"Pero cuando nuestra nación se hubo engrandecido mediante el trabajo asiduo y la práctica de la justicia, cuando los grandes reyes fueron subyugados en la guerra, y las tribus salvajes y los poderosos pueblos por la fuerza de las armas; cuando Cartago, el rival de la preponderancia de Roma, hubo perecido desde sus raíces hasta sus ramas, y todas la tierras y los mares se abrieron, entonces la Fortuna comenzó a ser cruel y a traer confusión en todos nuestros asuntos. Aquellos que habían soportado con facilidad penurias y peligros, ansiedades y adversidades, descubrieron que el ocio y la riqueza (deseables en otras circunstancias) resultaron ser una carga y una maldición. Así que, primero la avidez por el poder, y después por el dinero, se acrecentó entre ellos; esas fueron, diría yo, las raíces de todos los males. Pues la avaricia destruye el honor, la integridad y todas las otras nobles cualidades; fomentando en su lugar la insolencia, la crueldad, el descuido respecto a los dioses, el ponerle precio a cualquier cosa. La ambición condujo a muchos hombres a ser falsos; a encerrar en su seno un pensamiento y tener listo otro en la lengua; a valorar a los amigos y los enemigos, no por sus méritos, sino según el interés egoísta, y mostrar una buena apariencia, en vez de un buen corazón. En un principio, estos vicios crecieron con lentitud, pues, de vez en cuando eran castigados; por último, cuando la enfermedad se hubo esparcido como una plaga mortífera, cambió: el estado y un gobierno que no cedía a ningún otro en justicia y excelencia se volvió cruel e intolerable."
Salustio, La conjuración de Catilina.