Últimamente se han puesto muy de moda los llamados reboots cinematográficos, con los que se intentan revitalizar franquicias que se consideraban agotadas, algo muy común en el mundo del cómic de superhéroes, donde no es raro que se creen nuevos universos con los mismos personajes de siempre pero adaptados a gustos que se suponen más modernos. En el cine la operación fue muy rentable en el caso de Batman, porque las entregas que firmó Joel Schumacher eran meros delirios concebidos por una mente infantil. Batman era otra cosa y así lo entendió Christopher Nolan cuando narró el origen del personaje desde un punto de vista mucho más adulto, rizando el rizo en la magistral "El caballero oscuro", donde tomó elementos del mejor cine negro para contar una historia muy cruel filmada de un modo espectacular.
¿Era necesario un reinicio de Spiderman? A mi entender, la tercera parte de la saga de Sam Raimi pecó de excesiva, presentando demasiados personajes y situaciones en una historia que avanzaba a trompicones y cuyo principal handicap era precisamente el personaje de Peter Parker, una caricatura del de los cómics en buena parte del metraje.
Quizá la principal motivación de Webb al afrontar este nuevo origen del personaje ha sido la redención de Peter Parker: intentar darle un nuevo rostro y volver a presentarlo como un adolescente con un pasado problemático que trata de ser decente ante unas circunstancias que le sobrepasan. En este sentido la elección como intérprete de Parker de Andrew Garfield es adecuada: ya había dado muestras de su talento interpretativo en "La red social" y aquí se hace desde el principio con el protagonismo sin tener que ser tan mojigato como su antecesor, Tobey Maguire.
En cualquier caso, aunque agradable, la primera parte de la película no deja de ser una versión más de una historia que ya se contó bastante bien en la primera entrega de la saga de Raimi. La única novedad reseñable es la breve aparición de los padres de Peter, que sirve para acentuar el sentimiento de desarraigo del protagonista. Por lo demás, todo rutinario. Los efectos especiales, aunque mejorados, recuerdan mucho a lo que vimos hace diez años y el villano no tiene demasiada entidad. Además, a pesar de que se quiere narrar la historia en un tono oscuro, no faltan algunas ridiculeces, como el pasillo de grúas que ciertos operarios le organizan al héroe para que llegue con más comodidad al enfrentamiento con su enemigo. Poco justificado, en fin, este relanzamiento arácnido, cuando tantas décadas de cómics hubieran dado para contar una historia más original. A ver si en la secuela los responsables afinan más.