Alguien dijo que el terrorismo es consubstancial al capitalismo, pero tal vez lo es al ser humano y sólo se mantiene dormido hasta que el hombre tiene un despertar ambicioso y comienza a perder la sensibilidad y el respeto hacia los demás, con la única finalidad de engrandecerse.
Es la codicia de sentirse el amo y señor absoluto de todo aquello que sea capaz de acrecentar su poderío, lo que a su vez genera odios parios en otros, quienes sienten sobre sus hombros la responsabilidad de hacer justicia.
Entonces ya no solo tenemos al terrorista- capitalista, que es capaz de matar a su madre con tal de seguir enriqueciéndose, sino que tenemos en el otro extremo al terrorista- justiciero, quién también es codicioso, pero no hacia la riqueza material, sino al deseo de tomar venganza y es lo que lo hace sentir que es una especie de enviado divino, capaz de de recobrar la equidad y devolver al pobre lo que el rico le ha quitado.
Es aquí cuando capitalismo y terrorismo se mimetizan, porque ambos son incapaces de respetar la vida humana en todas sus dimensiones.
Por un lado el capitalismo, explota y degrada al hombre corriente, haciéndolo sentir como un ser incapaz de sobresalir, porque el capitalismo lo enrolla en su manto egoísta y le va tirando las sobras para mantenerlo contento como si fuese un quiltro mal nacido y hambriento.
Y por el otro extremo tenemos a aquellos que queriéndose sentir todo poderosos, en su afán de amedrentar a los otros y hacerlos sentir que a pesar del poderío económico que poseen, son insignificantes, así es que los terroristas justicieros sienten que su omnipotencia les cede el control de la vida humana y de lo que el capitalismo ha construído, por lo que van por el planeta ajustando cuentas, sin importar que finalmente solo están destruyendo al hombre corriente.
Sólo puedo concluir, que mientras existamos sobre la faz de la tierra, seguirán existiendo ambos virus, porque están en nosotros, a pesar de toda la rabia que podamos sentir al ver destrucción y muerte.