La jornada había sido larga en el viejo edificio del 14 Rúe del Percebe, donde la consulta privada del psicoanalista más reputado de toda la ciudad hacía las veces de vertedero intimista, frontón imaginado donde escupir toda preocupación incompatible con la conciencia. La habitación, en un ambiente sepia provocado por los interruptores con regulador de intensidad, estaba sumida en la misma calma que tienen todos los finales de jornada laboral. Tras recoger unos papeles, el licenciado se disponía a sacar una botella de vino blanco y dos vasos, escondidos a la curiosa vista de sus pacientes; escuchó la puerta sabedor de la llegada de su atractiva recepcionista, con la que compartiría algo del cariño que ya no encontraba bajo las faldas de su esposa. Pero esta vez no estaba sola, un intento de hombre, rubio y de estatura tan pequeña como la tesitura de unos timbales, esperaba en la penumbra con cara de extrema falta de amor por sí mismo y su gusto por las gafas de pasta.
-Ha llegado un paciente de última hora, Valentín Cupido Fernández.
-Parece grave, que pase.
La nerviosa figura se acercó hacia el centro de la habitación sin sacar sus manos de los bolsillos del pantalón y paseando un caramelo, quizás de miel, dentro de su boca.
-El Fernández no le pega mucho al resto de su nombre.
-Mi abuela materna enviudó siete veces, por causas ya prescritas.
-Interesante, tengo algo de prisa...
-Perdone que le moleste a estas horas doctor.
-Tranquilo, le cobraré el doble.
-Es un alivio.
-Póngase cómodo en ese sofá.
-¿Puedo quitarme los zapatos?
-Y las gafas si quiere. ¿Qué le preocupa?
-Todo empezó hace bastante tiempo, doctor. Pronto se convirtió en un constante azote que no salía de mi cabeza y, estos últimos días ya ni duermo; he perdido el apetito, sólo escucho canciones de Barry White y hasta estuve dos días sin hacer la colada, está siendo muy duro.
-Continúe, explíquese hombre.
-Pues verá, yo me dedico a una de las industrias más poderosas, la seducción.
-Nadie lo diría.
-Antes era más fácil enamorarse, ya sabe, no había televisores, la gente hablaba al llegar a casa con sus compañeros y se mantenía viva la llama más tiempo. Pero ahora, a parte de que hay parejas que rozan la treintena viviendo con sus padres, las cosas no me van igual, ya no consigo la efectividad de antaño y no sé si es que me estoy haciendo viejo o que perdí el atractivo, el gusto por lo romántico.
-¿Ha intentado informarse? Ya sabe, verse reflejado en otros casos, comparar...
-Es lo primero que hice y en qué mala hora, doctor... Consulté foros de Internet, blogs especializados, prensa rosa, amarilla y de todos los colores... Lo veo todo negro, cuando miro a la gente como lo estoy mirando a usted ahora mismo, les imagino unos cuernos virtuales encima de sus cabezas.
-Vaya, eso es interesante aunque no me sorprendería lo contrario.
-¿Voy a necesitar mucha terapia doctor?
-Dudo mucho que este caso corresponda a mi campo.
-¿Pero conoce el diagnóstico?
-Usted sólo padece una rotura de corazón.
-¿Y eso tiene cura?
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