Este fin de semana se celebró en Berlín un importante Simposium científico, que reunió a buena parte de los más destacados economistas críticos o heterodoxos del mundo. Steve Keen publicó en su blog un resumen de su ponencia berlinesa. Esa publicación fue replicada por Paul Krugman, y esa réplica ha desencadenado en unos pocos días una copiosa e interesante polémica teórica con múltiples participantes, que en cierto modo viene a revivir la vieja polémica –Cambridge contra Cambridge, Mass.— que hace cerca de 50 años enfrentó a los discípulos directos de Keynes en Cambridge, Reino Unido, con el “keynesianismo bastardo” (Joan Robinson) de la “síntesis neoclásica” de Samuelson y sus alumnos norteamericanos de Cambridge, Mass. Lo que entonces no pasó de una polémica que los ortodoxos, aun perdiéndola, consiguieron confinar en las publicaciones y los recintos puramente académicos, es ahora una polémica pública, que se desarrolla en blogs de acceso abierto a los legos y que versa, no sobre un tema teórico-abstracto –el concepto de “capital”—, sino sobre un asunto de máxima y perentoria actualidad política y práctica, cual es el del papel que la teoría económica concede a la moneda, a la actividad bancaria, y en general, a las instituciones financieras. En este post se reproduce la réplica de Steve Keen a la primera crítica de Krugman. En otro post colgaré un gran artículo de Randall Wray sobre el alcance de esta polémica y las limitaciones neoclásicas de Krugman como fuente de su incomprensión de los problemas monetarios y financieros. Este es el texto de steve Keen:
El jetlag me ha sacado de la cama, y aquí me tenéis, en Londres, a las 5h54’ de la mañana ante el teclado, 43 minutos antes de que salga el Sol, que hoy comparecerá a las 6h37’.
Sólo que el Sol no “sale”, ¿verdad? Como todos sabemos, la Tierra rota sobre su eje en una rotación de 24 horas, y a las 6h37’ el Sol –en torno al cual gira la Tierra una vez por año— se hace visible desde Londres.
Seguimos hablando de “salida” del Sol porque resulta harto menos rarito –y harto más romántico— que hablar de “alineación radial terrestre-solar de la rotación axial de la Tierra”, que es de lo que realmente se trata. Todos sabemos que, en realidad, el Sol no “sale” en absoluto, lo que implicaría que la Tierra está quieta mientras el Sol rota en su torno: desde Copérnico, sabemos que, contra el parecer de los observadores ingenuos desde la Tierra, no es eso lo que ocurre.
Sin embargo, no sólo antes de Copérnico, sino muchísimo tiempo después de él, mucha gente siguió creyendo que esa apariencia era real: que el Sol rotaba alrededor de la Tierra, que la Tierra no sólo estaba quieta, sino que estaba quieta en el centro del Universo, que no solamente el Sol, sino todos los cuerpos celestes se movían en su torno en esferas perfectas.
Lo que nos obligó a romper con esta creencia fue el fracaso empírico de la teoría que la sustentaba y seguía dando cuenta –hasta donde podía— de las anómalas divergencias constatadas entre las predicciones de la teoría y la realidad. El tratado de Claudio Ptolomeo Mathematiké Syntaxis (Composición matemática), conocido como el Almagesto (o Gran Tratado) se publicó hacia el 150 antes de nuestra era, y suministraba un modelo plausible de las milenarias creencias geocéntricas sobre la naturaleza del Universo. Mantuvo su imperiosa vigencia hasta mucho después de que Copérnico escribiera su De revolutionibus orbium coelestium en 1543: durante décadas y décadas, no sólo la Iglesia, sino también una miríada de ungidos astrónomos ptolemaicos lucharon por la liquidación del nuevo modelo del Universo, tenido por herético y errado.
¿Y a cuenta de qué este discursito sobre astronomía? Pues porque lo que anda diciendo estos días en su blog Paul Krugman sobre la actividad bancaria recuerda metodológicamente mucho a las descripciones de los astrónomos ptolemaicos de las salidas de Sol. Krugman se muestra displicente respecto de la idea de que los bancos pueden “crear crédito de la nada”: tan displicente, en efecto, que cualquiera poco familiarizado con los hechos empíricos podría llegar a creer que su posición es tan sólida empíricamente, que ni siquiera necesita molestares en citar hechos que la respalden.
No es así; las pruebas empíricas disponibles apoyan abrumadoramente la tesis que Krugman busca despachar de un manotazo: los bancos no sólo pueden, sino que efectivamente crean “crédito de la nada”, siendo así que los controles supuestamente regulatorios de su capacidad de hacerlo resultan, y por mucho, inefectivos.
Replica Krugman:
“Cuando leo material diverso sobre la banca (…), veo a menudo expresada la idea de que los bancos pueden crear crédito de la nada. Vehementes negaciones del aserto, según el cual el préstamo bancario está limitado por sus depósitos o la base monetaria juega un papel importante; los bancos, se nos dice, apenas mantienen reservas (lo que es verdad), de modo que la creación o destrucción de reservas por parte de la Fed no tendría efectos.
“Eso es de todo punto falso, y si se piensa en cómo se supone que actúa realmente la gente –sofisticados cálculos algebraicos aparte—, debería resultar obvio que es de todo punto falso. Por lo pronto, todo banco individual tiene que prestar partiendo del dinero recibido en depósitos. Los bancarios que prestan no pueden emitir cheques de la nada; como empleados de cualquier institución financiera intermediaria, tienen que comprar activos con fondos disponibles. Espero que eso no resulte discutible, aunque a tenor de lo que pasa cuando se debate sobre la banca, me temo que hasta esta modesta afirmación levantará ampollas.
“Pero la objeción más frecuente viene a decir esto: claro que esto es verdad de cualquier banco individual, pero el dinero que prestan los bancos termina depositado en otros bancos, de modo que, al final, no hay ninguna restricción contable en el préstamo bancario, ni restricciones de reservas dignas de tal nombre.
“Eso suena un poco mejor, pero también es de todo punto falso.” (Krugman, “Banking Mysticism, continued”, 31/3/2012: http://krugman.blogs.nytimes.com/2012/03/30/banking-mysticism-continued/)
Lo cierto es que las pruebas empíricas a favor de la tesis que tan expeditivamente deshecha Krugman son tan robustas, que resulta difícil decidir por dónde empezar a la hora de refutar las hostiles fantasías ptolemaicas de Krugman. Antes de entrar en su argumento del “¡te pillé!”, se me permitirá volver por un momento a la analogía entre la teoría económica neoclásica y la astronomía ptolemaica, porque es tan robusta que merece mayor elaboración.
Ptolomeo y los walrasianos, hermanados por círculos
Los modelos geocéntricos del Universo, de los que el sistema ptolemaico es una variante, tenían 3 principios-guía, que Cardall describe así:
- 1) Todo movimiento celeste es movimiento circular uniforme
- 2) Los objetos celestes están hecho de material perfecto, y no pueden cambiar sus propiedades intrínsecas (verbigracia, su brillo)-
- 3) La Tierra se halla en el centro del Universo (Cardall, 2000)
El problema fundamental de esta teoría de base es que, manifiestamente, no casa con los hechos, debido al comportamiento de los cuerpos celestiales que ahora llamamos planetas (“viajeros”, en griego). Lejos de obedecer a un movimiento circular uniforme, esos “viajeros” viajan literalmente por todo el firmamento. No solemos percatarnos de eso hoy en día, porque no es un gran problema para nuestro modelo heliocéntrico del sistema solar, pero para los antiguos era un problemón. Una simulación realizada por David Colarusso muestra hasta qué punto el comportamiento aparente de los “viajeros” violaba los tres principios fundamentales del modelo geocéntrico.
La contribución de Ptolomeo consistió en suministrar unos “ajustes” que, manteniendo su integridad, matizaban las afirmaciones centrales para hacerlas casar mejor con los datos. Conservó el grueso del principio 1 y, entero, el 2, pero modificó el 3: “La Tierra está cerca del centro del Universo”. Con la Tierra ligeramente fuera del centro del Universo, el movimiento generalmente elíptico de “Los Viajeros” podría ahora explicarse por lo que venía a llamarse El Excéntrico. Pero su costumbre de moverse “retrógradamente” –el hecho de que ocasionalmente invirtieran su dirección en el firmamento nocturno— siguió siendo una anomalía.
Para resolver este problema, Ptolomeo agregó movimiento circular al movimiento circular. Todos los cuerpos celestes seguían describiendo todavía un gran círculo –llamado el Deferente—, pero los planetas contaban también con sus propias rotaciones sobre el Deferente en minicírculos llamados Epiciclos.
Mas ni siquiera eso bastaba, porque los planetas parecían acelerarse en trechos de su movimiento por los cielos, y desacelerarse en otros (ahora sabemos que eso ocurre porque a veces están más cerca de la tierra en sus órbitas elípticas en torno a la Tierra, y por eso parecen moverse más rápidamente). Así que Ptolomeo añadió el movimiento “Equante”: el gran círculo “Deferente” en que se movía todo planeta se dividía en segmentos mediante líneas a través de un punto que no era su centro, y el planeta se movía al mismo tiempo a través de cada segmento diversamente cortado: por eso aceleraba en los trechos largos y se desaceleraba en los cortos.
Con estos añadidos, un paradigma manifiestamente inverosímil a la vista del mundo real consiguió representarlo con un nivel tolerable de precisión. Pero el sistema resultante era extremadamente complicado, y hacía falta un enorme esfuerzo cerebral para llegar a ser un astrónomo ptolemaico. Mirando retrospectivamente a esta teoría otrora dominante, Cardall hace notar elocuentemente la intrincada complejidad de esta construcción mental absolutamente falsa, concebida para preservar la teoría frente a la acumulación de pruebas empíricas de su incapacidad para dar cuenta de la realidad:
“Que los astrónomos antiguos pudieran convencerse a sí mismos de que ese elaborado esquema seguía correspondiendo al ‘movimiento circular uniforme’, da testimonio del poder de tres ideas que ahora sabemos de todo punto falsas, pero que andaban a tal punto engranadas en las mentes de los astrónomos de entonces, que, en lo esencial, nunca fueron cuestionadas.” (Cardall, 2000)
¿Por qué trae eso a la mente a la teoría económica neoclásica? Por muchas cosas. Veamos:
Por lo pronto, hay similares principios subyacentes a los modelos DGSE [Equilibrio General Dinámico Estocástico, por sus siglas en inglés] que ahora dominan la teoría macroeconómica neoclásica, y como en el caso de la astronomía ptolemaica, esos principios subyacentes son manifiestamente incapaces de describir el mundo real. Son éstos:
- 1) Todos los mercados son sistemas de trueque que se hallan en equilibrio siempre, en ausencia de shocks exógenos (incluso durante las recesiones), y luego de un shock exógeno, rápidamente vuelven al equilibrio a través de ajustes instantáneos de los precios relativos
- 2) Las preferencias de los consumidores y la tecnología empleada por las empresas son los ‘parámetros profundos’ de la economía, y no pueden ser alterados por ninguna política puesta por obra por quienes toman decisiones de política económica
- 3) La competencia perfecta es universal, asegurando que el equilibrio descrito en el punto 1 es socialmente óptimo
Si eso fuera de verdad en el mundo real, entonces no sólo no habría una crisis ahora; tampoco habría habido nunca una Gran Depresión, y las recesiones serían simplemente acontecimientos menores estadísticamente impredictibles pero inevitables cuando el grueso de los shocks exógenos que impactan en la economía fueran negativos: con todo y con eso, serían rápidamente corregidos por ajustes en los precios relativos (salarios incluidos, ni que decir tiene).
Los economistas como Krugman –sedicentes “nuevos keynesianos”— lo que han hecho es afeitar con añadidos el núcleo de la teoría neoclásica, a fin de derivar modelos que casen con los datos del mundo real, con precios “rígidos” en vez de perfectamente flexibles, “fricciones” que desaceleran los ajustes cuantitativos y competencia imperfecta que genera resultados sociales subóptimos.
Eso es teoría económica ptolemaica: toma un modelo manifiestamente inverosímil que, en su forma más pura resulta de todo punto incapaz de dar cuenta de los datos del mundo, y añade “imperfecciones”, de modo que salve las apariencias. En su segundo post sobre bancos y creación de dinero, Krugman dice en su blog:
“Así pues, la de la cantidad de dinero que la gente elija atesorar es una cuestión diferente de la de los fondos guardados en los depósitos bancarios. Se trata de una decisión económica que responde a cosas como el ingreso, los precios, las tasas de interés, etc. En otras palabras, estamos firmemente anclados, de nuevo, en el dominio de la teoría económica corriente, en la que las decisiones se toman en los márgenes y todo eso. Los bancos son importantes, pero no nos llevan a un universo económico alternativo.
“Ahora bien; en la actual situación –esto es, en la de una trampa de liquidez— la base monetaria es, en efecto, marginalmente irrelevante, porque la gente es indiferente entre pasivos públicos de todo tipo a interés cero. Por eso no hay diferencias políticas inmediatas entre lo que dicen los heterodoxos monetarios y lo que decimos los partidarios del modelo [ortodoxo] IS-LM. [1] Pero no es así cuando las cosas son normales.”
Viajar como un ptolemaico
Krugman rechaza la idea de que los bancos pueden crear dinero –en el sentido de que “su capacidad para crear dinero no está restringida por la base monetaria”, como precisa en un añadido posterior—, un rechazo que ha de entenderse como una maniobra ptolemaica de pura cepa. Una réplica científica a esta idea habría tenido que refutarla con pruebas empíricas. En vez de eso, lo que hace Krugman es apelar a su propia autoridad y fiar el resto a la lógica deductiva (volveré brevemente sobre eso), para terminar tildando sardónicamente de “místicos bancarios” a quienes creen que los bancos y el crecimiento del crédito son importantes macroeconómicamente hablando.
Lo que Krugman exhibe aquí no es visión de alcance, sino ciega ignorancia. Una prueba reciente más de la abrumadora colección de datos que muestran que el crecimiento del crédito es un factor macroeconómico crucial es un artículo empírico escrito por esos dos conocidos bastiones de la Mística Bancaria, que son la Agencia Nacional de Investigación Económica de los EEUU y el Banco de la Reserva Federal de San Francisco. El artículo analiza 200 recesiones en 14 países durante 140 años y resume los resultados del modo que sigue:
“Este trabajo estudia el papel del apalancamiento en el ciclo económico. Basándonos en la investigación de cerca de 200 episodios recesivos en 14 países avanzados entre 1870 y 2008, descubrimos que un hecho nuevo y llamativo en el ciclo económico moderno: los auges más intensivos en crédito tienden a ser seguidos por recesiones más profundas y recuperaciones más lentas. Hemos descubierto una estrecha relación entre la tasa de crecimiento del crédito en relación con el PIB en la fase expansiva y la gravedad de la recesión subsiguiente. Usamos métodos de proyección para estudiar el impacto del apalancamiento en el comportamiento de variables macroeconómicas clave como la inversión, el fin de mes, los tipos de interés y la inflación. Los efectos del apalancamiento son particularmente intensos en recesiones que coinciden con crisis financieras, pero están también presentes de otra forma en los ciclos normales. Los notables hechos descubiertos vienen en apoyo de la idea de que los factores financieros juegan un importante papel en el ciclo económico moderno.” (Oscar Jorda et al., 2011a, Oscar Jorda et al., 2011b)
Eso decide resueltamente la disputa empírica clave –sobre si el nivel y la tasa de crecimiento de la deuda privada tienen efectos macroeconómicos— a favor de la tesis que yo sostengo.
Préstamo inmerecido
Hay también una muchedumbre de estudios que apoyan la tesis de que las reservas no restringen el crédito, que apoyan la tesis de que, si acaso, el vínculo causal es el inverso, el que va del crédito a las reservas, no de las reservas al crédito. Me referí a eso en algunos de mis últimos textos colgados en este blog, de modo que es ocioso repetirlo aquí. Pero sí que vale la pena considerar los argumentos contrarios del tipo “te pillé” avanzados por Paul [Krugman].
“Es verdad: un préstamo se deposita normalmente en otro banco; pero el que recibe el préstamo puede retirar cuando quiera los fondos, no como un cheque, sino en moneda contante y sonante. Y la moneda tiene un suministro limitado: el límite lo fijan las decisiones de la Fed. Así que, de hecho, no hay un proceso automático por el cual un incremento del préstamo bancario genere un aumento de los depósitos suficiente para respaldar ese préstamo, y un factor limitante clave de las dimensiones del balance general del banco es el volumen de la base monetaria creada por la Fed, aun en el caso de que los bancos no tengan reservas.”
Vaya. ¿El volumen monetario restringe el préstamo? ¿Dejan de prestar los bancos cuando se acercan a los límites monetarios fijados por la impresión de billetes de la Fed?
No puedo mejorar los comentarios que Neil Wilson ha hecho a este argumento de Krugman:
“Lo que Krugman necesita es empezar atendiendo a lo que pasa en el mundo real. Este último argumento suyo es un sinsentido manifiesto. Para que en el mundo real haya una restricción, tienes que tener el poder real para frenar el poder de hacer algo de otra entidad.
“Lo que sugiere Krugman es que la Fed tiene poder para limitar el volumen de dinero en emisión. En otras palabras, lo que sugiere es que, para controlar la economía, se dejarán secos los cajeros automáticos, que os responderán con un “No” cuando vayáis y tratéis de sacar efectivo en vuestra oficina bancaria.
“Se admiten apuestas sobre la cantidad de milisegundos que esto, de ocurrir, tardaría en desencadenar un pandemónium general . Aquí, en el Reino Unido, ha llegado a sugerirse que las gasolineras se quedarían sin gasolina, tan pronto como los conductores de los camiones cisterna resolvieran ir a una huelga (…). La argumentación de Krugman anda aquí peor que prendida en alfileres.”
Y aun si la Fed pudiera hacer eso, aun si tratara de controlar el préstamo bancario manipulando las reservas (algo que dejó de intentar hace cerca de 30 años), hay dos factores que resultan necesarios para convertir a la manipulación de las reservas en un mecanismo de control del préstamo bancario:
- 1) Las reservas mismas; y
- 2) Un coeficiente obligatorio entre los depósitos en los bancos y las reservas (coeficiente de reservas obligatorias)
Paul no parece percatarse del hecho de que ese coeficiente de reservas obligatorias ya no existe, a todos los efectos prácticos, en los EEUU y en buena parte de los países de la OCDE. Hay seis países que ya no tienen ninguna obligación de reserva; los EEUU la tienen, pero sólo para los depósitos de las familias. En un artículo de la OCDE de 2007 (Yueh-Yun June C. O’Brien, 2007) se puede ver, completa, la normativa actual de reservas en los EEUU. El coeficiente de reserva del 10% sólo es obligatorio para los depósitos de las familias; los depósitos de las empresas no tienen coeficiente obligatorio de reserva. Y las reservas que son obligatorias, lo son con un margen de hasta 30 días después de concedido el préstamo, momento en el cual los depósitos creados por el préstamo se han filtrado ya por el sistema bancario.
Eso, y la crisis bancaria en que nos hallamos inmersos, terminó por inspirar el ya mencionado estudio del departamento de investigación de la Reserva Federal, llegando a la conclusión de que, en efecto, el “multiplicador monetario” no existe. Carpenter y Demiralp observan que, a día de hoy, los coeficiente de reservas “se estiman en sólo una décima parte de la moneda en circulación”, y concluyen que:
“el multiplicador monetario estricto de los libros de texto no parece un medio útil para estimar las implicaciones de la política monetaria para el futuro del crecimiento monetario o del préstamo bancario.” (Seth B. Carpenter and Selva Demiralp, 2010, p. 29)
Así que una de las hojas de la tijera del “te pillé” de Paul tiene el filo harto mellado. Y si se molesta en consultar la copiosa bibliografía académica existente sobre el papel de las reservas tras el fallido experimento monetarista de los 70, comprobará que la otra hoja tampoco anda mejor: lo que hacen ahora los banqueros centrales es suministrar cualquier volumen de reservas necesario para mantener sus objetivos de tipos de interés a corto plazo.
¿Quién es, pues, el místico?
La afirmación de Krugman, según la cual quienes sostienen que los bancos juegan un papel esencial en la macroeconomía son “místicos bancarios”, se presta a una respuesta muy natural: los economistas neoclásicos como Krugman, que creen que puede modelarse el capitalismo sin dinero ni bancos son “místicos del trueque” (David Graeber, 2011). ¿Cómo diablos puede llegar nadie a creer que se puede ignorar impunemente la manifiesta realidad de que las transacciones entrañan dinero cambiable por bienes, pretendiendo, en cambio, que lo que se cambia son bienes por bienes? ¿Cómo diablos pueden sedicentes macroeconomistas ignorar la realidad institucional de los bancos?
En efecto: ¿cómo diablos? Pues porque todavía creen en un universo precopernicano, engañados por la fantaseada perfección de las Esferas.
Bibliografía mencionada
Cardall. 2000. “The Universe of Aristotle and Ptolemy,”
Carpenter, Seth B. and Selva Demiralp. 2010. “Money, Reserves, and the Transmission of Monetary Policy: Does the Money Multiplier Exist?,” Finance and Economics Discussion Series. Washington: Federal Reserve Board,
Graeber, David. 2011. Debt: The First 5,000 Years. New York: Melville House.
Jorda, Oscar; Moritz H. P. Schularick and Alan M. Taylor. 2011a. “When Credit Bites Back: Leverage, Business Cycles, and Crises,” National Bureau of Economic Research, Inc, NBER Working Papers: 17621,
Jorda, Oscar; Moritz Schularick and Alan M. Taylor. 2011b. “When Credit Bites Back: Leverage, Business Cycles, and Crises,” Federal Reserve Bank of San Francisco, Working Paper Series: 2011-27,
O’Brien, Yueh-Yun June C. 2007. “Reserve Requirement Systems in Oecd Countries.” SSRN eLibrary.
NOTA T.: [1] El modelo IS-LM (Inversión/Ahorro-Preferencia de Liquidez, por sus siglas en inglés) o modelo Hicks-Hansen es el núcleo de lo que en la postguerra convino en llamarse “síntesis neoclásica” entre el Keynes y la teoría neoclásica tradicional, devastadoramente criticada en la Teoría General. Denunciada vehementemente esta “síntesis” por los discípulos directos de Keynes en Gran Bretaña –la gran Joan Robinson habló de “keynesianismo bastardo”—, se impuso en los EEUU como “keynesianismo”, gracias en buena parte a propagandistas académicos tan eficaces como Paul Samuelson, del que Krugman fue discípulo.
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Tomado de Sin PermisoUna mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización