Dos nombres esenciales (y opuestos) para entender el cine documental de los últimos años, han bendecido esta película. Errol Morris y Werner Herzog aparecen como productores, firmas
De esta forma, entramos en una especie de extravagante guiñol en el que los asesinos se convierten en actores de sus propias vivencias. Y lo que nos presenta The act of killing es la grabación de esa puesta en escena, al tiempo que estos criminales de pelo ya canoso recuerdan algunos de esos asesinatos ante la cámara. En este sentido, resulta una terrorífica mirada a la esencia del mal, especialmente cuando vemos que estos mismos responsables de la muerte de miles de indonesios pasean por las calles con absoluta tranquilidad, y hasta mantienen conversaciones más o menos amables con algunas de las que pudieron ser sus víctimas.
En un discurso a las fuerzas paramilitares del gobierno, un jefe militar afirma: "Nos llaman gángsters. Gángsters son aquellos que actúan fuera del sistema, pero no los que lo hacen para el gobierno". Con esto está todo dicho. Si bien resulta más explícito en países asiáticos o africanos, la realidad de la mayor parte de los gobiernos es que amparar a asesinos es la forma más palpable de convertirles en "inocentes". El crimen de estado permite la absolución.El planteamiento de Oppenheimer a la hora de realizar el documental es una inteligente propuesta que le ha permitido adentrarse en el terror bajo el punto de vista de los asesinos. Es una denuncia que no tiene envoltura de denuncia, y por eso resulta impactante y sobrecogedor. Hay escenas que invitan a la sonrisa, helada cuando alguno de los asesinos describe sin inmutarse cuáles son las mejores formas de matar. Y hasta nos conmueve la derrota emocional de uno de estos psicópatas. Esa es la esencia del mal.