Mientras medio mundo se decida a comentar las sucesivas o actuales crisis por las que atraviesa la industria cinematográfica (Cine Invisible le dedicó un especial con sus serpientes veraniegas), uno de los grupos más directamente afectados, el de los directos y guionistas, han decidido obviar el tema, como si evitándolas consiguiesen hacerlas desaparecer.Por eso es todo un acontecimiento que uno de los directores más imaginativos, Ari Folman, que lanzó con la excepcional Vals con Bashir, la moda de un subgénero, el documental animado, que desde 2008 no ha perdido un ápice de su interés y ha sabido conquistar los favores del público (como es el caso del recién estrenado, Crulic). The congress es la típica película llamada a convertirse en objeto de culto inmediato. La mitad de su metraje se rodó en formato tradicional y sólo en su segunda parte, la última hora, se lanza a la animación más creativa, hipnótica, fascinante, exagerada, surrealista y extraordinaria que se haya visto en las pantallas desde hace mucho, mucho tiempo.Primera parte: Robin Wright Penn se interpreta a sí misma, es una actriz de cierta edad que sabe que las ofertas de papeles a interpretar van a ir desapareciendo poco a poco. Tuvo su momento de gloria (su nombre en la cartelera significaba un éxito asegurado), pero los años no perdonan (y menos en un primer plano). Por eso la oferta de Miramount para escanear sus movimientos y expresiones para poder utilizar su imagen en las nuevas películas es una oferta tentadora económicamente pero, al mismo, que va contra todos sus principios. Un ordenador nunca podrá sustituir a un humano, ¿o sí?Hace falta que una actriz disponga de una fuerza impresionante y un talento arrebatador, para interpretar una escena, en que el productor ejecutivo del último gran estudio universal le ponga a parir por sus fracasos, le recuerda lo poco que significa para el público y le ofrezca un último contrato (no habrá más ofertas y si tarda en aceptarlo, puede que ya no le interese), y contener unas imperiosas ganas de suicidarse recordando que sólo se trata de una película.Tras la primera hora, apasionante, en la que el público está literalmente pegado a la decisión de Robin Wright y las maniobras de un elenco de actores para quitar el hipo, entre otros, Danny Huston, Paul Giamatti, Harvey Keitel, llega la desmesura y el riesgo de la animación en técnica de rotoscopia (calcar un fotograma sobre un actor previamente filmado; en total unos 60.000 dibujos, realizados, todos y cada uno, a mano).Aquí la narración se inspira de los meandros del Congreso de Futurología de un genio de la ciencia ficción, Stanislaw Lem (escritor polaco divertidísimo conocido en el mundo del cine por la adaptación de su novela, Solaris). Una locura barroca, dopada, como mínimo, por el talento y la imaginación desbordante de un genio de lo audiovisual. Mi impresión inmediata fue pensar en la segura adquisición del DVD para poder congelar la imagen. Sin duda, una de las aventuras más novedosas del año y una producción que confirma que el cine tiene por delante muchos años y… Robin Wright también.