Poco hay que añadir a las fantásticas crónicas de Atticus (1ª función) y maac (2ª función), así que seré breve. En general, una muy buena función en la que tanto los intérpretes como los cuerpos estables, la dirección musical y la dirección de escena estuvieron a un alto nivel.
Patrick Fournillier, como en sus anteriores visitas al Palau de les Arts, demuestra que conoce bien la partitura, que domina el estilo y que sabe sacar partido de la calidad de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. No hubo genialidades en su dirección, pero a mí me gustó su visión de la obra, coherente, con un sonido muy limpio y respetuosa con los cantantes. También el Cor de la Generalitat Valenciana me gustó (como es habitual), especialmente los cenobitas.
Aunque en este caso no fuese el mayor atractivo del reparto (sí la más atractiva, pero eso es otro cantar), la protagonista de la obra es Thaïs así que empezaremos a repasar la actuación de los solistas por su intérprete, Malin Byström. Su voz es muy bonita, con un personal tinte oscuro, pero carece de graves audibles y sus agudos resultan siempre tirantes y problemáticos y en más de una ocasión calados, lo que reduce considerablemente la tesitura en la que puede lucir su belleza tímbrica con efectividad. Lo compensa, en parte, con un canto elegante y una correcta actuación. ¿Es una buena soprano? Sin duda, pero no creo que sea el de Thaïs el papel que mejor le permite demostrarlo.
Plácido Domingo, que en la primera función aún no tenía el papel bien aprendido, se debe haber puesto las pilas porque ayer parecía que llevaba años cantándolo. Reconozco que cuando leía crónicas en blogs, prensa y foros que le alababan y decían que viéndole sobre las tablas uno olvidaba que no era un auténtico barítono creía que mentían, que exageraban. Todos sabemos que no son pocos quienes creen que Domingo siempre está bien, incluso cuando está mal, y que hay que poner en cuarentena cualquier afirmación relacionada con él o podemos acabar creyendo que su Simon Boccanegra es el mejor de la historia, que su Siegmund actual suena juvenil o que domina el estilo de la ópera barroca, todas ellas afirmaciones que he leído yo con estos ojitos y que son, digámoslo claramente, falsas. Pues bien, lo de que uno se olvida de que no es un barítono es cierto, o al menos lo fue para mí, tan grande es su carisma y su habilidad para llevarse la partitura a su terreno. No niego que hubo graves que sonaron de aquellas maneras, que estaba más cómodo en los pasajes de escritura más aguda y que cambiaba las vocales a placer, pero es innegable que su actuación fue loable y sorprendente en alguien de su edad, tanto en lo vocal como en lo actoral.
Me gustó el bajo Gianluca Buratto como Palémon, con una voz algo baritonal pero potente y bien emitida (y al fin y al cabo, que mejor que un bajo baritonal para acompañar a un tenor metido a barítono). El Nicias de Paolo Fanale, en cambio, no estuvo al nivel de sus compañeros de reparto. Empezó muy fuerte, cantando con una entrega excesiva, quizá queriendo compensar el hecho de que su material vocal era el más pobre de todo el reparto, pero fue perdiendo fuelle hasta resultar casi inaudible en su última aparición al final del segundo acto. La voz es bonita, eso sí. Bien Micaëla Oeste (Crobyle), Marina Rodríguez-Cusí (Myrtale) y María José Suárez (Albine) en sus breves papeles, así como Aldo Heo (sirviente).
La puesta en escena de Nicola Raab me gustó mucho, ante todo por su gran belleza y efectividad, pero también por cómo maneja el concepto de teatro dentro del teatro. Ya sé que eso está más visto que el tebeo, pero hay que saber hacerlo, y en esta puesta en escena se hace bien. Tenía mis dudas sobre cómo iba a sentarle al libreto el traslado al siglo XIX que propone Raab, pero la verdad es que le sienta estupedamente, y transformar a los cenobitas en masones y a Thaïs en una diva de la escena son grandes aciertos. Luego hay otros detalles que gustarán más o menos, pero el cómputo global es para mí muy positivo. Y ya tenía ganas de poder decir eso de una puesta en escena, sobre todo después de la mamarrachada del Don Giovanni de Jonathan Miller, que aún no he conseguido olvidar.