Éste será el último -por una temporada- de los temas "duros" que suba al Blog. Trataré en cuanto acabe con los exámenes de regalaros algo más amable.
Un médico de la cooperación alemana en Ruanda da testimonio sobre los sucesos de abril de 1994 en Kibuye
La mañana del día siguiente mi colega emprendió una "ronda de inspección" por el sector administrativo de la ciudad y el lugar de los ruidos de combate. A primera hora circulaban ya rumores de masacres atroces. Hacia las 11 mi colega llegó a la puerta de mi casa, hundido y traumatizado: me describió los centenares de cadáveres en las calles en la zona de la prefectura y Nyabidahe, y también la carnicería de varios centenares de refugiados en la escuela secundaria de Nyamishaba. Estimaba que había sido asesinada en torno a la mitad de la población de Nyabidahe y del centro residencial de Cyumbati, si se tomaba como base el alto índice de tutsis. Me rogó que intentara recoger a algunos niños que seguían con vida entre las montañas de cadáveres de la escuela. Tras una breve discusión con mi mujer, partí con voluntarios de la Cruz Roja en la ambulancia del hospital. Una vez allí, un empleado de la administración de la escuela nos condujo a un escenario horrible: en el patio y en las entradas de las habitaciones yacían varios cientos de cadáveres, sobre todo de mujeres y niños. Algunos cadáveres de hombres estaban tendidos sobre un talud delante de los edificios de dormitorios (¿tentativa de defensa o de huida?). Casi todos presentaban heridas de machetazos de varios centímetros de profundidad en la nuca o el cráneo reventado, algunos también en los miemtros o en el tronco. La mayoría tenían la rigidez cadavérica desde la noche anterior, pero algunos estaban aún casi calientes y móviles, lo que significaba que sólo llevaban pocas horas muertos, tras haber perdido sangre y entre sufrimientos atroces. Entre todos los cadáveres, sólo encontramos a dos niños pequeños indemnes y a cinco muchachos gravemente heridos, cuyas profundas heridas se secaban abiertas. Uno de ellos podía incluso mantener la cabeza recta y andar, pese a sus profundas heridas en la nuca. Tras haber inspeccionado rápidamente varios hogares de profesores, donde encontramos también innumerables cadáveres en el interior y el exterior, nuestra ambulancia ya llena regresó a toda prisa al hospital. Tuvimos que dejar allí a algunas mujeres con sus niños, que se habían salvado en otra habitación. No se atrevían a aventurarse por el camino del hospital. A la entrada de la escuela estaban sentados tres alumnos de Byuamba, con sus machetes y un aire aburrido: "estaban montando guardia".
Como no había ningún cadáver en las habitaciones y ni uno sólo tenía heridas de armas de fuego, y como por otro lado la mayor parte de las ventanas y puertas habían sido despedazadas y derribadas, era evidente que el estrépito de los tiros de la víspera había sido provocado por las armas de los gendarmes, que de esa manera habían hecho cundir el pánico entre los refugiados, los habían hechado de los dormitorios y los habían entregado a sus verdugos.
Tras este descubrimiento comenzó una espera desesperada, porque progresivamente perdimos la esperanza de que las grandes agrupaciones de refugiados fueran a salvar la vida. A partir de ese sábado (16 de abril), las milicias hicieron circular el rumor de que iban a atacar a los "cómplices de la parroquia". El sábado una calma inquietante reinaba en torno al hospital. No se oía nada, aparte de la algarabía provocada por las miles de personas que había en el estadio. El lunes siguiente seguía reinando una calma relativa en el sector del hospital, pero entonces se decía que en la parroquia había tenido lugar una masacre terrible, y que ahora era el turno de la gente del estadio o del hospital, donde se escondían muchos complices. En vista de esta amenaza, la parte "hutu" del personal se instaló con sus familias en las habitaciones que no estaban arrasadas. En el hospital sólo quedaban las familias de nuestros colaboradores, que habían perdido sus casas, y los vigilantes nocturnos. Algunos llegaron a ir al inhóspito estadio, figurándose que allí encontrarían una mayor seguridad.
La mañana del martes fui por última vez al estadio para explicar las consultas fracasadas, reanudar la distribución de agua a los ocupantes y animarles a que se organizaran, lo que representaba su principal posibilidad de supervivencia. El ambiente estaba impregnado de angustia. Los tres gendarmes que habitualmente guardaban y protegían el estadio estaban ausentes, pero en esta situación no me di cuenta de lo que eso significaba.
A las 15 horas se confirmó el siniestro presentimiento, con el inicio de un estrépito de disparos y granadas muy próximo que duró hasta el crepúsculo, hacia las siete de la tarde. A veces, sobretodo al principio, estaba mezclado con rumores de aplausos y vociferaciones, como durante un partido de fútbol. Mi mujer y yo estábamos acurrucados detrás de la cama de nuestra habitación por miedo a tiradores fanáticos y, desesperados, esperábamos también nuestro fin durante las horas siguientes. No puedo recordar cuándo y cómo nos dormimos, agotados por esa noche en vela.
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Testimonio del doctor Wolfgang Blam, publicado en JEAN-PIERRE CHRÉTIEN: Le défi de l'ethnisme. Rwanda et Burundi, 1990-1996. París: Karthala, 1997, pp. 110-113.
mapa de http://www.travelpod.com; Kibuye junto al lago Kivu
Saludos