Spider-boy.
Nos encontramos frente a un reebot de nuestro trepamuros favorito. El personaje de Spiderman es uno de los más populares superheroes de acción y, de hecho, fue de los primeros del universo Marvel en dar el salto a la gran pantalla. La trilogía original, dirigida por Sam Raimi, obtuvo gran popularidad y recaudó montañas de dinero. Así pues, uno tiene la sensación de que cuando se confirmó que no habría cuarta entrega, el estudio rápidamente se puso a trabajar en buscar una solución para no tener que prescindir de su habitual fuente de ingresos procedentes del bueno de Spidey. Finalmente optaron por el típico borrón y cuenta nueva, en plan: aquí no ha pasado nada, hagámonos todos los locos, finjamos que un Men in Black nos ha flasheado el cerebro y somos incapaces de recordar nada referente a la saga original de la que, su última entrega, apenas hace cinco años, todavía teníamos en pantalla.
Las pocas novedades de la cinta vienen de parte de los padres del joven Peter Parker, que al parecer estaban metidos en el ajo de los experimentos científicos con arañas y demás bichejos varios. Y es que el secreto que guardaban sus padres acaba resultando ser el desencadenante que provoca que nuestro protagonista termine transformado en The amazing Spider-man. Visto en perspectiva tampoco es que parezcan unos cambios muy radicales y, de hecho, tampoco acaban de contarnos toda la verdad, o sea que... La otra novedad es el malo de turno: El lagarto (de animales va la cosa), un mad-doctor a la vieja usanza de esos que se termina ofreciendo como conejillo de indias para sus propios experimentos. La cosa no va a acabar bien. Lagarto, lagarto.
Este nuevo Spiderman es suficientes molón y fardón para chicos con una edad comprendida entre los ocho y los quince años. Lo cierto es que su arranque en el instituto (preocupántemente parecido al del Son Goku de Dragon Ball Evolution) es entretenido, pero rápidamente la película se me empezó a hacer algo plomiza, acentuado entre lo previsible y lo ya sabido de la historia. Para cuando el malo entra en acción (un malo feo feo, que si me lo encuentro yo por la calle más que miedo me daba risa) la cosa termina de caer y ya solo puedes esperar que el final llegue rápido. Pero en el fondo, lo que terminó molestándome de verdad, mientras estaba sentado en mi butaca de la sala de cine, era la sensación de que esta película resulta, ahora mismo, absolutamente innecesaria.