Por lo demás, y obviando los impresionantes efectos especiales, la trama deviene en pura rutina. El villano, Electro, no podía estar peor elegido. Jamie Foxx realiza una de las peores interpretaciones de su carrera al dar vida a este empleado de mantenimiento al que Spiderman salva la vida. Luego vendrá la escena clásica de su transformación en supervillano. Más sorprendente aún que sus poderes resulta que su motivación para odiar a Spiderman sea la siguiente: ¡qué este no se acuerda de su nombre! A veces los guionistas parecen no ganarse su sueldo. A pesar de ser el principal reclamo publicitario de la cinta, el personaje no es más que una justificación para añadir efectos especiales psicodélicos en un par de enfrentamientos muy poco inspirados y escasamente realistas (cuando hablo de realismo en películas de este género pongo como ejemplo The Dark Knight, de Nolan), repletos de guiños infantiles, como que la gente contemple las peleas desde unas vallas colocadas al efecto en pocos segundos, como si estuvieran asistiendo a una competición deportiva.
Lo de Harry Osborn tiene mejor pinta. Interpretado esta vez con solvencia por Dane DeHann, resulta un papel mucho más inquietante que la de la anterior trilogía. En cualquier caso, el Duende Verde original, su padre, Norman Osborn, es solo una presencia testimonial. Aunque la relación con Peter Parker está un poco metida con calzador, sus momentos de conversación con éste resultan ser de lo mejor de la cinta. Si obviamos la mala concepción de Electro, The Amazing Spiderman 2 resulta en conjunto una propuesta con puntos interesantes. Andrew Garfield parece haberle tomado la medida a su personaje y compone a un Parker con muchos matices, mucho menos nerd y patoso que el de Tobey Maguire y esto hace que las escenas en las que se profundiza en su relación con tía May sean todo un acierto. Al final la película acaba dejando buen sabor de boca, ya que remonta de manera espectacular en su última media hora, que es cuando el Duende Verde, un enemigo con muchísima más entidad que Electro, se adueña de la pantalla. El desenlace, con la aparición de Rino, hace lamentar que las posibilidades de la película hubieran sido mayores si se le hubiera dado a éste mayor protagonismo, en detrimento de Electro. Si se quería a un villano patoso, mejor una bestia como Rino que un espectáculo de fuegos artificiales sin emoción alguna.
Está bien que las aventuras de Spiderman en el siglo XXI sigan bebiendo de los cómics canónicos de Stan Lee, sobre todo de su espectacular etapa con John Romita (todavía recuerdo el placer que me deparaban estos episodios cuando los leía de niños en su edición de Bruguera), pero pienso que los futuros guionistas deberían fijar su mirada en la mejor reinvención del personaje (y ha tenido varias) que, siendo respetuosa con la esencia del mismo, lo adaptó perfectamente a nuestra época y le dio un aire cinematográfico muy aprovechable para la pantalla grande: se trata de Ultimate Spiderman, guionizado por un Brian Michael Bendis que realizó aquí uno de sus mejores trabajos.