“No podría creer en un Dios al cual comprendiera” (Graham Greene).
Desde el inicio de los tiempos el ser humano siempre necesitó creer en algo. Se han planteado diversas propuestas a lo largo de la historia, desde Dios hasta Belén Esteban. Yo mismo, que nunca he sido de dogmas de fe, debo reconocer que la luz del Espíritu Santo parece haberse cernido sobre mí de un tiempo a esta parte. Ilumina mi camino, ¡oh, Señor!
Sufjan Stevens, una vez abandonado su mesiánico proyecto de dedicar un disco a cada estado americano, parece haber decidido hacer de sí una absoluta leyenda: quiere ser a la música, lo que Einstein a la física. Revolucionarla. Tarea compleja; apasionante reto. Por lo pronto, ha ganado el primer asalto y el púgil contrario está tambaleándose. Sufjan 1 – Resto del mundo 0.
¿Está todo inventado en la música? Incrédulos, apártense que vienen curvas desde Detroit.
Si Illinoise era ya un cóctel abrumador de folk americano, gospel, pop y música de cámara, en The age of adz hay que sumar la electrónica a la ecuación, que sienta las bases de algo que podríamos bautizar como el folk progresivo (ahí lo dejo). Una vez superada la sorpresa no tan mayúscula del arranque (estábamos avisados), he de decir que me siento absolutamente superado por el nuevo retoño de Suf. Si sólo tuviera una palabra para definirlo sería complejidad. O genialidad. O locura. No sé. La frontera es tan difusa...
Tras haberlo rumiado sin parar desde hace unas cuantas semanas, sigo sorprendiéndome con nuevos matices en cada escucha de Too much, I Walked, I want to be well o Vesuvius (mi nuevo credo). Mención aparte merece su paja mental: Impossible soul. Veinticinco minutos de juegos malabares con instrumentos, coros e ingeniería musical (¿cuántas pistas ha necesitado para grabar esto?), que la convierten en un A day in the life de proporciones bíblicas en pleno siglo XXI.
Podéis ir en paz. ¡Aleluya, aleluya!