Fui hace unos días a ver el cierre de Batman dirigido por Christopher Nolan y hasta hoy no me he puesto a escribir sobre la película, que me parece espléndida (aunque, es obvio, no tan redonda como su predecesora, The Dark Knight, pero sí tan buena como Batman Begins). Pese a sus irregularidades, la trilogía de Nolan le da cien vueltas al cine de superhéroes de los últimos años, ya sean Spidermans, Vengadores o Ironmans: sí, puede que Los Vengadores sea más fiel al espíritu cómic que los filmes de Nolan, pero tenemos que plantearnos que no estamos hablando de tebeos, sino de cine (es decir, de otro lenguaje; y ese lenguaje, el cinematográfico, lo domina Nolan a la perfección).
No me he puesto a escribir hasta ahora sobre esta tercera entrega porque, pese al shock en que quedé tras la proyección (como me ocurre siempre con las películas de este director, un maestro de la planificación, del espectáculo y de la complejidad emocional), creo que cada filme de Nolan es tan complejo que debemos reflexionar cuanto podamos antes de situarnos ante el teclado. Esta entrega ofrece tantas tramas paralelas y personajes y dobles lecturas que tendría que volver a verla un par de veces más para abarcarla del todo (y es lo que espero hacer: volver a verla pronto). También es cierto que resulta complicado analizarla sin caer en el spoiler (ya aviso: soltaré algunos spoilers, aunque se conocen por los trailers).
He leído por ahí críticas en las que algunos bloggers denostan el filme aludiendo tufillos fascistas e ideología filosófica y no sé qué más: ok, muy bien, pero aquí estamos hablando de cine, repito, y en cuanto al lenguaje cinematográfico Christopher Nolan es un maestro, un alumno aventajado de Michael Mann (y a menudo se “come” a su maestro: no me digan que la trilogía de Batman no es superior a Miami Vice y Enemigos públicos…). Y él mismo se ha encargado de negar cualquier lectura política: véase estaentrevista en castellano.
El mayor desafío de esta tercera parte era el villano, algo de lo que todos éramos conscientes. Heath Ledger y su Joker son insuperables: la riqueza de matices del actor y del personaje ya forman parte de la historia del cine. Pero Nolan ha sido muy listo. Si Ledger y su Joker se basaban en el rostro, en los tics de una mente desequilibrada, con su Bane ha hecho lo contrario de lo que esperábamos: ocultar el rostro para potenciar la voz y el cuerpo, en una aleación que remite a un cruce entre Darth Vader (la voz y la máscara) y el Humungus de Mad Max 2 (el cuerpo hinchado y las cicatrices que lo recorren y ese cráneo calvo), sin olvidar que habla como un asesino de Shakespeare, con cierta musicalidad en el tono. De tal manera que no podemos compararlos porque, para empezar, la interpretación de Tom Hardy se basa en la voz y en la mirada. En cualquier caso, Bane me parece un bad guy más interesante que Ra’s Al Ghul.
Lo más seductor de Bane es, como suele suceder en los malos de cómic, su pasado, la historia que lo sustenta y que lo ha convertido en el engendro que es, una especie de Monstruo de Frankenstein que se erige en caudillo de una ciudad aterrorizada por el miedo a la bomba nuclear y sumida en las falsas esperanzas: alguien que sabe golpear duro y matar cuando le fallan, pero también pronunciar discursos eficaces ante las masas. Y el pasado de Bane reside en un pozo, en una cárcel a la que apenas llega la luz natural, y en la que los presos mantienen viva la esperanza de superar sus muros para alcanzar la libertad. En ese pozo, como un topo, como un bicho leproso, encuentra Bane su futuro y su identidad. En pocas críticas se ha hablado de este agujero, y a mí me parece uno de los grandes aciertos de la película: metáfora de cómo, a veces, tenemos que caer hasta lo más bajo para ascender luego a lo más alto, de cómo, a veces, es necesario recluirse en las tinieblas para aprender a venerar los resplandores, de cómo el alma y el cuerpo deben disociarse y sufrir para alcanzar la libertad. Los límites entre la luz y la oscuridad, el anochecer y el amanecer, las sombras y las luminosidades… son constantes en la trilogía de Nolan.
Bane desmonta la ciudad tal y como la conocemos y quiebra el orden social: libera a los presidiarios de la cárcel, entrega las riquezas a los pobres y a los criminales, encierra a la policía, concede derechos para hacer juicios rápidos acompañados de penas de muerte e inocula el terror en el cuerpo a sus habitantes. En este sentido, me encantan las frases de guión, muy de tebeo, pero a la vez con el toque propio de una obra de teatro: No hay verdadera desesperación sin esperanza / El miedo volverá a encontrarte / Soy el Apocalipsis de Gotham / La máscara no es para ocultarte. Es para proteger a los tuyos, etc.
Pero hablemos de Batman, que siempre parece relegado a un segundo plano por el magnetismo de los villanos. A mí me parece el mejor superhéroe que hemos visto hasta ahora, e incluso su personaje mejora en esta entrega con respecto a la anterior: es un hombre fracasado, con múltiples complejos de culpa, absorbido por muertes que no pudo evitar… Alguien que, además, soporta las consecuencias de aquella decisión con que culminaba The Dark Night: asumir el rol de asesino mientras Harvey Dent era convertido en el héroe de Gotham. Batman ha asumido ese papel, y por culpa de ello Bruce Wayne se ha convertido en una especie de Howard Hughes alrededor del que sólo giran leyendas y rumores, un tipo que quiere redimir sus errores salvando a su ciudad.
Es el choque entre esos dos personajes el que centra la atención principal de la película. Pero las tramas secundarias y el resto de personajes también nos fascinan: el joven policía con olfato hiperdesarrollado (Joseph Gordon-Levitt), el agente torpe y cobarde (Mathew Modine), el inspector veterano que aceptó contarle un bulo a la ciudadanía (Gary Oldman), el mayordomo con trazas de Pepito Grillo (Michael Caine), la Selina Kyle aka Catwoman capaz de arreglárselas en un mundo dominado por los hombres (Anne Hathaway)… Sin olvidarnos de los breves pero importantes personajes de Marion Cotillard, Morgan Freeman, Tom Conti o Ben Mendelshon… O los cameos, de los que sólo voy a desvelar el que abre la película porque el actor no es tan famoso fuera de la televisión: Aidan Gillen, el Meñique de Juego de Tronos y el alcalde blanco de The Wire.
The Dark Knight Rises contiene también algunos altibajos narrativos y a menudo abarca más de lo que debería, amén de unos cuantos agujeros de guión, pero ahí quedan momentos épicos, brutales e impactantes, rodados de una manera que siempre golpea al espectador: cada aparición de Bane, todo lo que concierne al pozo-prisión y sus historias legendarias, la primera irrupción de Batman, los enfrentamientos cuerpo a cuerpo entre los dos antagonistas, los planos de Gotham siendo sacudida por ese Apocalipsis en forma de explosivos, las persecuciones y los tiroteos… Repito que no todo es tan redondo como en la segunda parte. Pero le da cien vueltas a otras películas de superhéroes y también habla de algo que no suele tratarse en el cine de espectáculo: el desencanto. Y a mí, junto al impacto visual y sonoro del filme, me vale. El cine de Christopher Nolan nunca deja indiferente a nadie: guste o no, siempre te obliga a replantearte su narrativa.
[Postdata: esto es lo que opina el director de los temas tratados en la trilogía (lo he recogido del último número de Imágenes de Actualidad): “Nolan ha añadido que si el tema principal de Batman Begins era el Miedo, y el de El caballero oscuro, el Caos, el de El caballero oscuro: La leyenda renace es el Dolor”].