En el año 1996 se publicó en los Estados Unidos la que, según la revista Time, suponía una de las 100 mejores novelas escritas en lengua inglesa hasta el momento. Su autor: David Foster Wallace. Su título: La broma infinita. Su contenido: más de mil páginas salpicadas de sátira, ciencia ficción y existencialismo. Doce años después de dicha publicación, llegado el 2008, el laureado narrador norteamericano, tras varios años sumergido en una profunda depresión, terminó por suicidarse.
The end of the tourrecoge, a través de un flashback que ocupa la mayor parte de su metraje, los cinco días que David Lipsky, joven redactor de la revista Rolling Stone, pasó junto al escritor poco después de la publicación de su obra magna. Cinco jornadas de entrevista donde admirador y admirado intercambiaron una y otra vez sus papeles, relativizando así la supuesta hegemonía que concede la famay desmontando por completo la leyenda del “literato maldito”.
Con base en esto, el cineasta James Ponsoldt ofrece una mirada cálida, “basada en hechos reales”, sobre lo acontecido en aquellas fechas, filmando, a partir de una sencilla planificación, un relato claramente intimista que da prioridad -sabia elección- al trabajo de sus intérpretes, dejando de lado el barroquismo estético para concretarse en una sencilla puesta en imágenes. Especial mención merece su pareja protagonista, conformada por Jesse Eisenberg y Jason Segel, suponiendo el trabajo de éste último, actor de registro habitualmente cómico, una interpretación dramática cargada de matices y admirablemente sutil.
Aunque, dicho todo esto, no debe olvidarse el gran punto fuerte del film de Ponsoldt, o al menos, el que es portador de los ingredientes necesarios para el buen funcionamiento del conjunto: la brillante narración dialogada que compone su libreto. Son, en este caso, las conversacionesprogresivamente impúdicas entre entrevistador y entrevistado las que definen a unos personajes dinámicos que, partiendo del estereotipo, se atreven a, poco a poco, ir rompiendo con tan endémico planteamiento. Al final, sus miradas, tan hábilmente perfiladas desde el guion, la dirección y, claro está, la interpretación, consiguen dejar cierto poso, un poso que, si bien no perdura en el tiempo, sí sabe mantener hábilmente nuestros ojos bien atentos durante la proyección.
En una frase: es, a fin de cuentas, un film de tintes biográficos muy dignamente narrado gracias a su completa ausencia de trampas.
Pelayo Sánchez