Teresa de Jesús y la familia

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

María del Puerto Alonso,
ocd Puçol

Santa Teresa era miembro de una familia muy numerosa. Su padre, don Alonso, se casó dos veces. Primero con Catalina del Peso, y, tras enviudar, con doña Beatriz, madre de la santa. Fruto de ambos matrimonios era un nutrido grupo de hijos: nueve hermanos y tres hermanas. Amigo especial y compañero de juegos en su infancia fue Rodrigo, aunque de mayor y ya fundadora, su relación más profunda fue con Lorenzo.

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En el Libro de la Vida, la Santa nos habla de su familia con gran cariño: «El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena. Era mi padre aficionado a leer buenos libros y así los tenía de romance para que leyesen sus hijos. Esto, con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de nuestra Señora y de algunos santos, comenzó a despertarme de edad, a mi parecer, de seis o siete años. Ayudábame no ver en mis padres favor sino para la virtud. Tenían muchas. Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos, porque los había gran piedad, y estando una vez en casa una de un su hermano, la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía sufrir de piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni murmurar. Muy honesto en gran manera.

Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con grandes enfermedades. Grandísima honestidad. Con ser de harta hermosura, jamás se entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella, porque con morir de treinta y tres años, ya su traje era como de persona de mucha edad. Muy apacible y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el tiempo que vivió. Murió muy cristianamente».

Pero más impactante es lo que la Santa NO CUENTA de su familia. Ahora sabemos que, aunque pertenecía a la clase de los “hidalgos” esta hidalguía fue comprada a precio de la ruina familiar, pues su abuelo paterno era judío converso y tuvo que ir con el “sambenito” por las calles de Toledo, tras lo cual, se trasladó a Ávila para poder comenzar una vida nueva. Ella guardaría celoso silencio sobre este hecho familiar, que en su época era una gran ignominia. Pero, cuando fundase nuestros conventos, sería revolucionario que no se diese importancia a los apellidos de los miembros de la comunidad, logrando así una sincera fraternidad sin distinción entre las hermanas de familias “cristianas viejas” y las que venían con alguna ascendencia judía o árabe.

No todo fueron mieles en el núcleo familiar. A su casa iban de visita primos, y parece que una de estas parientes le influyó mucho de modo negativo: «Tomé todo el daño de una parienta que trataba mucho en casa. Era de tan livianos tratos, que mi madre la había mucho procurado desviar que tratase en casa; parece adivinaba el mal que por ella me había de venir y era tanta la ocasión que había para entrar, que no había podido. A ésta que digo, me aficioné a tratar. Con ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudaba a todas las cosas de pasatiempos que yo quería, y aun me ponía en ellas y daba parte de sus conversaciones y vanidades».

Así, Teresa absorbía como una esponja tanto los malos como los buenos ejemplos: ¿Que su madre leía libros de caballería? ¡Pues ella no tenía contento si no tenía libro nuevo en sus manos! ¿Que su prima la incitaba a coquetear y tener malas conversaciones? Pues allá que se iba ella detrás. Por eso no deja de advertir: «Querría escarmentasen en mí los padres para mirar mucho en esto. Y es así que de tal manera me mudó esta conversación, que de natural y alma virtuoso no me dejó casi ninguna, y me parece me imprimía sus condiciones ella y otra que tenía la misma manera de pasatiempos»

No tarda en sospechar algo el padre y de llevarla interna a un convento de agustinas, donde Teresa, de nuevo, al contacto de buenas compañías, se vuelve a Dios y a «acostumbrarme en el bien de mi primera edad».

Ya de jovencita, también su tío don Pedro la ayuda, no ya a volver a la virtud, sino a profundizar en la fe, por medio de su ejemplo virtuoso y de la lectura de buenos libros.

Siendo ya monja, ayuda a su padre a entrar en la vida de oración. Pero ella tiene la tentación de dejarla con mil excusas. Su padre, pasó pena con esto. Nos habla Teresa: «En este tiempo dio a mi padre la enfermedad de que murió, que duró algunos días. Fuile yo a curar, estando más enferma en el alma que él en el cuerpo, en muchas vanidades». Tras el fallecimiento de su padre, un amigo de la familia, fraile dominico, ayuda a Teresa a volver a la oración. Y ella nunca más la dejó.

A la fundación del convento de San José de Ávila, le ayudaron su hermana menor, doña Juana, y su cuñado Juan de Ovalle. Su hermano Lorenzo también le ayuda en esta y otras fundaciones, a su regreso de “las Indias” (la mayor parte de los hermanos varones de Teresa fueron al Nuevo Mundo a probar fortuna) y Teresa no tarda en ejercer sobre él una verdadera guía espiritual. Así tenemos en las cartas que se conservan de la Santa: «Vuestra merced es inclinado y aun está mostrado a mucha honra. Es menester que se mortifique en esto y que no escuche a todos». O sobre la oración: «Mire que es tentación; no le acaezca más sino alabar a Dios por ello, y no piense que cuando tuviera mucho tempo tuviera más oración. Desengáñese de eso que tiempo bien empleado, como el mirar por la hacienda de sus hijos, no quita la oración. En un momento da Dios más, hartas veces, que con mucho tiempo; que no se miden sus obras por los tiempos… que hemos de servir a Dios como Él quiere y no como nosotros queremos». Y también: «No piense que siempre estorba el demonio la oración, que es misericordia de Dios quitarla algunas veces; y estoy por decir que casi es tan gran merced como cuando da mucha». Y sobre la penitencia: «Más quiere Dios su salud que su penitencia, y que obedezca».

Una hija de este hermano, llamada Teresita, entró como descalza, siendo niña, en la comunidad de Sevilla, para contento y recreo de las monjas. La Santa sufrió mucho en sus últimos días a causa de pleitos con la herencia de Lorenzo, en los que su sobrina se vio envuelta.  Teresita estuvo presente en el último viaje y muerte de la Santa. Y tres semanas después, eligió verdaderamente esa vocación, tras haber pasado duras crisis. Ella daría testimonio en los procesos de su santa tía.

Vemos cómo la familia influyó mucho en la santidad de Teresa y cómo ella trató de ayudarles en su relación con Dios. Además fundó una “familia” nueva en la Iglesia, nuestra familia. Donde todas hemos de ser hermanas y amigas…

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