La Sonata en re mayor, Hob XVI / 37 (Haydn) abría boca con tres movimientos bien diferenciados: el Allegro con brío que resultó bien expuesto aunque más tranquilo que brioso y poco claro en sonoridades, el Largo e sostenuto al que la acústica natural ayudó a crear atmósferas, y el Presto non troppo más cercano al "allegro sin brio" donde nos limitamos a escuchar sin más, tal vez falto de la emoción requerida para "Papá Haydn".
Las 32 variaciones en do menor sobre un tema original, WoO 80 (Beethoven) también resultan muy exigentes y no sólo en las rápidas, puesto que en cada variación debe permanecer un espíritu que sonó algo desigual con un desarrollos irregulares, aunque siga habiendo mucha música en esta difícil partitura pianística dibujada desde la maestría pero sin el color deseado.
Más cercanas y como música de salón (cambiado por terraza) las Seis danzas cubanas que la pianista eligió para esta velada vespertina: Los ojos de Pepa -que ha versionado Chucho Valdés- y La Tedezco de Manuel Saumell Robredo (1817-1870), intento transformador de elevar a culta la música popular, Los tres golpes e Improvisada de Ignacio Cervantes (1847-1905), catalogado en su tiempo como "embajador de la música cubana" por una mayor evolución llegando al sentimiento nacionalista que inundaba el mundo occidental en su tiempo, sin perder el estilo danzante de melodías pegadizas bien armonizadas, y el más popular de los compositores cubanos, Ernesto Lecuona de quien interpretó Ahí viene el chico, arrancado los aplausos de este "bloque danzón" más la archiconocida La comparsa, que alguna vecina de silla tarareaba y personalmente me volvió a las interpretaciones de su paisano también asturiano de origen José Luis Fajardo Trabanco, allá en mis inicios filarmónicos mierenses. El poso de los años unido a la genética dieron buena cuenta de estas páginas populares siempre agradecidas.
Ya como propina todo un esfuerzo extra, el homenaje a Verdi de Liszt con la Paráfrasis de concierto S. 434 o Fantasía sobre "Rigoletto", el célebre cuarteto verdiano para una "bella figlia del piano" que pareció remontar vuelo cual ave fénix en una partitura virtuosa como sólo el húngaro era capaz, también tarareada por alguna maleducada aficionada lírica en medio del variopinto público que llenó los cuatro pasillos del claustro. El respetable agradeció el esfuerzo de la cubana aunque personalmente me faltó poder tomarme una cerveza y fumarme un cigarrillo mientras escuchaba el "piano caribeño".