The End

Publicado el 14 junio 2010 por Belanov
Había pasado ya doce meses desde que Zimmermann, último presidente de los Estados Unidos, se hiciera con el poder. Había llevado a cabo varias de las medidas propuestas en su programa electoral que parecían dividir aun más a la sociedad estadounidense: había legalizado ciertas drogas consideradas duras, obligó a los hospitales públicos y privados a realizar abortos siempre y cuando la ley lo permitiera, habí dejado de utilizar la palabra America para referirse a su país y ahora utilizaba ese término para hablar de todo el continente.
El núcleo más reaccionario de la cámara, sin embargo, estaba cada vez más maravillado con su gestión ultra-eficiente de los recursos y con el aumento de la seguridad ciudadana: Zimmermann, estaba claro, sabía contentar a quien quería. Se supo incluso que el capitán Mayer, figura central del ejército de los EEUU, se había convertido en su mano derecha; los medios para que esto ocurriera, y así me evito teorías infundamentadas, se desconocen.
Pero el principal reto para el presidente Zimmermann no habían sido sus medidas sociales, sino que su gran logro se situó en el exterior: mediante una serie de arduas negociaciones había conseguido un armisticio nuclear: ya ningún país, empezando por los EEUU, sería capaz de hacer volar el planeta.
Estas medidas parecían normales para el primer presidente de izquierda de la historia estadounidense, pero no por ello dejaban de constituir un hito de la política nacional e internacional. Además, el ciudadano medio, el buen estadounidense, se podía volver a sentir orgulloso de recuperar el centro de la economía y del avance espacial: el desarrollo de la NASA en un breve período de tiempo había sido sorprendente. Cuadruplicaron su presupuesto, que ya no destinaban en defensa, y se hicieron con el monopolio, adquiriendo observatorios japoneses y lanzaderas chinas a cambio de algunas concesiones políticas y comerciales. El mundo, cuya capital se sitúa entre Washington y California, vivía en una algarabía de la que participaban hasta los más escépticos. Lo único que miraba la gente era la CNN para enterarse de qué sería lo próximo que haría Zimmermann.
Con respecto a la observación del cielo, hubo un detalle que pasó por alto el mundo astronómico. Un meteorito colisionaría con la tierra en un período relativamente breve. En la NASA calcularon una semana. Pero la noticia no pareció sorprender demasiado al presidente. We are the United States of America, dijo a su secretario de estado con honda voz y gesto severo. Que nadie se entere, lo solucionaremos en breve.
A los seis días habían desaparecido el ministro de defensa, la cúpula de la NASA, el capitán Mayer y se habían tomado las principales bases aéreas. Todo debía seguir con naturalidad, nadie debía enterarse de esto.  No es que la Comunidad Internacional no supiera nada al respecto, pero para estos días empezaban exigir una inmediata explicación de su -supuestamente ya efectuada- solución al problema, ya que ellos eran los que tenían los medios para controlar la situación. Sin respuesta.
El sétpimo día, el presidente Zimmerman, habiendo dado una rueda de prensa en la que contradecía todas las anteriores ruedas de prensa que anunciaban el apocalipsis, calmó (o intentó calmar) a su país. We are the United States of America, dijo. Inmediatamente después, tomó un avión a California, donde se ubicó, con un daiquiri en la mano y un cigarrillo en la otra, en la playa de Santa Cruz, a la orilla del mar, a contemplar el fin del mundo.