Una declaración de consenso internacional respecto de la actividad física, la forma física y la salud (Bouchard y otros 1994) identifica seis áreas afectadas por el esfuerzo fisiológico: la forma del cuerpo, la fuerza de los huesos, la fuerza muscular, la flexibilidad del esqueleto, la forma física del motor y la forma física del metabolismo. Otras áreas que se benefician de la actividad física son la función cognitiva, la salud mental y la adaptación a la sociedad. El ejercicio se ha definido como una actividad regular que sigue un patrón específico y cuyo fin es el de lograr resultados deseables en cuanto al estado de forma, como un mejor nivel de salud general o de funcionamiento físico (Bouchard y Shephard 1994). Fontane (1990) describe la actividad física como un continuo del comportamiento físico:
1) Actividades de la vida diaria;
2) actividades instrumentales de la vida diaria;
3) actividad y ejercicio en general;
4) ejercicio para lograr una buena forma física;
5) entrenamiento físico.
Aquellos que empiezan a realizar ejercicio físico a edades tempranas tienden a seguir haciéndolo más adelante. Así, lo que una persona hace con su tiempo de ocio parece dar forma al ocio en sí y al desarrollo de éste (Mobily 1987, Mobily y otros 1991, Mobily y otros 1993). En 1995, un grupo de expertos de la OMS subrayó los efectos positivos del ejercicio físico sobre la salud al decir que la inactividad física es un desperdicio innecesario de recursos humanos. El grupo de expertos señaló que se sabe que un estilo de vida pasivo, básicamente sedentario, es un importante factor de riesgo de tener una mala salud y una capacidad funcional reducida.
A medida que aumenta la edad, la reducción de la actividad física y el creciente número de enfermedades crónicas que surgen frecuentemente en consecuencia, crean a menudo un círculo vicioso: las enfermedades y las discapacidades consiguientes reducen el nivel de actividad física, que a su vez tiene efectos adversos sobre la capacidad funcional y agrava las discapacidades producidas por las enfermedades. Un mayor grado de actividad física puede ayudar a prevenir muchos de los efectos negativos que tiene el envejecimiento sobre la capacidad funcional y la salud. La actividad física es, además, la mejor manera de romper el círculo vicioso y tomar el camino de una mejoría progresiva. Esto, por último, ayuda a las personas mayores y aumenta su grado de independencia.
Los beneficios que podrían obtenerse de un ejercicio físico razonable tienen considerablemente mayor importancia que los potenciales efectos adversos. Estos beneficios incluyen una mejoría de la capacidad funcional, de la salud y de la calidad de vida, con la correspondiente disminución de los gastos en asistencia sanitaria, tanto para la persona misma como para la sociedad en su conjunto. La actividad física no supone inconveniente inmediato alguno, aunque un ejercicio excesivamente intenso puede causar lesiones o enfermedades (o ambas) y los costes subsiguientes. Este tipo de análisis basado en el beneficio ahorrativo proporciona una base útil para evaluar campañas que fomenten la actividad física como camino para obtener una mejor salud.
Los resultados de las investigaciones indican que además de aumentar la capacidad muscular, la actividad física puede ayudar a mejorar la resistencia, el equilibrio, la movilidad de las articulaciones, la flexibilidad, la agilidad, la velocidad con la que se anda y la coordinación física en su conjunto. Asimismo, la actividad física tiene efectos favorables sobre el metabolismo, la regulación de la presión sanguínea, y la prevención de un aumento excesivo de peso. Es más, existen datos epidemiológicos que demuestran que un ejercicio enérgico y regular está relacionado con un menor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, osteoporosis, diabetes y algunos tipos de cáncer.
MOVILIDAD
Uno de los factores más importantes para determinar la capacidad funcional es la movilidad. A medida que se deteriora el sistema osteomuscular con la edad, aumentan los problemas de movilidad. Éste es uno de los cambios más significativos que afectan negativamente a la capacidad de las personas mayores para manejarse independientemente dentro de sus comunidades y tener contacto con otras personas. Una movilidad disminuida también incrementa notoriamente la necesidad de obtener distintos tipos de servicios.
La capacidad del cuerpo humano para utilizar la fuerza muscular llega a su punto máximo entre los 20 y los 30 años, y desde ese momento disminuye constantemente con la edad, de manera más significativa entre los 50 y los 60 años. En un estudio reciente, aproximadamente el 30 % de los hombres y el 50 % de las mujeres de entre 65 y 74 años no tenían la fuerza muscular suficiente para levantar el 50 % de su peso corporal (Ashton 1993). A los 70 años, los hombres generalmente son capaces de ejercer aproximadamente el 80 %, y las mujeres el 65 %, de la fuerza muscular máxima de personas jóvenes de 20 años. Estos cambios son el resultado de una reducción del tamaño y número de las células musculares. La fuerza muscular de las piernas es especialmente importante para andar, subir y bajar escaleras, y conservar la movilidad general. Subir escaleras es una manera sencilla de mejorar la fuerza muscular de las piernas. Todo ejercicio de este tipo producirá antes o después un efecto positivo sobre la calidad de la vida diaria.
Buchner y de Lateur (1991) dicen que hay una relación crítica entre la fuerza muscular y determinadas capacidades funcionales, como la capacidad para subir escaleras. Esto quiere decir que normalmente los adultos tienen mucha más fuerza que la necesaria para llevar a cabo las actividades básicas diarias. Así, si los diseñadores de los planes de acción, cuando intentan estudiar las disminuciones de la movilidad, dependen de que las personas reconozcan sus propias limitaciones funcionales, la cantidad de movilidad reducida en la población total (incluidas las personas de avanzada edad) es muy posible que sea sistemáticamente subestimada.
Los primeros cambios relacionados con la edad que pueden afectar a la movilidad son los cambios antropométricos. Estudios transversales han mostrado que la estatura y el grado de movimiento de las articulaciones tienden a disminuir con la edad (Schultz 1992). Las personas de entre 65 y 74 años son aproximadamente un 3 % más bajas que las personas de entre 18 y 24: Se cree que este hecho se debe a la disminución de los espacios en los discos intervertebrales y la cifosis asociada. Estudios transversales de las diferencias en el grado de movimiento de las articulaciones han mostrado una reducción general de éstos a medida que avanza la edad de personas mayores sanas, aunque el grado de deterioro varía sustancialmente según el grupo de personas estudiadas y el tamaño de las articulaciones. Además de cambios antropométricos relacionados con la edad, como el grado de movimiento y la fuerza de las articulaciones, otros cambios atribuibles a la edad, como la pérdida de equilibrio corporal, el cambio en la forma de andar y la reducción de la capacidad de moverse de una superficie a otra, podrían ser la razón fundamental de una movilidad física reducida.
Estudios extensivos sobre los cambios del equilibrio corporal relacionados con la edad muestran deterioros del sistema motor y del sistema sensorial que hacen que se pierda el control de la postura del cuerpo, incluso cuando no parece que haya dificultades concretas. Los cambios en el modo de caminar de las personas mayores se han documentado extensamente e incluyen los pasos y zancadas más cortos, y la disminución del grado de extensión del tobillo y de rotación de la pelvis. No obstante, éste es un tema controvertido pues no está claro si dichos cambios se deben al envejecimiento normal o si, por el contrario, son cambios patológicos relacionados con la edad. La velocidad a la que se anda está relacionada con la capacidad aeróbica (Cunningham y otros 1982), la fuerza muscular (Bassey y otros 1989), la presencia de otras enfermedades crónicas (Bendall y otros 1989), la capacidad para levantarse de una silla (Friedman y otros 1988) y la cognición (Visser 1983). Hace poco, Tinetti y colegas (1994) han iniciado una investigación sobre la confianza en la movilidad como un factor que podría afectar independientemente a dicha movilidad.
Asimismo, un estudio encontró que la dificultad para moverse dentro y fuera de casa, una baja velocidad al andar y la pérdida de fuerza muscular estaban relacionados con un aumento del riesgo de morir durante los cinco años de seguimiento del estudio (Laukkanen y otros 1995).
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