Teresa de los Andes. Su vida apostólica y misión póstuma

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Ciro García, ocd

La santa chilena siente una especial urgencia misionera y evangelizadora, que se proyecta en sus catequesis y en su activa participación en las misiones rurales antes de ingresar en el Carmelo; es una excelente catequista y misionera. Presentamos el marco de este apostolado y alguna de sus características.

Su misión se prolongará después de su muerte a través de sus escritos, que constituyen el fundamento de su misión póstuma.  

1. El marco de su vida apostólica: De las misiones a la Misión

Juanita alterna sus estudios en el colegio del Sagrado Corazón y su vida de familia con una intensa actividad apostólica como catequista y misionera en las misiones populares organizadas en las haciendas familiares de Chacabuco, Cunaco, San Pablo, durante sus vacaciones estivas (1917-1919).

Lleva muy dentro su espíritu misionero. Quiere dar a conocer a Jesús a los niños y a las familias de los inquilinos, que trabajan en los fundos. Es una labor de auténtica evangelización, que desempeña con entusiasmo, poniendo en juego al servicio del Evangelio los extraordinarios recursos personales que posee: una esmerada formación cristiana y un amplio conocimiento de los misterios de la fe; pero, sobre todo, una vivencia espiritual, que la impulsa a comunicar su propia fe a las personas más necesitadas de una buena instrucción,

Tiene además especiales dotes para ello: buena voz para animar las celebraciones litúrgicas, que ella misma acompaña con el armónium y el coro casi improvisado de amigas que la ayudan en la tarea misionera; prepara a los adultos para la confesión y ayuda a los misioneros a dar la comunión, poniendo a prueba el aprendizaje de sus latines.

¿Una pionera en el campo de la catequesis y de la evangelización, que el Concilio Vaticano II (1965) confiará más tarde a los laicos y que recientemente el Papa Francisco ha instituido como nuevo ministerio? El Papa, con su Motu proprio Antiquum Ministerium, ha erigido el ministerio de los catequistas en la Iglesia (10.5.2021).

La figura y la labor catequética de Juanita encajan perfectamente en estas coordenadas. Se da en ella además una de las cualidades destacadas por el Papa en el ejercicio de este ministerio: la creatividad y la transmisión vivencial de la fe. Ésta no es tanto una suma de verdades cuanto una experiencia viva de los misterios de la fe cristiana.

Juanita sobresale en esta cualidad de la fe, que ella vive desde pequeña como un encuentro con Jesús. Por eso aprovecha las misiones para pasar largos ratos acompañando el Santísimo Sacramento en la capilla. Para ella son “días de cielo”, pues está cerca de Jesús-Eucaristía, una de sus devociones más arraigadas, y goza acercando a la eucaristía a niños, hombres y mujeres, llevando la paz y la alegría a todos ellos.

Esto explica que frecuentemente sea reclamada por sus amigas para participar en las misiones rurales de los diversos fundos. Ella accede con gusto. Y cuando no puede, las acompaña con la oración y les pide que “se acuerden de ella cuando se encuentren en su reino”, porque pueden oír misa y comulgar, mientras ella cuando se encuentra en Algarrobo, solo tiene misa los domingos.

Cuando ingresa al Carmelo sigue de cerca la organización de las misiones de los fundos. Las acompaña con la oración. Pero no sentirá envidia de sus amigas por su cercanía a Jesús-Eucaristía, porque ella en el Carmelo tiene a Jesús más cerca y puede acompañarlo todo el día, pues el Carmelo es un sagrario abierto al cielo. 

En este contexto, vamos a recoger algunos textos que reflejan su entusiasta labor catequética y su activa participación en las misiones. Destacamos algunos testimonios y algunos textos propios de Juanita, relatando las jornadas misioneras. Son textos encantadores, que subyugan al lector por su creatividad y la fuerza narrativa de sus relatos, llenos de anécdotas y de aventuras: son las aventuras propias de las misiones católicas de la época y de la región chilena, escenario de su apostolado.  

Ofrecemos aquí la descripción de estas jornadas misioneras, que se celebraban en San Enrique de Bucalemu, donde Juanita fue invitada por sus tíos el último año antes de su ingreso en el Carmelo[1]. La descripción detallada de estas misiones se debe a su primo sacerdote Jaime Fernández (1923-2012), nieto de don Domingo, fundador del fundo San Enrique de Bucalemu. Ordenado sacerdote, desarrolló una importante labor pastoral en la región de Valparaíso y contribuyó muy eficazmente al mantenimiento de las tradiciones religiosas del fundo de su abuelo.

De este mismo estilo eran las misiones que se organizaban en la hacienda de Chacabuco. Chacabuco pertenece a la comuna de Colina y Auco a la de Rinconada de Los Andes. Dista Auco 27 km de Chacabuco. En Auco-Rinconada se encuentra el actual santuario de Teresa de los Andes.

Por cuanto se refiere a la participación de Juanita, he aquí el testimonio de su hermano Lucho.

“En la hacienda de Chacabuco enseñaba con entusiasmo el catecismo a los niños campesinos. Tenía infinita paciencia con esas mentes rudas y los preparaba a la Primera Comunión. Todos querían ser enseñados por Juanita, y la Rebeca que la acompañaba, a veces se quedaba sin alumnos. Poseía un alma de apóstol”[2].

Juanita no se prodiga mucho en sus relatos sobre las misiones en Chacabuco, como lo hará después en otras haciendas familiares. Sin embargo, tenemos bastantes testimonios de su actividad apostólica en esta hacienda familiar. Uno de ellos es el de Elena Salas, una de sus amigas más íntimas, compañera de colegio, que ingresó en 1921 en las Religiosas del Sagrado Corazón.

Las misiones eran una de las tareas apostólicas que más le entusiasmaban, Participaba muy activamente en ellas, enseñando el catecismo a los niños, preparando a los adultos para la confesión y animando las celebraciones litúrgicas con música y cánticos. Son constantes las alusiones que hace en sus cartas relatando su celebración y pidiendo también oraciones para obtener los frutos deseados. 

Destacamos su estilo de catequesis, recogiendo algunos testimonios más significativos: la declaración de doña Lucía, su mamá, en los procesos; el testimonio de Isabel de la Trinidad, destacando sus catequesis en la hacienda de Chacabuco. Era un placer escuchar a Juanita, como testimonian el padre jesuita Francisco Lyon Subercaseux e Ignacio Domínguez Solar.

Otra particularidad que le ofrecían las misiones era acompañar al Santísimo en largos ratos de oración en la capilla, cuando las tareas apostólicas se lo permitían[3]. Lleva tan dentro las misiones, que desde el Carmelo participa espiritualmente en ellas, acompañando a su hermana Rebeca o a sus amigas que las organizan en colaboración con los misioneros.

Mientras tanto, ella va madurando en el Carmelo su misión apostólica más amplia: dar a conocer el amor misericordioso de Jesús y orar por la conversión de los pecadores. Su misión, después de su muerte, se convertirá en su misión póstuma, que transmite en su Diario y en sus Cartas y que abordamos en el siguiente apartado, previa una valoración de la actualidad de su tarea catequética y misionera.

Como indicamos al principio, está en sintonía con las directrices del Papa Francisco en su Motu proprio Antiquum Ministerium; es la tarea de la Iglesia a lo largo de su historia, en la que resuenan muchas de las inquietudes apostólicas de Juanita, elevadas ahora al rango de nuevo ministerio eclesial.

Con la institución del ministerio de los catequistas, el Papa Francisco quiere que los fieles tomen conciencia de su misión en la tarea evangelizadora de la Iglesia. Su objetivo es que el Evangelio permanezca siempre vivo y actual en la familia, como una noticia gozosa (Evanvelii gaudium), e impregne nuestra sociedad como una cultura del encuentro y de la fraternidad. Invita a los catequistas a realizar esta tarea con sentido de creatividad bajo la acción del Espíritu Santo.

Dentro del Carmelo, si comparamos la actividad apostólica y misionera de Teresa de los Andes con la de Teresa de Lisieux y la de Isabel de la Trinidad, en cuya espiritualidad se inspira, podemos decir que en la santa chilena adquieren resonancias más hondas que se traducen en un compromiso activo y personal, de unas dimensiones que van más allá del ámbito apostólico y misionero de las dos santas francesas.

Respecto a Teresa de Lisieux, que ha sido declarada patrona de las misiones, esta afirmación parece sorprendente. Pero está avalada por los numerosos testimonios de su actividad apostólica y por los propios relatos sobre las misiones en las que participa. Tal vez la diferencia radique en el hecho de que Teresa de los Andes no nos ofrece una reflexión de su propia experiencia y del alcance universal de su misión, que descubrirá ya dentro del Carmelo. Le faltó tiempo para ahondar en esta experiencia.

En este sentido podemos afirmar que la experiencia misionera de ambas converge en el mismo vértice: dar a conocer el amor misericordioso de Jesús y el misterio de salvación con su ofrenda personal y su propio testimonio de vida. Tal vez, otra diferencia a señalar es que la experiencia misionera de Teresa de los Andes queda más circunscrita a unos espacios geográficos que la confinan dentro de la cordillera andina, pero sin cruzar sus fronteras. Sin embargo, su misión se extenderá universalmente en todo el mundo, gracias a sus escritos.

Otro aspecto a señalar dentro de este paralelismo entre la misión de Teresa de Lisieux y la de Teresa de los Andes, es su preparación y formación religiosas para la misión que ambas desempeñan en la corta historia de su vida. La de la “pequeña” Teresa chilena, tiene una fundamentación religiosa y cultural más amplia. Pero la fuente más rica de la misión de ambas es la propia experiencia, que alcanza en las dos una dimensión insospechada.

Finalmente, otra importante diferencia – ésta compartida con Isabel de la Trinidad – es la conciencia que tiene de su misión póstuma. Teresa de los Andes llega un poco más tarde o no tuvo tiempo de descubrir claramente esta misión. Pero se desprende de sus palabras, cuando se plantea la destrucción de sus manuscritos. Providencialmente no fueron destruidos, consciente de que harían mucho bien a las personas que los leyeran.

Aquí nos interesa descubrir el alcance de su misión apostólica, su paralelismo con la de sus hermanas carmelitas francesas, casi coetáneas, y su sintonía con el nuevo ministerio eclesial de la catequesis instituido por el Papa Francisco.

 

2.Conciencia de su misión póstuma

Sin duda, la afirmación más clara sobre su misión póstuma es la proclamación del amor misericordioso de Dios: que Dios sea conocido y amado. Es el mensaje de todos sus escritos, su legado carismático y eclesial.

Su experiencia del amor de Dios, enraizada en el amor humano, la transciende en el tiempo y en el espacio; dura eternamente. Éste es el mensaje que transmite en toda su correspondencia, invitando a sus interlocutores a vivir y proclamar este amor de Dios, manifestado por el Espíritu Santo en Jesús, en su divino Corazón y en la Eucaristía. Lo hace tomando como modelo de acogida y de anuncio a la Virgen Santísima. Ésta es la misión que Juanita confía a todos los que quieren seguir su camino.

Ella es consciente de que sus escritos son una guía en este camino. Por eso, al ingresar en el Carmelo, se preocupa de su destino final: ¿destruirlos, echarlos al fuego, hacerlos desparecer?

Así se lo propone a su director espiritual, el padre José Blanch (C 90). Pero piensa que pueden hacer mucho bien. Por eso, ante las dudas de hacerlos desaparecer, abiertamente confiesa.

Mis deseos son echarlos al fuego para desaparecer para siempre a las criaturas. Y por otro lado veo que, si lo leen, verán la bondad del Divino Maestro que tanto me ha amado siendo yo tan ingrata y pecadora (C 90).

Se percibe en estas palabras la conciencia de una misión póstuma, que viene anunciada proféticamente por su madre en carta a la M. Angélica. Y va más allá de la conservación y transmisión de sus escritos.

Quiere ante todo atraer hacia el Cielo a su familia, como escribe a su padre al día siguiente de su ingreso:  He principiado ya mi misión de rogar constantemente por los míos (C 94). Mi papacito querido, siento la necesidad de llevarlo hacia Él […] Se inmola y sacrifica por todos, su papá, su mamá y sus hermanos, por el bien de sus almas y de sus cuerpos; quiere atraerlos a todos hacia Él (C 150).

Quiere atraer particularmente a Lucho, su “hermano querido”. En él se cumplió cabalmente la misión de Juanita de atraer a los suyos a Jesús. Al final de su vida tuvo un confesor, al que acudía con cierta regularidad; murió muy cristianamente en 1984.

Pero sobre todo Juanita quiere atraer al Carmelo a su hermana Rebeca, para que ocupe su puesto y continúe su misión, pues tenía el presentimiento de que iba a morir joven (D 10). Así se lo manifiesta en la primera carta que le escribe desde el Carmelo: No sabes lo que gocé con tus cartitas. Ellas me han revelado más aún tu generosidad para con Dios. Pero lo que más me gustó fueron las palabras en que me dices que ruegue para que tú también obtengas la felicidad de que yo disfruto. ¡Qué dicha más inmensa sería para mi corazón si algún día pertenecieras por completo a N. Señor! Solo le pido, por ahora, que se cumpla en ti su divina voluntad; y eso solo pídelo tú también (C 98).

Con ocasión de su toma de hábito, le dice a su hermana que tiene que pedir hueco en el Carmelo. Se lo dice primero a su madre: A la Rebeca dígale que dentro de unos días le escribiré y que el día de mi toma de hábito tiene ella que pedir hueco (C 135: 30 de septiembre de 1919). La misma Juanita, en la última carta que escribe a su hermana, quiere que comparta la felicidad de su vocación: Quisiera participarte mi dicha de ser toda de Dios, y te diré hablándote con confianza: encuentro que Dios obra maravillosamente en tu alma para atraerte a Sí (C 159: 2 de febrero de 1920).

Pero no se trata simplemente de atraerla al Carmelo, sino de atraerla al amor de Dios, para que lo conozca y lo ame y lo haga conocer y amar. Así se lo comunica en la carta 114, del 12 de julio de 1919. Es una carta ya comentada, que hay que leer en esta clave. Recogemos algunos de sus deseos más ardientes de comunicar a su hermana su experiencia del amor de Dios, para que también ella le ame y sea toda de Jesús:

  • ¡Cómo ruego por ti, mi pichita querida, para que seas completamente de Jesús!
  • «Solo Dios basta». Búscalo a Él y lo encontrarás todo.
  • Obra por amor a Él. No busques el agrado de las criaturas. ¡Se equivocan tanto en sus ..!
  • Dios te penetra en cada instante cual si fueras la única criatura
  • ¡Cómo quisiera penetrarte en estos pensamientos que hacen que todo desaparezca, para no tener nada ante sí sino a Dios!
  • Para esto, hermanita, hemos sido creadas: para alabar y amar a Dios. Todo lo demás es nada, es vanidad.
  • Me faltan palabras, hermanita, para expresar la dicha divina que experimento. Siento al Infinito, al Eterno, al Santo todopoderoso, al sapientísimo Dios unido con la nada pecadora. Entonces adoro y más amo.
  • Pídele que lo conozcas y que te conozca.
  • Piensa que Dios te está amando en ese momento infinitamente, se está ocupando de ti como si no existiera en el mundo criatura alguna;
  • Cuánto rogaré por ti, hermanita querida, ese día (su toma de hábito); no para que seas religiosa, sino para que seas toda de Dios.

Así es como Dios obra maravillosamente en el alma de Rebeca para atraerla a Sí, como le dice en la última carta. Y ciertamente, Dios va obrando en ella suscitando su vocación al Carmelo, para continuar la misión de su hermana.

Rebeca ingresó de hecho a los siete meses de la muerte de su hermana, para cubrir su puesto. Conocemos ya la estrecha relación que existía entre las dos hermanas. Esta relación adquiere ahora un sentido espiritual y carismático, que las identifica en una misma misión, al servicio del Carmelo y de la Iglesia.

No podemos menos de evocar aquí – aunque sea brevemente – el perfil biográfico de Rebeca, trazado por la Hna. cronista del convento unos años más tarde:

Se llamaba Rebeca Fernández Solar; había nacido en Santiago el 15 de abril de 1902. Hermana de Juanita Fernández Solar, que ya es conocida y venerada como santa Teresa de Los Andes. Rebeca fue educada en el mismo centro familiar de robusta fe y de acendrado cristianismo. Juanita la llamaba “eco de su alma’’, y en realidad fueron hermanas y amigas hasta compartir de corazón toda la vida. El inmenso cariño que se tenían las ayudaba a superar las diferencias de carácter e inclinaciones. Rebeca también llevaba una profunda vida de piedad y de oración, pero en el ejercicio de la virtud no escaló tan rápido ni con tanto tesón. A pesar de los ejemplos de su hermana mayor, Rebeca se dejaba atraer por los halagos del mundo y a veces, en el colegio, su carácter fuerte le hacía malas jugadas. Le costó aceptar la vocación de Juanita, no por falta de comprensión sino precisamente por el dolor inmenso que significaba separarse, pues, aunque eran tan distintas en su manera de ser, formaban un solo corazón y una sola alma.

Juanita y Rebeca, aunque temperamentalmente distintas, han sido dos hermanas inseparables: la misma intensa vida familiar; la misma espiritualidad y el mismo colegio del Sagrado Corazón; la misma preocupación apostólica y misionera; las mismas amigas con las mismas inquietudes; y finalmente, la misma vocación y la misma misión.

Así testifica Juanita esta unión entre las dos en carta a la M. Angélica: Se lo aseguro, mi queridísima Madre, que no creo existan hermanas tan unidas. N. Señor ha puesto en su alma últimamente un valor para el sacrificio y resignación, que no puedo menos de admirarla (C 62).

En las cartas que escribe a Rebeca desde el Carmelo hemos visto cómo Juanita va guiando sus pasos hacia esta misión final, que ha de complementar la suya propia. Rebeca ingresa en el Carmelo de Los Andes con el nombre de Teresa del Divino Corazón.

Consciente del valor de los escritos de su hermana, se empeña a fondo en su transcripción. A ella debemos la transmisión de su Diario y muchas de sus Cartas. Esta transcripción es como una primera prolongación de su misión póstuma.

Ciertamente, la conciencia de su misión póstuma no es tan clara como en Teresa de Lisieux (“Lluvia de rosas”) o en Isabel de la Trinidad (“Alabanza de gloria”). De ahí que algunos de sus biógrafos nos ofrezcan una interpretación diversa.

Entre ellos destaca la valoración que nos ofrece Valentín Carro, jesuita y autor de una de sus biografías más documentadas. Su pensamiento tiene varias matizaciones, que no es fácil resumir. Por eso preferimos trascribir íntegro su texto, que por otra parte no es accesible a nuestros lectores.

Recogemos la conclusión de su libro sobre la misión de Teresa de los Andes. “Su misión en este mundo era sacrificarse, inmolarse por lograr que todos los seres humanos conozcan y respondan al amor de Dios”. Después del análisis de los textos, concluye con un interrogante: “¿No será esta misma la misión de Teresa de los Andes glorificada en el cielo?”

He aquí el texto completo del P. Valentín Carro, SJ, uno de sus biógrafos más documentados.

Misión de Santa Teresa de los Andes. Sta. Teresa del Niño Jesús, a quien Teresa de los Andes veneró e imitó desde adolescente, manifestó repetidamente que su misión en el cielo iba a ser bajar a la tierra para hacer en ella el bien hasta el fin del mundo38. La Bta. (Santa) Isabel de la Trinidad, la otra joven Carmelita que sirvió de guía a Teresa, previó también su misión póstuma: no bajaría del cielo; pero desde allí procuraría atraer a las almas al recogimiento interior39. Al terminar este estudio nos podemos preguntar: ¿Previó Teresa de los Andes alguna misión propia suya cuando llegase a gozar de Dios en la eternidad para con los que aún estaban luchando en este mundo? ¿Lo anunció claramente?

Un mes antes de morir, Teresa suplicó al P. Blanch que reclamara a Dª. Lucía los 5 cuadernos de su Diario para echarlos al fuego. Se reafirmaba en la idea que había expresado un año antes: «Es preciso que, cuando me encierre en el Carmelo, mueran estos recuerdos del destierro para no vivir sino la vida escondida en Cristo (…). Hay favores que Dios hace a las almas escogidas que no se deben saber y que solo el alma debe recordar» (D 52). Sin embargo, el P. Blanch, quizás por falta de tiempo, no hizo nada y esos cuadernos del Diario se salvaron.

Pero quedaba el cuaderno del Diario donde Teresa había anotado sus experiencias espirituales de los primeros meses del Carmelo. Tal vez la enfermedad de la M. Priora, que la impidió a ésta acompañar a su novicia en los últimos y más dolorosos días, no dio ocasión a Teresa de pedirle que destruyera también ese último cuaderno.

Lo cierto es que, al faltar a su lado la M. Angélica, a nadie comunicó sus deseos ni en ese sentido ni en otro. Teresa se había propuesto -ya lo sabemos- no hablar de sí misma en Comunidad (D 56). Es más: «vivir completamente eclipsada para las criaturas, no hablando de mí misma, no dando mi opinión en nada si no me lo preguntan, no llamando la atención por nada» (D 58, 21. Nov. l919). Y así lo cumplió hasta en esos diez últimos días de su vida.

Solo llamó la atención por su misterioso delirio. De las pocas frases que se conservan de esos días solo en una nos reveló su interior: cuando dijo que se había ofrecido como víctima y que “la víctima de amor tenía que subir al Calvario». Hallándose enferma la M. Priora, nadie pudo descubrir lo que por dentro de aquella joven novicia carmelita sucedía al ir a encontrarse para siempre con su Todo amado.

Por eso podemos afirmar que no nos consta que hablase, particularmente en su última enfermedad, sobre una misión póstuma. ¿Pero no recibió ninguna luz de Dios sobre ello? No parece muy compatible con ese afán de ocultamiento que se percibe en Teresa, de forma especial en sus últimos días. Sin embargo, tratemos de buscar una respuesta por otro camino.

Nos han quedado providencialmente su Diario y sus Cartas y en ellas aparecen sus ideales, lo que Dios pedía de ella. Resalta, sobre todo, su vocación de víctima. Lo hemos recordado a lo largo de este estudio. Y hemos subrayado varias frases que explican el porqué de sus sufrimientos. Recordémoslos:

1) «Él me dijo que yo sufriría la purificación por medio del amor, pues quería hacerme muy suya» (C 122). La purificación, sobre todo la interior, tenía una finalidad: la unión mística; y como ésta iba a ser muy elevada («quería hacerme muy suya»), necesitaba una purificación extraordinaria.

2) «Quiero que Jesús me triture interiormente para ser hostia pura donde Él pueda descansar. Quiero estar sedienta de amor para que otras almas posean ese amor que esta pobre carmelita tanto desea» (C 145). El sufrimiento interior se orienta a un fin doble: Amor reparador («hostia donde Él pueda descansar»); y amor apostólico («que otras almas posean ese amor»), y, lo mismo que su ofrecimiento como víctima, no se refiere a solos sus hermanos sino a todos; pero en realidad es un solo amor, como una sola moneda con dos caras.

Añadamos a estos dos textos la frase que anota en su Diario el 17 de Mayo de 1919 (a los pocos días de entrar Carmelita): «Me ofrecí (a N. Señor) como víctima para que manifestara a las almas su infinito amor» (D 54).

Comparemos estos dos textos con la frase al P. Colom que hemos explicado y veremos que su coincidencia es casi total: «Mi fin principal es sacrificarme porque el amor del Corazón de Jesús sea conocido» (C 116). Es decir, la finalidad del sacrificio (de la inmolación victimal) es apostólica: lograr que el amor del Corazón de Jesús sea conocido y amado. Este mismo fin lo expresa Teresa de otras formas en varios pasajes más.

— «Le aseguro… que es hambre, que es sed insaciable la que siento porque las almas busquen a Dios. Pero que la busquen no por el temor, sino por la confianza en su Divino Amor» (C 104).

— «¡Cómo quisiera hacer que todos lo amen (a Dios), pero que antes lo conozcan! (C 60).

“Me duele el alma al ver que el Amor no es conocido!» (C 121).

“¡Cómo quisiera atar los corazones de las criaturas y rendirlas al Amor divino! (…). Es martirio, Lucho, el que padezco al ver que corazones nobles y bien nacidos, corazones capaces para amar el bien, no aman al Bien inmutable…» (C 107).

Estos textos, brevemente recordados, nos permiten afirmar que en el pensamiento de Teresa de los Andes su misión en este mundo era sacrificarse, inmolarse por lograr que todos los seres humanos conozcan y correspondan al amor del Dios Trino, manifestado en el amor de N. Señor Jesucristo. Y que correspondan los hombres con un amor que los lleve a la abnegación propia y a la entrega por el prójimo, puesto que «el amor a nuestros semejantes es la medida del amor de Dios» (C 82). ¿No será esta misma la misión de Teresa de los Andes glorificada en el Cielo?[4]

Estas palabras del jesuita Valentín Carro iluminan del tema de la vocación póstuma de Teresa de los Andes, que hemos esbozado a propósito de la cuestión que se plantea sobre la destrucción de su Diario. Y nos dejan un camino abierto a su misión universal.

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[1] Los tíos de Juanita fueron sus padrinos de bautizo, que la tenían particular afecto y la invitaron al fundo de San Enrique de Bucalemu, adonde “viajó en tren desde Santiago a Llolleo con su madre Lucía y sus hermanos Luis e Ignacio. Los esperaban sus tíos y primos para trasladarlas en auto hasta el fundo. Los dormitorios habían sido preparados con esmero por la dueña de casa y la pieza que le asignaron era muy confortable y soleada; tenía dos camas de bronce separadas por un alto velador, un inmenso ropero de fina madera, una cómoda y por único adorno un crucifijo. Dicha pieza se mantiene casi intacta hasta hoy” (Casas de Bucalemu. 400 Años de Tradición  (1549-2012), p. 100. Su estancia en San Enrique fue muy feliz, como escribe a su hermana Rebeca (C 70).

[2] LUCHO, Teresa de los Andes vista por su hermano Lucho. p. 32.

[4] Valentín Carro, Mi centro y mi morada, Monte Carmelo, Burgos, 1995, p. 187-191.