Con el país en desarme y enfilando la Guerra Fría, se trata de un abundante número de películas nada homogéneas y de muy diverso interés.
Abriendo más el plano aún, no hay prácticamente cineasta alemán activo durante los casi veinte años que recorren el lapso temporal que separa el inicio del ascenso de Hitler en 1933 y los días del "milagro" económico ya en los años 50, que se libre, bien por una parte de sospechas o acusaciones relacionadas con el entreguismo, la propaganda, la interesada tergiversación de la realidad o la loa al banal escapismo destinado a mentes sencillas y tomadas por fácilmente maleables, bien por otro lado y pasada la guerra, de haber acatado dócilmente un nuevo servilismo internacional, a países y compañías que habían invertido mucho dinero en la reconstrucción del país. De entre los primeros, los Harlan, Käutner, Braun, Ritter, Hochbaum, Kimmich, Hippler, Riefenstahl, Von Baky, etc. no se zafan desde luego, indiscriminadamente además y aún hoy día, de una fama producto de una generalización sin apenas matices, a menudo condenatoria e inapelable, que no discierne ni las diferencias de intereses que los separaban ni el talento de cada uno, si lo tuvieron. Tanto es así que muy pocos films alemanes de ese periodo y alrededores están reconocidos históricamente como visiones siquiera aproximadas de lo que realmente sucedió en algún ámbito, oficial o informal, rural o urbano, en primera línea de combate o en retaguardia, quedándose ese privilegio obras de las más dispares nacionalidades y épocas, a las que las distancias física y temporal apenas han mellado (y hasta han afirmado) su credibilidad. Pero ni los problemas y censuras varias con el Ministerio regido por Goebbels, ni la constatación de la escasa simpatía que pudiesen despertar al traspasar las fronteras soviéticas ya con la guerra terminada, ni las muy distintas condiciones de trabajo que tuvieron quienes retomaron una industria que era un erial, garantizan desde luego que nos podamos encontrar ante buenas películas. Las obedientes y las "desviadas", como también luego las pacifistas y críticas, pueden ser nulas cinematográficamente.
Como hablamos de cine, se ha de estar dispuesto a ver todo y no rasgarse las vestiduras si las películas más discutibles (o despreciables) ideológicamente nos puedan parecer que destilan una jerarquía visual, un sentido de la narración o una capacidad de sugerencia muy por encima de cualquier obra intachable o salvada por sus intenciones. Y no sólo en Alemania: ¿quién podría negar el talento de Goffredo Alessandrini o del chino Wang Ping?
Otro Staudte, "Rotation", ya de 1949, en mayor medida aún que "Die mörder sind unter uns", es uno de los pocos films, casi la excepción que confirma la regla, respetados como muy importantes por la propia crítica de su país y la foránea, que desde que terminó la guerra, prefieren mayoritariamente mirar al pasado o al presente y no mancharse las manos con unas películas que, de ser defendidas, garantizarían reticencias.
Con valores a veces decisivos y en otras circunstancias contraproducentes, como los de la urgencia y la falta de perspectiva, es "Die mörder sind unter uns" un sumamente raro superviviente de un realismo incandescente en el escenario más dantesco imaginable. En ese Berlín en ruinas, un laberinto de escombros donde nada está donde solía - del que también parten los flashbacks de la obra maestra de Helmut Käutner, "In jenen tagen" un año después -, la historia de amor impulsada por una fe que trasciende lo cotidiano y casi lo lógico, con ese frágil perfume romántico de tantas protagonizadas por Margaret Sullavan, que pone en escena esta hermosa película, pudo ser un arma arrojadiza contra la miseria y el horror vividos, un pastiche cursi, lo opuesto a "A time to love and a time to die".
Pero Staudte se esmera en escribir, con esas justas proporciones que permiten hacer universal cada línea de diálogo, un guión asombroso para unas imágenes por fuerza desequilibradas, alineadas con ese realismo tan poco naturalista, que parece paradójicamente otro planeta, otra civilización, de "Deutschland im jahre null".
Sacando provecho a la falta de referencias espaciales y morales, el film compone un collage de sensaciones, lleno de interrupciones y estallidos de sentimiento, insólitamente emparentable con el Sarajevo godardiano, donde hablan los personajes (a los demás y sobre todo a ellos mimos, para sentir que se pueden seguir escuchando) pero también se expresan igual de desesperadamente los cascotes que caen sin previo aviso con los cambios de temperatura o con el viento y las mismas grietas de las sucias guaridas donde se refugian como animales los fantasmales habitantes de la ciudad.
Más allá del "mensaje" final y el gesto que lo precede, con un antiguo oficial de por medio - un gris manipulador que reúne adeptos con los nuevos tiempos y que no pagó por ninguno de sus crímenes - el film alcanza sus cotas más altas en varias escenas sencillas y privadas de dramatismo.
La simple colocación de las luces de un árbol de Navidad, una traqueotomía practicada rudimentariamente a una pobre chica que se ahogaba y varias escenas con la cámara tan cerca de los actores que nada más parece haber en el mundo, ponen nudos en la garganta que nada deben a la impresión causada por dramas terribles o irresolubles momentáneamente aligerados por transiciones sino a la plasmación de la plenitud más elemental de la convivencia con lo que se respeta, con quien se tiene cerca y con quien se quiere.