Por la gran pantalla han pasado millones de películas extrañas, curiosas, sorprendentes o extravagantes pero en pocas ocasiones he tenido la oportunidad de ver un OCNI (Objeto Cinematográfico No Identificado) tan alucinante como el primer largometraje de animación de Phil Mulloy. A estas alturas poco puede sorprendernos pero, tanto por la forma como por el fondo, este británico se lleva la palma del director más “friki” de los últimos tiempos y no dejará indiferente al que ose aventurarse en ella.
Existen diversos tipos de dibujos que van desde los cálidos tonos, suaves líneas y contornos definidos de la animación más clásica a la representación más moderna próxima del estilismo grafiti urbano. Phil Mulloy crea una forma estética visual propia: los fondos son papeles pintados con motivos de lo más diversos (uno de ellos, con palmeras representa un viaje a nuestro país “tropical”), los personajes son sombras chinas con vaciados que representan los ojos o la boca y la voz de los personajes metálica como la de Darth Vader.
En cuanto al fondo parece recién sacado de una pesadilla provocada por un consumo excesivo de sustancias psicotrópicas. Un marinero francés, llamado Ramón, desembarca en la muy británica isla, llevando consigo una música seductora que hace sucumbir a todo bicho viviente que se le ponga enfrente, con indiferencia de su sexo.
Sus primeras víctimas será el muy católico matrimonio de los Christies, más ingleses que el té, seducidos instantáneamente por este marinero suponemos, rubio como la cerveza y tatuado en algún lugar de su cuerpo de revista, porque como el resto de los personajes sólo vemos su sombra. Evidentemente la película no es para los más pequeños de la casa. Pero aun hay más. En un guion al borde del delirio el director mezcla en su historia un japonés, una araña, Dios, Hitler y otros personajes que no añado para no asustar más a los posibles y temerarios espectadores.
En la línea del cine de autor de la tendencia anual del género catástrofe psicológica y mediática, la película se apunta a la destrucción generalizada de esquemas, pensamientos y situaciones de una sociedad profundamente egoísta, insolidaria y cínica. Y aunque parezca que la mezcla de tal batiburrillo podría resultar incomprensible para el espectador el resultado es todo lo contrario. La película acaba con la creación de un nuevo mundo que se anuncia, esa es la mala noticia, posiblemente peor que el actual. Veredicto: sorprende y agrada esta mezcla explosiva de Teorema (1968) de Pasolini y de la serie Mujeres Desesperadas. (Nota personal: confirmar una cita lo más urgentemente posible con un psiquiatra o dejar de ver cine invisible y volver a los clásicos de Disney).