gasto en el vestido es un gran ejemplo de su teoría del derroche ostensible. El atavío está siempre a la vista y ofrece a los observadores una indicación de nuestra situación pecuniaria. Muchas personas se privan de comodidades y necesidades para poder pagar la cantidad de consumo derrochador en vestido que se considera decorosa. Ningún atuendo es elegante o decente si muestra efectos del trabajo manual por parte del usuario. El sombrero de copa, el bastón, la ropa blanca impoluta… tienen valor que son atuendos con los que no se puede realizar una actividad útil. La falda de las mujeres es cara e impide a su usuaria realizar un esfuerzo útil. El corsé sirve para reducir la vitalidad de la mujer, y por tanto para impedirla realizar un trabajo útil. El vestido además de ser ostensiblemente caro tiene que ser también de última moda, lo que apuntala su condición derrochadora. La ropa de la mujer, ostensiblemente inútil para el trabajo, redunda en la idea de que la mujer es un adorno del hombre, y actúa como consumidora vicaria. Los ropajes del sacerdote inciden también en la idea de que éste no debe realizar ningún esfuerzo útil.
8. Exención del trabajo industrial y conservadurismo Las instituciones cambian según lo hacen las circunstancias. Las instituciones –es decir, los hábitos mentales– bajo cuya guía viven los hombres son heredadas de un pasado anterior. Veblen define el término «conservadurismo» cuando señala que las instituciones existentes ahora no se adaptan exactamente a la situación de ahora. El reajuste de las instituciones y las opiniones habituales a un medio alterado se hace como respuesta a una presión exterior. La clase ociosa suele estar más protegida ante los cambios en el medio y por tanto adapta sus opiniones sobre lo que es justo y bueno más tarde que el resto de la población, por tanto la clase ociosa es la clase conservadora. «La función de la clase ociosa en la evolución social consiste en retrasar el movimiento y en conservar lo que es obsoleto.» Este conservadurismo ha llegado a ser reconocido como signo de respetabilidad. «Las personas rematadamente pobres, y todas aquellas personas cuyas energías están enteramente absorbidas por la lucha cotidiana por la existencia, son conservadoras porque no pueden permitirse el esfuerzo de pensar en pasado mañana; de igual manera, las personas que llevan una vida altamente próspera son conservadoras porque tienen pocas oportunidades de estar descontentas con la situación en la que se encuentran actualmente.» «El efecto que el interés pecuniario y los hábitos pecuniarios de pensamiento tienen sobre el desarrollo de las instituciones puede observarse en leyes y convenciones que tienden a garantizar la seguridad de la propiedad y el cumplimiento de los contratos.»
9. La conservación de rasgos arcaicos La existencia de una clase ociosa se impone a los individuos por educación, de forma coercitiva. La emulación pecuniaria y la exención laboral son cánones de vida. Los grupos étnicos actuales en Occidente son –según Veblen– el dolicocéfalo-rubio, el braquicéfalo-moreno y el mediterráneo (lo cierto es que aquí Veblen entra en una extraña deriva racista que no sé si venía muy a cuento). Se desarrollan varios tipos de caracteres: la variable pacífica o ante-depredadora y la variable depredadora. El hombre civilizado moderno tiende a reproducir la cultura depredadora o quasi-depredadora. El desarrollo social inicial es de tipo pacífico. La fase depredadora surge después cuando la lucha por la existencia pasa de la del grupo contra un medio no humano a luchar contra un medio humano. El la cultura bárbara la característica sobresaliente es una emulación y antagonismos incesantes entre individuos. «Estar libre de escrúpulos, de compasión, de honestidad y de respeto a la vida contribuye, dentro de ciertos límites, a fomentar el éxito del individuo dentro de la cultura pecuniaria.»
El buen funcionamiento de una comunidad industrial moderna queda mejor garantizado allí donde no se dan, en principio, los rasgos del hombre depredador. Pero hay oficios como el de abogado que tienen gran prestigio porque el abogado se ocupa sólo de los detalles del fraude depredador. El acceso a la clase ociosa se produce mediante un continuo proceso selectivo por medio del cual los individuos aptos para la competición pecuniaria son separados de las clases inferiores. En la antigüedad se podía llegar a la clase ociosa mediante la “proeza”, ahora las actitudes son pecuniarias. Este párrafo me parece muy bueno: «El tipo ideal de hombre adinerado se asemeja al tipo ideal de delincuente por su falta de escrúpulos a la hora de utilizar bienes y personas para sus propios fines, y por su total falta de consideración hacia los sentimientos y deseos de los demás, así como por no importarle en absoluto las consecuencias indirectas de sus actos; pero se diferencia de él en que posee un sentido más agudo del estatus.» «La tendencia de la vida pecuniaria es, en general, la de conservar el temperamento bárbaro, pero poniendo el fraude y la cautela, es decir, la habilidad administrativa, en lugar de esa predilección por el daño físico que caracteriza al bárbaro primitivo.» El “hombre económico” cuyo interés es el egoísta y cuyo único rasgo humano es la prudencia, es inútil para los propósitos de la industria moderna. Ésta requiere que el trabajo que se realice sea impersonal y no esté motivado por comparaciones odiosas. Actualmente la clase ociosa actúa retrasando la adaptación de la naturaleza humana a las exigencias de la vida industrial moderna.
10. Supervivencias modernas de la proeza Se da una continua criba selectiva del material humano que integra la clase ociosa. Esta selección se produce sobre la base de la aptitud para las empresas pecuniarias. La más clara expresión de la naturaleza humana arcaica es la propensión al belicismo. La clase ociosa comparte esta mentalidad belicosa con los delincuentes de clase baja. Así el “batirse en duelo” es una institución de la clase ociosa. Si el hombre primitivo adquiría prestigio mediante la proeza, el hombre moderno que vive en una sociedad en la que la guerra y el pillaje son más extraños adquiere prestigio con el éxito en los deportes: «El deporte cubre una gama de matices que van desde el combate hostil hasta la astucia y la mallurrería.» La proeza se encuentra en nuestra sociedad presente en la guerra, en las ocupaciones pecuniarias y en los juegos y deportes. «Estos dos rasgos bárbaros, ferocidad y astucia, se funden para constituir el ánimo o temperamento espiritual depredador. Son expresiones de un hábito mental estrictamente egoísta. Ambos rasgos son altamente útiles para la conveniencia individual en una vida orientada a triunfar sobre los demás. Ambos tienen también un alto valor estético. Ambos son fomentados por la cultura pecuniaria. Pero ambos son igualmente inútiles para los propósitos de la vida colectiva.»
11. La creencia en la suerte La propensión a los juegos de azar es otra característica del temperamento bárbaro. Además va en contra del carácter industrial de una sociedad. La suerte es una idea anterior a la cultura depredadora, es una modalidad de la aprehensión animalista de las cosas. En la página 314 encontramos una posible crítica a las ideas de Adam Smith: pensar que la realidad está regida por una “mano invisible” le parece a Veblen una idea puramente animista. «El hábito animista tiene una cierta significación para la teoría económica por otros motivos: 1) es un indicio bastante seguro de la presencia, y hasta cierto punto incluso del grado de potencia, de otros rasgos arcaicos que le acompañan y que son de sustancial importancia económica; y 2) las consecuencias materiales de ese código de conveniencias devotas a que da origen el hábito animista en el desarrollo de un culto antropomórfico son importantes de estas dos maneras: a) en cuanto afectan el consumo de bienes de la comunidad y los cánones que predominan en ella, tal y como ya hemos indicado en un capítulo anterior, y b) induciendo y conservando un cierto reconocimiento habitual de la relación con un superior, fortaleciendo así el sentido corriente del status y la lealtad.» «Los pueblos bárbaros que tienen un esquema de vida de carácter depredador bien desarrollado también suelen estar poseídos de un fuerte hábito animista predominante, un culto antropomórfico bien formado y un vívido sentido del status.»
12. Observancias devota «La supervivencia y eficacia de los cultos y el predominio de su programa de observancias devotas están relacionados con la institución de una clase ociosa.» El temperamento deportista es de carácter animista. Desde el punto de vista económico. El carácter deportivo se convierte gradualmente en el carácter de un devoto religioso. Otra curiosa idea que lanza Veblen sin más pruebas que las de su imaginación: hay una relación entre el temperamento deportivo y el de las clases delincuentes, ambas relacionadas con un culto antropomórfico. La vida industrial moderna es contraria al temperamento devoto. En teoría económica, el consumo de bienes y esfuerzo en el servicio de una divinidad antropomórfica significa una reducción de la vitalidad de la comunidad. Hay un sorprendente paralelismo entre el consumo que se realiza al servicio de una divinidad antropomorfa y el que se lleva a cabo al servicio de un caballero ocioso. «Entre los estudiosos de la vida criminal en las comunidades europeas, es ya un lugar común el hecho de que las clases criminales y disolutas se distinguen por ser, si acaso, más devotas, y devotas de modo más ingenuo, que la media de la población.» «Las iglesias están perdiendo la simpatía de las clases artesanas y la influencia que tenían sobre ellas.» Según Veblen, para las personas que están en contacto directo con los procesos industriales modernos la observancia devota está en vías de desaparecer.
13. Supervivencia del interés generoso «Ese residuo no odioso de la vida religiosa –el sentido de comunión con el medio con el proceso vital genérico– así como el impulso de caridad o sociabilidad, actúan de manera dominante en la formación de los hábitos mentales de los hombres para fines económicos.» «La tendencia a fines que no sean los de establecer comparaciones odiosas ha producido una multitud de organizaciones cuyo propósito es alguna obra de caridad o de mejora social.» «Muchas obras que dan ostensible muestra de un espíritu altruista y desinteresado se inician y se realizan primordialmente con vistas a realzar la reputación y aun la ganancia pecuniaria de sus promotores.» «Bajo las circunstancias propias de la posición protegida en que está situada la clase ociosa, parece, pues, haber una cierta reversión a aquellos impulsos no-competitivos que caracterizan la cultura salvaje anti-depredadora. La reversión comprende tanto el sentido del trabajo eficaz como la proclividad a la indolencia y al buen compañerismo.»
14. La educación superior como expresión de la cultura pecuniaria La clase ociosa ha ejercido una gran influencia sobre los hábitos educativos. El conocimiento en las sociedades primitivas era sobre cuestiones rituales y ceremoniales. La educación comenzó siendo un subproducto de la clase ociosa vicaria sacerdotal. El uso de la toga y el birrete, las ceremonias de iniciación y graduación… provienen de los rituales sacramentales. Según la comunidad se hace más rica y su clientela empieza a ser de clase ociosa se incide más en el ritual académico. En las sociedades industriales modernas la mujer ha accedido a la educación superior. En la sociedad bárbara la educación de la mujer debería ir enfocada a conseguir una mejor realización de los servicios domésticos y hacia conocimientos y destrezas quasi-académicas y quasi-artísticas que caben bajo el calificativo de ocio vicario. Las universidades norteamericanas suelen estar asociadas a órdenes religiosas. En la universidad la clase ociosa adquiere conocimientos jurídicos y políticos, además de administrativos. Son conocimientos que han de guiar a la clase ociosa en su tarea gubernamental, basados en los intereses de la propiedad. En las universidades de la era industrial ha ido ganando terreno el estudio de las ciencias. Sin embargo, el status para la clase ociosa sigue estando en la adquisición de conocimientos inútiles (por ejemplo, el estudio de lenguas muertas) y en el desprecio hacia lo útil (por ejemplo, el estudio de ingenierías).
Conclusión personal Teoría de la clase ociosa me ha parecido un libro bastante original, que tiene que ver con la economía, pero también con la antropología o la sociología, corrientes del pensamiento que hacia finales del siglo XX cada vez ha sido más necesario incluir en el debate económico. Veblen contradice algunas de las ideas más clásicas de la teoría económica, como la del supuesto del sujeto racional, poniendo el foco de sus ideas en una interesante idea, la de la economía institucional. Tengo la impresión de que en este ensayo hay alguna pequeña contradicción interna: a veces le cuesta salvar la dicotomía entre la tendencia al ocio y al instinto del trabajo eficaz. Esto hace que tenga más ganas ahora de leer La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber. Quizás Veblen, que escribió su ensayo en los últimos años del siglo XIX, tuvo demasiada fe en la evolución de la cultura industrial y el retroceso de la cultura depredadora. Sus ideas parecen dar fe de un mundo que se extingue, un mundo en el que no va a haber, por ejemplo, una Primera y una Segunda guerras mundiales. Y lo curioso es que precisamente su existencia hace más vigentes las teorías de Veblen sobre los residuos de la sociedad bárbara. Uno puede, por ejemplo, pensar en el nazismo y relacionarlo perfectamente con la teoría de este libro: la imposición bárbara sobre los demás, la hazaña y el ensalzamiento del deporte, la figura del líder como dios antropomórfico y el gasto en ocio y consumo ostensibles. Jorge Luis Borges incluyó Teoría de la clase ociosa en su Biblioteca personal, y existe un prólogo del libro escrito por él. John Galbraith es otro admirador de Veblen. Tengo la sensación de que Sigmund Freud leyó este ensayo de Veblen. De hecho la forma de organizar los pensamientos en Totem y tabú se asemeja un tanto a Teoría de la clase ociosa: la investigación del hombre primitivo para explicar los comportamientos del hombre moderno, y también los del joven (o el niño, en el caso de Freud) en el adulto. Existen muchos fenómenos del mundo actual que pueden explicarse según la Teoría de la clase ociosa: si uno ve la película Inside job tras leer a Veblen se dará cuenta de que entre los ejecutivos de Wall Street predominaban las pulsiones de la cultura bárbara depredadora, y el objetivo de la compra de aviones privados, por ejemplo, no era otro que el del consumo ostensible que establece comparaciones odiosas entre los hombres. Las fotos que colgamos en las redes sociales, mostrándonos en la playa, en un restaurante o en una discoteca son muestras de consumo ostensible, de la aceptación de los valores de la clase ociosa.