Testimonios de la orgía, de Abilio Estévez
Editorial Sloper. 173 páginas. 1ª edición de 2020.De Abilio Estévez (La Habana, 1954) me quedé con ganas de leer su novela Tuyo es el reino (1997), que sonó bastante en los suplemente culturales de finales de la década de 1990. No sé si era en un Babelia o en un Cultural, pero recuerdo que el subyugado crítico decía que Tuyo es el reino era una obra maestra. Se me pasó entonces y unos años después leí de Estévez el libro de cuentos El horizonte y otros regresos (1998). Por aquellos días venía yo de leer Trilogía sucia de La Habana, los potentes cuentos de Pedro Juan Gutiérrez, y las narraciones de Estévez me parecieron demasiado barrocas para el gusto que cultivaba yo entonces, y esto me alejó de Tuyo es el reino. Sin embargo, tras acabar Testimonios de la orgía me he animado y he comprado una primera edición de esta novela por Iberlibro. Ya os contaré.
Cuando Román Piña (el editor de Sloper) empezó a mostrar en las redes sociales la portada del nuevo libro de Estévez supe que tenía que leerlo. En su foto aparecen José Lezama Lima y Virgilio Piñera. Del primero me tumbaron hace años las primeras cincuenta páginas de su novela Paradiso, y del segundo he leído sus Cuentos completos, un libro excesivo y del que disfruté a medias. Paradiso me lo he comprado hace no mucho con la intención de volver a internarlo. Sin embargo, los dos son para mí escritores mitificados, ya que de ellos hablaba Reinaldo Arenas en su gran libro de memorias Antes que anochezca. De Piñera también habla Ricardo Piglia en Respiración Artificial. Piñera fue uno de los escritores que ayudaron a Witold Gombrowicz a traducir su novela Ferdydurke al español.
Testimonio de la orgía de Abilio Estévez es un libro que se mueve entre lo memorialístico y el ensayo. El primer capítulo se titula Retrato de Virgilio en el infierno y en él Estévez describe la figura del escritor Piñera, con el que compartió cuatro años de amistad, desde 1975 hasta su muerte, por ataque al corazón, en 1979. «No creo que haya vuelto a divertirme como me divertí aquellos cuatro años que duró mi amistad con Piñera.» (pág. 14). Al principio del libro, Estévez hace alusiones a la situación política de Cuba de forma velada para, según avanzan las páginas, pasar a ser más directo y claro. Pensaba que no iba a citar el nombre de Fidel Castro, pero sí que lo acaba haciendo. Como ya sabía, por haberlo leído en Reinaldo Arenas, el régimen castrista convirtió a Piñera y Lezama en dos «cadáveres civiles», ya que su literatura no se adecuaba a los cánones de la búsqueda del «hombre nuevo». Como tenía los Cuentos completos de Piñera a mano, según leía este capítulo, he revisado alguno de los que cita Estévez. Me imagino que si yo no hubiera conocido de nada a Virgilio Piñera y le descubriera por estas páginas de Estévez hubiera intentado conseguir alguno de sus libros de forma inmediata, porque la admiración y el cariño que se desprenden de sus palabras son contagiosos.
El tono del segundo capítulo, Testimonio de la orgía, se vuelve más íntimo, ya que aquí Estévez rememora su infancia en Cuba, que abandonó en el año 2000, hacia Barcelona. Como buen niño soñador, Estévez quiso haber habitado en otra parte, lugares a los que llegaría gracias a la lectura. El niño Estévez se iniciaría en la escritura inventando sobre el papel biografías de personajes famosos inventados. En la página 39, Estévez habla de un ensayo de Lezama Lima (Confluencias), del que dice «Es un ensayo tan felizmente insólito, tan inquietante que nunca he sabido con exactitud si conforma un cuento, un ensayo, un fragmento de memorias, o incluso todo eso a la vez». Es posible que estas palabras definan bastante bien el propio libro de Estévez. «En La Habana todo se volvía amenaza. Vivir, crecer en La Habana en los años sesenta, setenta, ochenta, consistía en aprender a vivir, a sobrevivir, a sortear esa amenaza.» (pág. 43) La Habana era un lugar donde en la universidad de Letras una profesora podría recriminar al joven Estévez que leyera a Albert Camus por alejarse de la ortodoxia política.
En la página 56, mediante una cita de Gustave Flaubert, se descubre el significado del título del libro: «El único modo de soportar la existencia es aturdirse en la literatura como en una orgía perpetua.»
En el capítulo Aire, cielo, palma y canela, Estévez rememora sus paseos de juventud por La Habana y la búsqueda de los lugares que visitaron escritores ilustres como el poeta Federico García Lorca en 1930. También se evoca aquí el viejo barrio de Estévez, Marianao. Luis Cernuda fue otro visitante ilustre de la isla. «Lo cierto es que muchas tardes nos íbamos a deambular por La Habana que no existía y que tal vez nunca existió. Buscábamos entrar en el recuerdo, en La Habana del recuerdo, como si fuera posible.» (pág. 76)
En ¿París? Estévez reflexiona sobre la idea de insularidad y me presenta a un poeta fundacional para la sensibilidad literaria cubana que yo no conocía: Julián del Casal. Es muy interesante su historia sobre el deseo de visitar París y no poder llegar nunca a ella. Me gustan también las páginas sobre la vida sedentaria de Lezama Lima, que solo visitó una ciudad en México y otra en Jamaica, y cómo se imaginó París desde La Habana.
El surtidor inmóvil de un encantamiento analiza la importancia histórica para la literatura cubana de la desmesurada novela Paradiso de José Lezama Lima. Me gustan los libros que te incitan a leer otros libros, y este capítulo ha hecho que se renueven mis ganas de volver a lanzarme con Paradiso. De «locura brillante» califica Estévez Paradiso.
En el capítulo 6, Reinaldo Arenas, imagen del alucinado, Estévez habla de la visita que unos amigos y él hicieron en 1997 a su casa natal, donde conocieron a su madre. Luego nos hablará de la época en la que, siendo muy joven, conoció a Arenas en persona. De de Arenas me encanta Antes que anochezca, y luego me decepcionó Celestino antes del alba. Cuando he acabado de leer Testimonio de la orgía, he empezado con El mundo alucinante, quizás la obra más señera de Arenas. «La nouvelle de Reinaldo Arenas, leída a mis dieciocho años, cumplía así con una de las funciones de la literatura: revelar lo que vivimos; descubrir, verbalizar nuestra propia desazón, desmitificar y mitificar al mismo tiempo aquello que compone el tráfago incesante de esa mezcla de comedia, sainete, melodrama y tragedia que es nuestra vida diaria.», así habla Estévez de La vieja Rosa de Arenas en la página 124.
«Todos los personajes de Arenas parecen batallar contra la agresividad de la vida real.» (pág. 131). Una idea bella y triste es que para Abilio Estévez los grandes escritores cubanos (como Arenas, Lezama o Piñera) ejercen su magisterio desde la invisibilidad.
En el capítulo séptimo y último, Los poetas cubanos naufragan en la isla, Estévez hace un recorrido por los poetas de Cuba que han cantado a la isla en sus versos.
La prosa de Estévez es inteligente y bella, trufada de atractivas referencias literarias. Testimonios de la orgía es la narración de un hombre que ha decidido enfrentarse a la existencia aturdiéndose de literatura. Si bien, a mí el libro ya me llamó la atención desde la portada, desde la imagen trágica de José Lezama Lima y Virgilio Piñera, considero que para la persona que no conozca a estos autores (y a algún otro como Reinaldo Arenas) Testimonios de la orgía puede constituir una gran invitación a acercarse a sus obras. Como dije, yo ya estoy con El mundo alucinante de Reinaldo Arenas y he pedido en Iberlibro Tuyo es el reino de Abilio Estévez. Me gustan los libros que te incitan a leer otros libros.