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Tengo un hijo que ahora tiene 12 años y ha terminado primero de la ESO con buenas notas. Como a la mayoría de los niños, le encantaba que le leyera cuentos desde bebé. Como a mí me gusta mucho leer, era una cosa que hacíamos a diario. Sin saber leer, era capaz de recordar los títulos de los cuentos y el orden en la que estaban en el libro con una sola vez que los leyera, así que pensé que cuando empezara a leer iba a ir corriendo a por los libros a leerlos el mismo.
Aprendió a leer normalmente en el último año de infantil, de hecho fue de los primeros que aprendió… pero no quería saber nada de leer el sólo. Al principio no le di importancia y le seguía leyendo yo y las cosas iban normalmente en el colegio con un buen rendimiento.
Las cosas se complicaron en tercero de primaria. Comenzó a tener tareas muy pautadas, copia de enunciados, textos… Eso fue un infierno. Era imposible avanzar en las tareas. Actividades de media hora se alargaban hasta 4 horas. Además tenía mala letra y presentación de los trabajos por mucho que se esforzara, cuestión que le costaba reproches de su ‘profesora’.
Él se ponía a hacer sus deberes con la mejor intención, pero al poco rato era imposible: se distraía, se cansaba… y acababa llorando diciendo que él no podía hacerlo. Esto sentándome yo con él, nada de trabajar solo. Yo no creía que estuviera demandando mi atención ni nada parecido, ya que esos ratos no lo pasaba bien nadie. La verdad es que las tareas eran un tormento diario. Y de leer ni hablemos, claro.
Por casualidades que no vienen a cuento, oí hablar de la Optometría Comportamental y me decidí a consultar. Conocí a Rosa buscando en Internet. Llamé por teléfono, hablamos, me explicó y aclaró todas mis dudas y fuimos a consulta. La verdad es que fue la mejor decisión que pude tomar.
Como ya sabía, mi hijo tenía una agudeza visual perfecta (por lo que en las revisiones ‘normales’ de la vista nunca encontraban nada), pero tenía otros problemas que le hacía perder la línea, saltar palabras, cansancio para cambiar el enfoque y reflejos activos que afectaban a su escritura.
Estuvimos en terapia durante un año aproximadamente, pero antes de acabar el curso (comenzamos un septiembre/octubre), ya iba él solo a su cuarto a hacer la tarea si tener que decirle nada… en un tiempo record (a veces demasiado rápido :)). El cambio ha sido radical en todos los aspectos, no sólo en las tareas. Él está más tranquilo (al final tenía también problemas de ansiedad), no se cansa tan pronto con las actividades de lectoescritura y tiene confianza en su trabajo. Estoy segura que si no hubiéramos ‘descubierto’ a Rosa, ahora sería un el típico niño con la autoestima por los suelos, malas notas y del que se diría que ,’¡qué pena, con lo listo que es, sino fuera tan vago…!’
Solo puedo deciros que no creo que ningún niño rechace aprender sin algún motivo, ni creo que quieran ‘fastidiar’ a los padres negándose a estudiar. Siempre hay alguna razón que tenemos que descubrir para ayudarles. En mi caso, la encontré en la consulta de Rosa.
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I. era un niño siempre muy dispuesto a mejorar y cambiar su situación escolar, acudía siempre contento a cada sesión de terapia y trabajaban muy bien en casa. Él mismo vio la mejora y eso le motivó a realizar y acabar el tratamiento.
Muchas gracias por vuestro buen trabajo, fue muy fácil ayudaros :)