La vida da muchas vueltas, y si bien como padres que criamos respetuosamente a nuestros hijos, hemos perdido - por esta simple elección, o alguna otra circunstancia - a algunas amistades en el camino, en otras ocasiones nos damos cuenta - gratamente - de que tenemos cosas en común con personas que creíamos pertenecían sólo a otro mundo en el que nos movíamos antes de ser padres. La universidad, por ejemplo :)
Ya han leído algunos artículos (1, 2, 3) que ha escrito para Amor Maternal, mi amiga Silvia Brandt, compañera de carrera y de maternidad, y hoy les traigo un poco de Amor Paternal, de la pluma de otro colega y amigo, compañero también de profesiones: tanto como odontólogo como como padre ;o)
Hace unos días Javier y yo chateábamos, y - para mi sorpresa - me comentó que escribía relatos cortos, así que naturalmente, le pregunté si gustaba compartir alguno con ustedes, y me ha enviado, muy generosamente (gracias Javier =), lo siguiente, ¡que lo disfruten!
New York, Madrid, Caracas. Todas las ciudades congestionadas –atestadas, dirán algunos– donde el ser humano a bordo de sus máquinas pelea por sobrevivir al menos un día más. Un escenario repleto de caos, algo parecido al Apocalipsis urbano de nuestras peores pesadillas. La perfecta tumba del buen humor, de no ser claro está, por estas criaturas adorables que llamamos nuestros hijos.
Y es que para un padre moderno, imbuido en tantas luchas cotidianas y envuelto por ese Maremágnum de situaciones estresantes, la comunicación con su propio hijo de 4 años, suele ser el salvavidas perfecto para no perecer ahogado en tantas preocupaciones. Tal vez también el pasaporte ideal para volver a ese país lejano donde nos aguarda nuestro “yo”, convertido en niño.
Quizás digo esto como entrada a una anécdota que me sucedió hace poco. Luego de todo un día de intenso trabajo, también de tráfico infernal y a escasos metros de llegar a mi casa, repica el móvil y la hermosa voz de mi esposa me informa que debo recoger a mi hijo en el colegio –lo que significó dar vuelta atrás y pasar otra media hora en las interminables colas de un lunes de fin de mes–. Tal sería la frustración, el mal humor y el cansancio reflejados en mi cara, que luego de colocarnos el cinturón de seguridad me preguntó:
– ¿Estás triste papá? Seguro que te regañaron en tu cole ¿verdad?
Esa última frase, lanzada con toda la ternura que su pronunciación de niño podía imprimirle, logró sacarme del todo del estado mental alterado en el que me encontraba. A partir de esa pregunta –que sirvió de prólogo– entablamos una bella conversación que transformó todo aquel ambiente de cargas negativas. Apagué la radio, que hasta entonces profería toda clase de ruidos, carentes del más mínimo interés de mi parte. Contesté todas las preguntas, saltamos de tema en tema, impresionándome de la profundidad de los mismos. Desde las abejas y la fabricación de miel, hasta la formación del universo y los límites hipotéticos del mismo, pasando por el antiguo Egipto con sus pirámides y faraones incluidos.
Se hizo corto, mejor dicho: –cortísimo– el trayecto de regreso a casa, donde nos recibió mi esposa, gratamente impresionada por mi cambio de humor, y es que, se lo debo a mi hijo, quien con su inocencia y su capacidad de comunicación logró darme la mejor terapia de modificación de humor.