Y es que la convulsión que se expande por la cuenca del mediterráneo y Oriente Próximo desencadena un nuevo episodio de agitación con la intentona golpista de Turquía, que es aprovechada por el actual mandatario para hacer “limpieza” en su país y depurar de sospechosos que lo cuestionan y disienten de su gobierno el ejército, la administración e, incluso, él ámbito civil. Miles de militares, policías, profesores y periodistas, entre otros colectivos, han sido expulsados sin contemplaciones de su trabajo y muchos de ellos acusados de complicidad con los sediciosos. Nunca una intentona golpista había sido tan beneficiosa y útil para afianzar al inquilino del poder. Mientras tanto, en España, el Gobierno en funciones sigue a lo suyo: en función de que Rajoy le dé por convocar alguna negociación seria con la que pactar apoyos a su investidura. Pero nadie desea su compañía. ¿Por qué será? Entre masacres, golpes de estado e inanición política española, julio se manifiesta altamente preocupante.
Y por si no teníamos bastante horror, el mismo día del aniversario de nuestra Guerra (in)Civil un joven refugiado afgano, de sólo 17 años de edad, la emprende a cuchilladas contra los viajeros de un tren en Wurzburgo (Alemania), afortunadamente sin matar a nadie pero hiriendo a tres personas. Unos policías que casualmente estaban en la estación consiguen de varios disparos abatir al atacante. El hecho deja en mal lugar la política de acogida de Angela Merkel, aunque sea el primer incidente de esta naturaleza que provoca un refugiado en Europa, pero aviva los recelos y el rechazo que los populismos de derecha e izquierda enervan contra los que huyen al Viejo Continente de los conflictos que asolan sus países de origen. Mal asunto que, además, alimenta la injusta consideración como presuntos delincuentes y terroristas de los refugiados y los inmigrantes en general. Pero una buena excusa para los que propugnan la seguridad sobre la solidaridad y la libertad.
Pero julio continúa su horrenda marcha hacia lo terrorífico con el degollamiento de un sacerdote de 86 años en una parroquia de Normandía (Francia), país que despierta la obsesión del terrorismo hidayista, dispuesto siempre a brindar las cotas más abominables y repudiables de crueldad y de su empeño por irradiar el terror entre los franceses y la inseguridad en toda Europa. De esta manera, son capaces de grabar en vídeo la ejecución del cura, degollado fríamente por el terrorista en el interior de una parroquia en Saint-Etienne du Rouvray, donde se había atrincherado y secuestrado al párroco, varias monjas y algunos feligreses, pocos días después del tiroteo xenófobo de Alemania. Se trata del quinto atentado yihadista en nombre del Daesh que sufre Francia desde 2015, una obsesión que los asesinos del ISIS parecen dispuestos a no abandonar.