Los informativos de televisión en Nueva York no hablan de otra cosa. El terremoto de 8,9 grados que sacudió ayer Japón, provocando cientos de muertos y desaparecidos, centra la programación de todos los canales de noticias, que alertan también sobre la amenaza de un posible tsunami en el Pacífico. Nos encontramos ante una catástrofe natural, que se agrava aún más ante la emergencia nuclear decretada por el Gobierno de Tokyo, debido al riesgo de fuga registrado en una central de las muchas que existen en el país nipón. Una razón más para cuestionar el uso de esta energía, por mucho que sus defensores insistan en que es completamente segura. Ahora queda claro que no es así. La pérdida de vidas humanas y la destrucción de viviendas, edificios y servicios públicos está generando olas de solidaridad con la población japonesa, pero la experiencia demuestra que tragedias como ésta despiertan nuestros mejores sentimientos de apoyo y consternación coincidiendo con el tiempo en el que la catástrofe centra la actualidad en los medios de comunicación. Después, el olvido se impone. Es posible que esta vez los ritmos sean distintos porque Japón es un país rico. ¿Quién se acuerda ahora del terremoto que asoló Haití hace poco más de un año?