En 1654, Mademoiselle d’Escudery escribió el Mapa de la ternura, que tuvo gran éxito entre los aficionados a la poesía galante y amorosa y dio origen a una cartografía sentimental detalladísima y –todo hay que decirlo– un poco cursi. No me extraña su éxito porque la ternura es un delicioso y trascendental sentimiento que, a mi juicio, protagoniza una de las grandes aventuras de la afectividad humana.No deben olvidar que los sentimientos no son intemporales, sino que tienen historia. Son híbridos de naturaleza y cultura. Las situaciones sociales, las creencias, las modas van modificándolos. Así ha sucedido con los sentimientos familiares o con los sentimientos hacia la naturaleza o hacia los extranjeros. La compasión ha sido elogiada y denostada, y lo mismo sucede con el sentimiento patriótico, del que prometo hablarles en otra entrega. Pues bien, la ternura ha provocado un cambio profundo en las relaciones humanas, y creo que debe provocar al menos otro más. Ya lo entenderán luego.Todas las emociones tienen un mismo esquema. Un desencadenante las provoca, y ellas, a su vez, provocan consecuencias. En el miedo, el desencadenante es la detección de un peligro, verdadero o falso, y las consecuencias pueden ser cuatro: huida, ataque, inmovilidad, sumisión. En la ternura, el desencadenante es un ser animado –un bebé o un cachorro, por ejemplo cuya pequeñez o vulnerabilidad conmueve, “emociona dulcemente” decían los diccionarios antiguos, despertando en nosotros una atención risueña y un deseo de acogerlo, cuidarlo, acariciarlo.Walt Disney utilizó en sus dibujos –recuerden al pequeño Bambi– los rasgos gráficos que desencadenan este sentimiento: formas pequeñas, redondeadas, ojos muy grandes, una cierta torpeza en los movimientos. No sentimos ternura ni por las cosas ni por los vegetales, a no ser que proyectemos en ellos algún rasgo personal. Ni tampoco por las personas hostiles, autosuficientes o arrogantes. El miedo y la ternura son incompatibles. También es incompatible con la prisa, que nos vuelve a todos impacientes y violentos.Contra la dureza de corazónLa ternura se llama así porque enternece, vuelve tiernas, blandas y flexibles nuestras barreras defensivas, los blindajes psicológicos se derriten, como dice expresivamente el lenguaje. Por eso, lo contrario de este sentimiento es la insensibilidad, la dureza de corazón, que todos los maestros espirituales han considerado gran pecado. El profeta Ezequiel resume la acción salvadora de Dios con una frase: “Os quitaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne”En el Evangelio, al corazón empedernido se le designa con la palabra sklerokardia, literalmente esclerosis del corazón, cerramiento y rigidez de las arterias que impide que la sangre vivifique el organismo. Como contraste, en la Biblia se atribuye a Dios –a veces, sólo a veces– un comportamiento tierno. Se dice de Él que se conmueve hasta las entrañas, y para decirlo se utiliza la palabra que significa útero, entrañas maternales. Por eso resulta explicable que en la edad media hubiera una devoción a Jesucristo como Madre. Era solamente un anhelo de ternura divina
Necesitamos, en cierto sentido, una maternalización de la sociedad, algo que nos hiciera recordar para bien nuestra pequeñez e indefensión. Hanna Arendt consideraba que su maestro –y amante– Heidegger se equivocaba al decir que la angustia ante la muerte era el sentimiento básico. Para ella, era la ternura ante el nacimiento lo que nos hacía humanos. Margaret Mead escribió un libro sobre los arapesh, un pueblo cuyo gran anhelo era que los niños y el ñame que los alimentaba crecieran bien. Me parece un bello ideario.